Parece que atravesamos un periodo de crisis social, aunque históricamente podemos afirmar que siempre lo estamos y aquella es la regla, no la excepción. La crisis económica, política, el cambio climático, olas de calor, tifones que azotan ciudades, hambrunas, genocidios, guerras interraciales, civiles, entre naciones; sida, la reciente pandemia de SARS-CoV-2, desplazados por ecocidios, narcotráfico, migración y la lista nunca termina.
La crispación social tiene diversas aristas, entre ellas, la violencia hacia las mujeres es una que preocupa a muchos, pero a la mayoría le es indiferente, algo menor o un asunto político que pareciera no interesar, o que se aprovechan de ella para capitalizar agendas electorales con tintes demagógicos, progresistas y, menuda estulticia, se dicen “aliados del feminismo”, hipócritas. Al menos en México es una constante, basta echar una mirada a los medios nacionales para observar que la tasa de feminicidios permanece con un crecimiento en los últimos años. Por su parte, los poderes legislativos siguen jalando agua a sus molinos dejando de lado vías concretas para revertir la crisis de violencia de género.
El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) contabilizó en 2015 un total de 415 feminicidios, en 2022 fueron 954; mientras tanto, la impunidad, corrupción y tráfico de influencias que sabotean las carpetas de investigación abundan. Si bien existen políticas públicas para tratar de atender las causas que generan el homicidio de mujeres, el andamiaje jurídico es insuficiente y, en regiones vulnerables del país, caen en costal roto.[1]
Al menos en la Ciudad de México, a través del Congreso y de la Fiscalía General de Justicia (FGJCDMX) local, entró en vigor la Alerta por Violencia de Género, los corredores seguros focalizados en regiones cercanas a la periferia, espacios exclusivos para mujeres en el transporte público, solo por mencionar algunos. Sin embargo, ellas siguen siendo asesinadas por hombres que dicen ser amigos, novios, esposos, hijos, compañeros. La violencia sistemática contra las mujeres parece imparable, Silvia Federicci lo afirma con base en conocimiento empírico difícil de refutar, nos dice que es directamente proporcional a las contradicciones del sistema de producción capitalista que cobró relevancia mundial en el siglo XVI. Desde entonces, la cacería contra las mujeres permanece.
Antes de este modo de producción hay registros de violencia contra las mujeres, sin embargo, la diferencia cualitativa radica en tanto este periodo tiene tintes políticos-laicos, segregación social, despojo y cercamiento de tierras, falta de representatividad política, control de la natalidad con fines de economía política para la potenciación de mano de obra precaria, explotación sexual inserta en la producción asalariada, desplazamiento de parteras en beneficio de la obstetricia y ginecología sustentadas en hombres, mutilación genital, entre otras.[2]
Entre enero y mayo del 2023, de acuerdo con las estadísticas de la FGJCDMX, se registraron 21 feminicidios y 3 941 delitos sexuales en la capital mexicana. Entre ellos, corrupción de menores, violación tentativa y equiparada; violencia doméstica, en el transporte público y otros no específicos. Además, estos índices sólo refieren a los delitos que fueron denunciados, puesto que, de acuerdo con investigaciones periodísticas, muchos quedan al margen del marco jurídico. Por su parte, el SESNSP contabilizó 355 casos bajo el rubro de presuntas víctimas de feminicidio en el mismo lapso de este año.[3] Esto sólo es un ejemplo local de la actual guerra contra las mujeres.[4]
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Cuando Langosta Literaria me solicitó presentar una reseña de En qué momento me volví esa señora iracunda y otros relatos (Random House, 2023) de Francesca Gargallo sentí que no tenía cabida que la escribiera. Pensé que, en mi calidad de hombre cis, era un sinsentido comentar un texto realizado por una teórica feminista italiana que radicó en México, donde hizo su carrera profesional; pero que también fue cobijada por un sinnúmero de mujeres a lo largo de América Latina mientras escribía, comentaba, argüía e incidía en su entorno social en favor de la liberación de la mujer.
No supe si por falta de perspectiva o cobardía no quise caer en el anglicismo mansplaining y adentrarme en los textos de Gargallo. Pero, entre caminatas por la ciudad y tazas de café, Verónica, mi pareja, me animó a arrojar mis ideas sobre el tema. Fue así como inicié a leer y, mientras avanzaba en las páginas, di cuenta cómo Gargallo apuntala diversas situaciones de vida cotidiana, pero insertas en ámbitos de violencia, disparidad, contradicciones, machismo y ejercicio de poder contra sectores precarizados. De esto, no porque vivan en pobreza extrema per sé, sino porque en el día a día la condición de ser mujer se vulnera ad nauseam.
Asimismo, las protagonistas del libro cobran vida mientras hacen frente al mundo que las rodea: desde mujeres embarazadas indecisas de ser futuras madres, tejedoras de la Tierra Caliente guerrerense, por lo demás violenta; niñas que cursan la secundaria y dan cuenta de la sexualización de la que son objeto, matrimonios forzados en potencia, matriarcados opresivos bajo el manto patriarcal en la reproducción de formas de ser, periodistas que fueron utilizadas como carne de cañón, mujeres señaladas como putas, como si este calificativo fuese polisémico y, en cierto sentido, en los escritos de Gargallo pareciera ser un sinónimo de mujer en boca de los perpetradores.
Estas mujeres viven en la atmósfera donde son proclives a ser asesinadas, pero más que pasar a ser un número más en las estadísticas bajo la tipificación de feminicidio, como se indicó al inicio, es crítico comprender la sociedad que las rodea para visualizar qué factores potencian esta crisis social. Por ello, los textos de Gargallo resultan cruciales, porque su literatura abunda en narrar los campos de batalla donde se libra la guerra contra las mujeres.
La reflexión y crítica social literaria de Gargallo cobra fuerza mientras apuntala actitudes comunes efectuadas por hombres que, con el fin de oprimir y ejercer poder sobre ellas, acuden a todo tipo de arbitrariedades, mismas que son la norma entre los machos. Resultan ser bestias que no dejan margen para librarse de sentimientos acumulados en un entorno que fomenta la violencia por la violencia y que es favorable a la reproducción del modo de producción capitalista. Aquí el mote de puta acaece no solo en el imaginario machista, sino que es concreto en tanto se realiza en agresiones hacia la mujer.
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Gargallo, en boca de una abuela que reprende a su nieta trans, señala que los hombres “nunca [aguantarían] lo que una mujer soporta” y, por lo demás, le espeta que es “duro y estúpido como un hombre”, que mejor se resigne. En este relato, la abuela no concibe que Andrés pase a realizarse como persona en Andrea. Aquí la cuestión radica en tanto los hombres, efectivamente, no aguantaríamos lo que las mujeres hacen desde una perspectiva histórica.
Es necesario señalar que ciertos hombres hacen las labores cotidianas y hogareñas bajo alguna coacción como si ello les llevase a perder su condición de “machos”. Los hombres no menstruamos, no pasamos embarazos, lactancia, no mutilan nuestros cuerpos porque le negamos sexo a alguien. La fanfarronería de un macho es directamente proporcional a su cobardía, tiene miedo a que su debilidad y fragilidad, en muchos casos fálica, salga a flote, que sea llamado puto, poco hombre, el peoresnada de fulana.
Ello conduce a la reproducción de patrones sin reflexión alguna, a señalar a las mujeres como putas sin tener conciencia del actuar y realización de ellas en el mundo. ¿Qué calidad moral tiene el macho para arremeter contra ellas porque hacen o no hacen lo que, según los parámetros del machismo, es lo normal, lo correcto? Entonces, en la narrativa gargalliana vemos al esposo golpeador, al amante que ve a la mujer como un objeto sexual, el hombre que siente derecho a vivir desenfrenadamente pero que a su mujer que ni se le ocurra equipararse con él en la juerga, en los burdeles, en las cantinas, porque devienen los gritos, jalones, golpes; las disculpas hipócritas, la mutilación, el feminicidio.
[1] El análisis de la insuficiencia de las políticas para combatir los feminicidios indica un vacío relativo a la respuesta, tipificación y aspectos cualitativos que afectan a las mujeres, así como “determinar la prevalencia de los feminicidios”. Vid. “La importancia de políticas de datos adecuadas para los feminicidios. Ejemplos de México”, en Intersecta.org., 21 de abril del 2021.
[2] Vid. Silvia Federicci, Calibán y la bruja, Oaxaca, Puebla, Tinta limón, 2015, 421 p.
[3] Recursos electrónicos: https://www.fgjcdmx.gob.mx/procuraduria/estadisticas-delictivas; https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/incidencia-delictiva-299891?state=published.
[4] Vid. Rita Laura Segato, La guerra contra las mujeres, Traficantes de sueños, Madrid, 2016, 188 p.