La poesía, dice Leonard Cohen, “…
viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista…”. Es una especie de recurso natural de una tierra inhóspita donde algunos se aventuran a explorar y extraer. La poesía y las canciones de Cohen inicialmente remiten a momentos y lugares pasados; reales o imaginarios; al sexo, al amor y a todo lo que está en medio.
Pero de la misma forma en que fue liberado el hombre sentenciado a 20 años de aburrimiento por tratar de cambiar el sistema desde dentro; el mismo que vive en la Torre de la canción, cien pisos abajo de Hank Williams, presenta años después
El Libro del anhelo, recopilación de trabajos, notas y dibujos inéditos que en su mayoría fueron concebidos en el monasterio Zen Mount Baldry, donde Cohen se ordenó como monje budista a finales de los noventa.
A lo largo de los años la poesía de Cohen ha ido cambiando, como el hombre mismo; desde las sólidas imágenes de Montreal, París, Grecia; el Nueva York de Warhol, las anécdotas sobre hoteles, lluvia, salones de baile en Viena; las charlas sobre lugares, el amor o las relaciones humanas han dado lugar a imágenes más complejas y reflexivas, propias de un hombre de 80 años que ha encontrado, con ayuda del budismo, su propio lugar en el mundo.
Cohen aprovechó la entrega del premio príncipe de Asturias en 2011 para confesar que es viejo y que no ha dado las gracias, y admite que su relación con las letras hispánicas comenzaron con Antonio Machado y Federico García Lorca. Es a través de sus voces que Cohen encontró su propia voz, tan emblemática para principios del siglo XXI como puede ser la de Bob Dylan o la de Nick Drake o Cat Stevens, incluso trascendiendo el folk hacia la poesía “formal”.
En 2012, una noche de noviembre, Leonard Cohen entró puntual al escenario, un lugar sofisticado y lujoso de conciertos en el centro de la ciudad de Los Ángeles. La gente seguía llegando, apresurada,hasta pasada media hora del inicio. Cohen colocó un enorme reloj a mitad de los monitores fuera de la vista del público. Casi 210 minutos después mostró el reloj, la duración total e ininterrumpida del concierto. Tres horas y media de música, más de 200 páginas, 100 dibujos, 80 años. una humildad creciente y la compasión infinita son los números que se suman a mi experiencia después de leer
El libro del anhelo.
A ratos plegarias, a ratos
haikus o reflexiones sobre la naturaleza y la vida, a ratos cartas íntimas a los amantes y los amigos. Tal vez años después comprendamos el sentido hacia el cual la obra de Cohen se dirige. Ahora es muy pronto. Tal vez a partir de sus cenizas, ya que como dice él mismo: “La poesía es la evidencia de la vida, si tu vida se va consumiendo bien la poesía es solo cenizas”.
Por Luis Fuentes Pimentel