“No queremos gestionar el infierno, queremos desarmarlo y construir algo distinto”

Daniela Pardo

09 August 2023

¿A qué aspiramos cuando pedimos equidad? ¿O diversidad? ¿Acaso queremos re-hacer la misma película pero con actrices en vez de actores? ¿O quizá esperamos un elenco que incluya personas de diferentes nacionalidades y características físicas? Sabemos que la película fue un blockbuster, tuvo mucho éxito y recaudó millones de dólares, pero, ¿qué pasa si su contenido es terrible? ¿Y si solo se sostiene a partir de la violencia, la subyugación del otro, la discriminación y la indiferencia respecto al prójimo y el mundo que habitamos? Quizá deberíamos concentrar nuestros esfuerzos por hacer una película completamente nueva en lugar de intentar que nos incluyan en la que ya existe. Ya lo dijo la socióloga, académica y activista Raquel Gutiérrez Aguilar, “No queremos gestionar el infierno, queremos desarmarlo y construir algo distinto”[1].

La obra de Nuria Labari se inscribe en este marco de reflexiones. El último hombre blanco (Random House, 2023) es la narración en primera persona de una mujer sin nombre que lo ha sacrificado todo para ocupar los puestos más altos en el mundo empresarial; ha dejado de ser una persona caleidoscópica, con nombre, para percibirse como un ser fragmentario, que es a partir de las funciones que desempeña en la vida: trabajadora over200, over300, over400, directora, madre, madre ausente, esposa, proveedora, mala esposa. A través de la novela acompañamos a este personaje en un viaje de auto-descubrimiento, bastante doloroso, en el cual se cuestiona cuál es el verdadero papel que cumple dentro del intrincado sistema de producción capitalista y la metamorfosis que debe vivir cualquier persona que decide dedicar su vida al trabajo, especialmente quienes ocupan puestos de gerencia y alta dirección. Así, la protagonista nos enfrenta a reflexiones acerca de lo que el capitalismo ha hecho con la petición de equidad y cómo es que la instrumentalizó de tal forma que la volvió un arma para convertir a todos los integrantes del proceso de producción en “hombres blancos", enamorados con la idea de dinero, poder y trabajo.

La lectura que nos propone Labari no es sencilla. Es cierto que su prosa es delicada y armoniosa y que logra crear escenarios fascinantes, sobre todo si estos forman parte de una cotidianidad perfectamente reconocible para el lector. Sin embargo, los temas abordados en la novela van siendo cada vez más complejos e incómodos, ya sea porque son tabú o porque evidencian una relación entre elementos que normalmente pensamos completamente independientes. Así, la protagonista de la novela habla de cómo el trabajo cambió su forma de ver y vivir su sexualidad, de cómo ha sacrificado su cuerpo para volverse cada vez más máquina, de cómo el trabajo nos niega la muerte o de cómo descubrió que no hay ningún sentimiento tan lleno de fatalidad como la auténtica felicidad. La lectura se vuelve aterradora cuando nos reconocemos en las palabras y acciones de la protagonista, al parecer ni siquiera es necesario alienarnos totalmente con el trabajo y los discursos que enaltecen el sistema de producción, pues las prácticas y filosofías más “inofensivas” y “progresistas”, como el zenworking, son las más peligrosas, porque navegan con bandera blanca intentando negar que su único objetivo es que todo cambie para que todo siga igual.

Nuria Labari

El último hombre blanco es un libro cuyo alcance se trasciende a sí mismo y que es tan valioso por lo que contiene como por las conversaciones que generará entre sus lectores. Es innegable la trayectoria de Labari como lectora, cinéfila y escritora, pues entreteje en su narración, de manera certera y sutil, referencias a Homero, Kafka, Freud y a cintas como Ciudadano Kane o El lobo de Wall Street. Así, el resultado es una narración compleja, honesta, cercana e incómoda que no busca proponer conclusiones, ni siquiera certezas de ningún tipo, sino que siembra un montón de ideas, dudas e inquietudes que piden desesperadamente ser conversadas; las enredaderas que resulten de dichas interacciones serán tan diversas como enriquecedoras.


[1] Gutiérrez Aguilar, R. en Reguero, P. (19 de junio de 2017). “No queremos gestionar el infierno, queremos desarmarlo y construir algo distinto”. La tinta, periodismo hasta mancharse. https://latinta.com.ar/2017/06/no-queremos-gestionar-el-infierno-queremos-desarmarlo-y-construir-algo-distinto/