Entre las calles Mariano Otero y la Avenida de las Rosas —muy cerca del Mercado de abastos— apareció la primera parada de este viaje a la urbe tapatía —sí, aquella que los portavoces de la ONU nombraron en 2022 Capital Mundial del Libro—. Para no errar el camino uno puede llegar en UBER desde el aeropuerto, o bien, tomar un autobús del transporte público que tardará unos cincuenta minutos en hacer el recorrido. Nosotros apostamos por lo primero y le pedimos al conductor, con desparpajo absoluto, que nos llevara hasta las puertas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Una vez ahí, muchas cosas interesantes pueden ocurrir.
Unas rejas pintadas de gris preparan la llegada y permiten a los visitantes llegar a las taquillas. Está a unos metros de la entrada. Varios voluntarios con camisetas color negro y leyendas que indican que España es el país invitado muestran el lugar para entrar a cada persona. Solo se permite el acceso con boletos —que cuestan 30 pesos— o con gafetes de participante. Unos voluntarios muy serios que aparentan el papel de guardias de seguridad indican el camino: entrar por los arcos detectores de metales, pasar por un letrero enorme colgado del techo con la leyenda “Bienvenidos” en letras grandes color negro —y en otras más pequeñas la misma palabra en distintos idiomas—. Una vez que se supera la aduana, lo único que ilumina el espacio es el resplandor de los libros. Las exhibiciones tienen mucho que ofrecer. Todo el mundo sabe de qué va la película en la feria del libro. La parte interesante está en los asistentes al encuentro, quienes preparados con la comodidad que les permiten los zapatos deportivos, solo esperan el momento adecuado para comenzar a buscar sus próximas lecturas.
La feria está dividida en cuatro áreas. El pabellón del país invitado y FIL Niños son los más pequeños. La parte principal se reserva para las editoriales de procedencia nacional. La parte de arriba, dividida en tres mini salas, ofrece sus stands, listos para ser visitados, a las editoriales que provienen de otras partes del mundo, ahí se encuentran los espacios de distintos países: los que están en busca de vender los derechos de sus publicaciones como Francia, Alemania o Taiwán; expertos distribuidores, cuya experiencia en el mundo del libro les permite traer a México editoriales —principalmente latinoamericanas— que no se encuentran fácilmente en librerías nacionales; y los representantes de las editoriales españolas, aquellos que se agrupan en gremios y exhiben la calidad de las publicaciones hispánicas. Visitar la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es cambiar de tiempo. Una actividad que exige acostumbrarse a las multitudes. La regla básica: usar ropa cómoda. Lo confortable como poder absoluto. Lo que el visitante encontró en la Expo Guadalajara entre el 30 de noviembre y el 8 de diciembre puede ser casi cualquier cosa: ver, tocar, intercambiar lecturas, escuchar presentaciones, libros, firmas… siempre que el cansancio del cuerpo lo permita.
Desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, cada una de las áreas se convierte en la sala improvisada de una gigantesca librería. Cualquiera que haya comprado un boleto para la función de permanencia voluntaria puede participar. No importa la edad ni condición social: para todos existe un libro. Si se fija bien, en cada uno de los stands se puede mirar a algunos de los dos mil setecientos sellos editoriales que participaron este año. El stand de Penguin Random House es uno de los espacios más grandes —sólo detrás del área que ocupa la Universidad de Guadalajara— y concentra cuarenta sellos editoriales. Es posible también admirar espacios de nueve metros cuadrados que reúnen a tres, cuatro o más editoriales independientes. “Vayan a las editoriales independientes, no solo a las grandes editoriales. Entre más sellos independientes y escritoras jóvenes visiten yo estaré feliz”, comentó entre los pasillos la escritora Brenda Lozano. La actitud que adoptó no fue de escritora sino de una lectora más. Si la suerte los acompaña, podrán encontrar una buena novela, hablar con algún escritor en los pasillos o tener una firma en uno o varios ejemplares. También aparecen los autores internacionales, este año muchos de ellos españoles —Irene Vallejo a la cabeza—, sí, aquellos hábiles fabuladores que buscan encontrar los nuevos libros de sus pares latinoamericanos. Como lo he dicho, para todos hay.
En la sala internacional el común denominador es la visita lenta. Los visitantes caminan con calma mientras se permiten mirar cada stand sin apretarse con otros. Es el espacio común para cualquier lector que busca lecturas de editoriales independientes de Chile, Argentina, Colombia, Perú. Aquí usted puede pasar el tiempo con cada editor; sí, hay que agarrarle el modo al reloj para evitar que se escurra la mitad del día solo mirando. Una vez que ha dominado el tema del tiempo puede usted comenzar a preguntar, mover o pasar ligeramente las hojas de un libro o de un cuaderno, a toquetear siempre y cuando pida permiso y su anfitrión lo permita.
La sala principal, el área Nacional, alberga a los expertos del libro. En los escaparates de la feria se pueden contemplar algunos de los productos que tanta fama dan a Guadalajara: libros, de bolsillo, tapa dura, tapa blanda, de folio mayor y también de folio menor. La negociación es muy sencilla. Usted se acerca al espacio que le apetezca. Siempre he creído, al mirar estas danzas ancestrales, que el intercambio se interpela de acuerdo a las rutas de compra de libros que describió el historiador del siglo XV Marcantonio Sabellico. Dos amigos salen del Auditorio Juan Rulfo con la intención de llegar al Salón B, en el área Internacional, pero no consiguen alcanzar su destino, devorados por la curiosidad de leer las listas de libros exhibidos en los aparadores improvisados fuera de los stands de las editoriales. Rara vez uno se detiene a ver a los lectores. En estas andanzas en pos de la lectura entramos a uno de las improvisadas librerías, parte de la mercancía está expuesta afuera, sobre unos cubos blancos de madera se pueden contemplar las portadas de las novelas románticas, fantásticas y de ciencia ficción que de acuerdo con el INEGI son los géneros que las lectoras mexicanas prefieren; hay ejemplares de autoayuda y superación personal que hasta hace un par de años ocupaban el segundo lugar en las tendencias de lectura entre los jóvenes. Incluso los libros infantiles, un mercado que, de acuerdo con cifras de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, es el tercer género más vendido en México. Uno se lleva en la memoria esa lectura generosa que supo acariciar con tacto experto la memoria del lector. Que despertó el interés de los niños por leer, que auxilió a los padres a promover el desarrollo de sus hijos… bueno, pero esa es otra historia.
Una vez elegido el volumen para esa tarde, el lector o lectora, depende de quién tenga publicado el ejemplar, negociará con el impresor la obra. Si usted no tiene un libro específico en la mente, llegó la hora de dejarse guiar por el instinto y rendirse al placer. De antemano se establecen acuerdos. Lo que cada stand ofrece y lo que no. Como muchas cosas en la vida, cualquier libro elegido depende del azar. A lo mejor ahí radica la parte más emocionante de la feria del libro. Aquí te puedes encontrar con los distintos tipos de lector: introvertido que se identifica con los personajes y la obra, el neurótico que se distrae fácilmente y cambia constantemente de lecturas o el altruista que recomienda lecturas a otras personas, pero también la feria puede ofrecer una gran decepción: libros que no logran hacer click entre los lectores y la obra; la lectura densa y demandante, el libro que nada más no se acomoda en la mente del lector o cualquier otra situación que puede sumir a cualquiera en el desencanto.
Sin embrago para los amantes de los libros eso es lo de menos. La feria apenas comienza. La FIL Guadalajara, como pocas en el mundo, ofrenda una superficie de exposición de cuarenta y tres mil metros cuadrados y ofrece un conjunto de aventuras para cualquiera que las sabe buscar, aún en un mar compuesto por dos mil expositores y los más de novecientos mil asistentes de este año. Si el primer día no fue lo que uno esperaba, hay otras oportunidades para aquellos que regresan.
II
Son casi las nueve de la mañana y los transeúntes se detienen frente a la Expo Guadalajara. Los viandantes cruzan con desparpajo, entran al complejo Expo Guadalajara que desde 1987 es el recinto de diversas industrias con magnas reuniones como Intermoda, Talent Land, Expo Transportes, Expo Joyas o Expo Ferretera. Juan Manuel, el operador de UBER encargado de llevarnos al recinto, nos platicó que después de la Ferretera, la Feria del Libro es la que más gente moviliza. En 2020 la derrama económica que perdió la ciudad tapatía por la cancelación de la FIL fue de setecientos millones de pesos, El número corresponde solo a la compra de boletos aéreos, casetas, gasolina, y, por supuesto, las industrias hoteleras, restauranteras y el servicio de taxis. El intercambio económico y las negociaciones que concreta la industria editorial es otra historia. Los caminantes se retocan el maquillaje, arreglan el gafete, acomodan el pelo. Miran el semáforo una y otra vez. Esperan. Intentan que su apariencia luzca lo mejor posible a la vista de todos.
Cuando la oficial de policía de tránsito lo indica, los transeúntes avanzan y forman un río. Algunos aprovechan la oportunidad para saludar a algún amigo. Otros se acicalan el pelo, ajustan el cuello de la chamarra, por la mañana Guadalajara se siente fresco. Todos intercambian alguna mirada, se saludan y buscan la acreditación necesaria. La exhiben para que los gatekeepers de la entrada las perciban. Cuando todos han cruzado el umbral enfilan al sitio que les corresponde. Algunos lectores llegaron antes. Preguntan a qué hora podrán ingresar a mirar los libros. Unos minutos después inundarán el recinto. Pagan lo convenido y los impresores que ya los esperan con los libros en las manos, les indican en donde pueden encontrar las lecturas que buscan. Otor lector pregunta por los libros de Agustina Bazterrica. Están en el stand D1. Una serie de imágenes de libros desfilan por las pantallas colocadas en la entrada. Emiten luces y una especie de rumor mientras cambian de imagen en imagen de manera aleatoria.
—¡Ahí está! ¡Quiero comprar ese!
Todos ríen con una expresión de descubrimiento.
Cuando el rumor de los asistentes suena con una irritante estridencia, los lectores saben que la hora de buscar no se hará esperar. Un joven con camiseta naranja reparte cajas, por $489 pesos cualquiera puede poner tres libros dentro. Otros lectores más desconcertados se acercan a los dependientes y les preguntan por los ejemplares de Han Kang. Están exhibidos los volúmenes de Actos humanos, Imposible decir adiós, La clase de griego, pero La vegetariana se agotó.
El espacio que ocupa Random House llama la atención de miles de lectores y lectoras. El día de la venta nocturna hubo quien esperó hasta cuarenta minutos para poder entrar a buscar sus libros. Los trabajadores que asisten a los visitantes, este año, fueron más de una centena. En el sótano de la Expo Guadalajara se habilitan pequeños almacenes para las editoriales que lo necesiten, en el de Random House trabajaron diez personas abasteciendo los libros en el stand y en las distintas presentaciones de libros de la editorial. Los ejemplares de Enrique Vila-Matas, Irene Vallejo, Abdulrazak Gurnah, Ave Barrera y miles de escritores más pasaron por sus manos. En esta reunión los participantes se decidieron por el intercambio, el juego favorito de la economía. El lector pagó un precio por el ejemplar que cree que vale lo que pagó por él. El sistema funciona extraordinariamente bien. Cuando muchos lectores salieron de sus casas, no sabían que comprarían un libro. Sin embargo, mágicamente cientos de personas hicieron todo lo necesario para cumplir con sus impredecibles deseos: editores, comercializadores, impresores, correctores, fabricantes de papel, proveedores de tinta, entre muchos otros.
La primera en elegir sus libros fue Paulina. Confesó que leyó este año Dónde estás, mundo bello y necesita conseguir por todos los medios Intermezzo. Sus opciones la favorecen: la nueva novela de la escritora irlandesa y un estuche especial que contiene Conversaciones entre amigos, el último libro que le falta.
Marco me empuja un poco para que cumpla la consigna. Este año llegué con la tarea de platicar con Hiram Ruvalcaba. El año pasado presentó Todo pueblo es cicatriz y este año llegó una vez más a Guadalajara. Además de platicar sobre su novela y sus ensayos, al final me compartió un par de textos que escribió sobre Rick and Morty.
Los demás comentan mientras al stand llega cada vez más gente.
—¡Ayuda por aquí!
Escenas semejantes se extenderán por los nueve días que dura la feria entre libros, autores, firmas y risas. Cuando llega el momento de ir a la caja ya cada cual escogió con quien continuará sus lecturas. Algunos de los libros implican un salto de fe. Ordesa es una novela que llevo años tratando de leer. Es el mejor libro publicado en el 2018 en España.
—¡Préstame una bolsa! Le pide Marco a Paulina.
Se acerca a la caja y comienzan a pagar sus libros.
Paulina revisa las portadas de sus libros, baja la vista y toma una novela gráfica para llevarla con el resto. Han elegido una docena de libros, cada quien con sus autores inician los rituales de la lectura preferidos. Después de algunos embistes, todos se acercan a la zona de sillones patrocinada por IKEA. La palabra mágica aparece como una llave que abre la puerta a cualquier librería: ¿un café?
El susto de la feria lo dio Irene Vallejo. La gran estrella del programa español canceló sus primeros actos institucionales. Gabriela Cabezón Cámara habló de feminismo, derechos humanos y medio ambiente al recibir el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Ave Barrera y sus Notas del interior de la ballena recibieron todo el cariño de sus lectores. El mar de lectores que se desplazó entre salón y salón y el estruendo de los aplausos en una especie de aguacero, nos comunicó su deseo cumplido.
Después de horas de intercambios, la mayor parte de los lectores consiguen lo que tenían en mente. Algunos presumen que lograron más de lo imaginado. Las decepciones no se expresarán en público. Con seguridad, cada lector las contará en su casa o cuando se sienten a cenar. Se compensará la insatisfacción en el Pipiolo, las Karnes Garibay o los tacos de cuerno que están a un costado de la Expo y que son aduana obligada para los asistentes. Si el encuentro resulta glorioso, servirá para catalizar la visita, otra vez, al día siguiente.
Pasan de las nueve de la noche y algunos comienzan a despedirse. Algunos esperan sus UBER. Piensan salir a algún cóctel organizado por algún editor. Marco se despide de todos y pregunta qué nos espera en la fiesta de Milenio para festejar sus compras. Mandará la ubicación por WhatsApp. Guarda sus libros en una tote bag y le da una palmada. Murmura con una sonrisa:
—Me la gané en MUBI.
Los lectores se marchan uno a uno. El recorrido de los lectores, cierra uno de sus capítulos.
Como usted lo pudo leer, la capital mundial del libro es más que una ciudad tequilera y futbolera con sus tortas ahogadas. Los nueves días aquí van más allá de monumentos históricos, estadios de fútbol y lugares que visita la gente.
En todo momento, durante los nueve días que dura la FIL, un ir y venir de lectores y lectoras abre nuevos caminos para el mundo del libro y la lectura. Sólo es cuestión de llegar, visitar y encontrar. Si la lectura está en movimiento ¿podremos arriesgarnos a vivir ese balanceo?