A partir de numerosas anécdotas y personajes bien logrados, la autora argentina realiza un fresco sobre los valores masculinos en la época actual.
Lo primero, allá por 2005, cuando la novela se mencionaba por todas partes, fue lo que llamaré: problema de ordenamiento. Porque hay un problema de ordenamiento con Claudia Piñeiro y está relacionado con la novela que ella escribió como un grito de denuncia, un fresco social, y que la crítica no se cansó de endilgarnos como novela negra: Las viudas de los jueves (Alfaguara, 2023). Como es habitual, los libros —por no decir las novelas— no están dispersos sino reunidos. Así como ponemos todos los frascos con confituras en un armario para confituras, pusimos este libro en un mismo lugar, o en diversos mismos lugares, el de la novela criminal. Y lo de Piñeiro se percibió desde las primeras páginas: “Mientras recogía las copas, Teresa apenas miró el agua inmóvil. Al tomarlas dos se chocaron y el ruido a cristal la estremeció. Las revisó y verificó que estaban intactas. Y se alejó hacia la casa. Caminó despacio, tratando de que las copas no volvieran a chocarse y sin saber lo que recién sabríamos todos al día siguiente: que debajo de esa agua tibia, en el fondo de su pileta, se hundían los cuerpos de su marido y dos de sus amigos, muertos”, pocas líneas contribuyeron a solidificar la idea de que la autora argentina abraza el género bien cimentado en Agatha Christie, Raymond Chandler, Dashiell Hammett y compañía. Está todo el estribillo, que solamente grita ¡novela criminal! con su voz rasposa. Sin el resto del contexto, conociendo la historia y la obra de Piñeiro, el problema de ordenamiento es incluso comprensible.
Dieciocho años después de la primera edición de Las viudas de los jueves en Alfaguara, existe hoy una adaptación al cine dirigida por Marcelo Piñeyro y, luego, una serie para México; cuando incluso escritores como Pierre Lemaitre dicen que “la literatura en general ha tomado prestado tanto y tan menudo de la novela negra”, hay quienes fruncen el ceño y dicen que no les gusta Claudia Piñeiro por el mismo descredito que arrastra la novela criminal. Tengo la impresión de que, en el fondo, la novela policiaca nunca superó el hecho de nacer en los peldaños inferiores de la escala de los valores literarios establecida por los guardianes del capital cultural. Hay que entender que Tuya, la magnífica novela que publicó antes, acá se escuchó poco y nada, y los selectos lectores tampoco se enamoraron. Entonces Piñeiro apareció en la escena como una portavoz de la literatura argentina a través de novelas en las que la trama no es más que una excusa para entender otras miles de cosas. En el trabajo de la autora lo más interesante no es la trama policial, sino cómo viven las personas que retrata, qué ropa usan, cómo se relacionan entre ellos. ¿De qué se trata entonces Las viudas de los jueves? En 2005 yo estaba bastante molesto porque no sabía en qué estantería colocar aquella ficción llegada de Argentina. ¿Una novela sociológica? Al ser su autora una aspirante a socióloga que terminó por estudiar ciencias económicas, quien en un vuelo de avión decidió hacer un giro en su carrera y dedicarse a la literatura y en cuyas obras expone su teoría sobre explicar la sociedad a partir de los crímenes que en ella se cometen.
Sin embargo, Las viudas de los jueves no es una novela sociológica; es, en todo caso, una novela social. Una obra en la que se percibe la radiografía de una sociedad aparentemente perfecta, pero sumida en el materialismo, el miedo perder lo logrado, el egoísmo, las intrigas y la hipocresía. La historia transcurre en el año 2000, en Argentina. Un país en crisis. Un grupo de familias habitan el complejo residencial de lujo “Alto de la cascada”, en las afueras de Buenos Aires. El relato inicia con la muerte de tres hombres ¿crimen? ¿suicidio? A través de una intriga casi de trama criminal, la narradora, con la ayuda de sus recuerdos y vivencias, tratará de llevar al lector al punto por el que se llegó a ese desenlace. Entonces la obra versa sobre los mundos que se cierran para cuidar, ilusoriamente, ciertas cosas. Las familias adineradas que habitan en “Alto de la cascada” viven alejadas del resto del mundo. Apartados. También es un relato que tiene como principal protagonista a la realidad económica a partir de la década de los ochenta del siglo pasado hasta la crisis económica de los últimos años del siglo XX. Pero Las viudas de los jueves también trata de mujeres que fueron relegadas a un lugar para vivir como amas de casa, mientras sus maridos tienen otro tipo de vida. A lo largo de la obra, hay en Piñeiro una mirada crítica sobre el rol que se asigna a la mujer en el mundo. ¿Novela feminista?
Esta obra sociológica, social, policiaca… y crítica con el papel asignado socialmente a la mujer irrumpió como una especie de ovni en el panorama de las letras latinoamericanas: dinamitó las fronteras y también fue el último grito de la literatura popular. Es un libro que puede gustar a distintos públicos por motivos diferentes: el lector de novelas sociales encontró su miel y el amante de la novela criminal la suya. Claudia Piñeiro hizo historia con su thriller social. Su libro es un alegato contra muchos tipos de oscurantismo en forma de novela policiaca. Las viudas de los jueves también puede inscribirse en una tradición literaria descentrada de los valores de la masculinidad tradicional.
Hombres rotos
Las páginas de Las viudas de los jueves están llenas de fracciones. Los que viven dentro de “Alto de la cascada” y los que viven fuera. Los pobres y los ricos. Los que se reúnen y los que no. Los hombres y las mujeres. Desde la lógica del género hay una división tajante entre lo masculino y lo femenino, como categorías binarias y antagónicas, Piñeiro cuenta: “como todos los jueves, (los hombres) se habían juntado a comer y a jugar a las cartas por tradición, desde tiempo atrás, ese día sus mujeres tenían que ir al cine… el propio Tano había establecido que se tomara su descanso para que ese día nadie en la casa pudiera molestarlo ni a él ni a sus amigos, interrumpiendo por lo que fuera su partida de cartas”. La escritora tiene una postura clara sobre el retrato que dibuja, uno es el sujeto, lo masculino, y lo otro es el objeto, lo femenino, uno subordina y el otro es subordinado. ¿Cómo es construida la hombría en la novela? ¿Cómo son las prácticas de hombría en las escuelas, los deportes, la disciplina en las milicias, o la jerarquización y enaltecimiento de ciertos valores masculinos al interior de los grupos? A través de un modelo de masculinidad hegemónica que defiende tradicionalmente valores como la agresividad y la invulnerabilidad y que se asume con el poder y la palabra por encima de las mujeres. Tano Scaglia, el personaje dominante de la novela, es de los más escalofriantes. Es él quien mantiene vivas las asimetrías, la subordinación de los demás personajes y la explotación sistémica de los otros —aquellos que detentan menor o nula masculinidad—. Las dinámicas entre Tano y Gustavo Massota, Martin Urovich o Ronie tienen que ver con una relación de poder y subordinación. Todos forman parte de un modelo aspiracional y por tanto inalcanzable dentro de un sistema patriarcal socialmente impuesto. ¿Cómo están representadas las masculinidades en la novela? A partir de un aparato simbólico en el que se aplaude o sanciona convenciones sociales y situaciones cotidianas. Llorar o no, tener que pelear o desarrollar una actitud de feroz competencia en los deportes, hacer cosas de hombres y la constante división entre hombres de primera y de segunda, la idea del hombre como una máquina sexual, la debilidad del hombre, las expresiones emocionales permitidas en privado pero no en público; estas normas de masculinidad se aplican con rigor a cada uno de los personajes, cada personaje varón en la novela sabe que debe comportarse de manera determinada, vestir una ropa determinada, arrogarse unos derechos determinados e, incluso, sentirse de una forma particular. La novela de Claudia Piñeiro puso las cartas sobre la mesa: Tano Scaglia, Gustavo Massota, Martin Urovich y Ronie son ejemplos de muchas formas de masculinidad que pueden ser muy desastrosas. La obra en cuestión trata de la importancia de lo viril y su relación central con el inicio del desgaste económico. Los personajes masculinos dibujados por la escritora presentan una relación significativa entre la pérdida económica y la aparente “falta de hombría”. El resultado es una obra sobre las relaciones sociales relacionadas con la masculinidad que, junto a sus atributos emocionales limitantes, explica el suicidio entre hombres.