Nunca antes la tierra se había movido de esa forma, al menos eso sentí en ese momento. Siempre me he caracterizado por la calma con la que actúo −quizá acompañada de desconcierto− cuando suceden sismos o se escucha la alarma sísmica; y ese 19 de septiembre de 2017 no fue la excepción, tal vez por la poca presencia de personas que había a mi alrededor. Sin embargo, posterior al movimiento; entre el bullicio, los problemas de telefonía y el rumor de que había edificios colapsados, esa quietud terminó. Me sentía vulnerable y por primera vez entendía la severidad con la que mis padres se conducían ante estos acontecimientos. Pero si de algo estuve segura en los días posteriores fue que el sismo nos afectó de diferente forma a todos y que, de alguna manera, algo removió en nosotros.

“Nada está firme para el hombre. Dios lo hizo muy movedizo”, son palabras con las que Fernando Vallejo nos introduce a Escombros, una novela autobiográfica en la que somos parte de las pérdidas del narrador: el hogar, el amado, el miedo al olvido y las ganas de vivir. Tras el sismo del año 2017 en México, Fernando se enfrentó a la muerte de su amado David y a una cansada supervivencia en una época decadente. Conforme vamos recorriendo las líneas de esta novela, también acompañamos al narrador en el levantamiento de sus escombros y fragmentos de vida.

Una vida en Colombia empañada por el desastre, la violencia y la inmundicia; el enfrentamiento con la deshonestidad humana; la digitalización de la vida; su repudio a la Iglesia y el temor de morir y dejar a Brusca, su perra, forman parte de los escombros con los que vivió Fernando después del sismo; un movimiento que desajustó su vida y que nos da cuenta que, así como la Tierra, los hombres no estamos fijos y nos encontramos en constante movimiento.

A veces los movimientos tan repentinos y violentos nos dejan inertes y sin saber qué hacer; o nos obligan a conservar la calma y guiarnos por la razón. La forma en que reaccionamos no siempre implica que no nos haya agitado un poco. En Lo que no he dicho, Beatriz Rivas nos comparte sus pensamientos, recuerdos y culpas que vienen a la memoria cuando el sismo del 19 de septiembre en México la sacude, pero el remordimiento la paraliza.

“Es que cuando las capas tectónicas se mueven de manera tan cabrona, nos cambian la vida. Digamos que los terremotos de afuera nos mueven todo por adentro”.

Abrir nuestra caja de recuerdos y llamar a la memoria también provoca un movimiento interno, que expulsa su energía y con esta sus temores, miedos, preguntas y fisuras con las que vivimos. Irene, la protagonista y narradora de esta historia, nos hace testigos de su infancia y relación familiar; de sus dos matrimonios y el nacimiento de su hija; de los viajes con Armando, su amigo, y de sus tardes llenas de escritura. Pero, sobre todo, es un intento por redimir toda la culpa y remordimiento que le provocó no atender la llamada de Armando antes del suicidio. Sabemos que tras un sismo las fracturas o daños se hacen visibles, así como las culpas y responsabilidades; bajo este argumento Beatriz Rivas nos comparte una historia íntima que surge de un hecho compartido por muchos, pero con experiencias diferentes en cada uno.

Al igual que esta última novela, Fractura de Andrés Neuman es una historia que narra las fisuras que provocó el sismo del 11 de septiembre de 2011 en Japón. Yoshie Watanabe es un hombre solitario para quien el temblor y las posibilidades de Tsunami −que ponen en alerta a la población por sus posibles daños en la Central de Fukushima− remueven un pasado doloroso, como lo fue crecer en Hiroshima y perder miembros de su familia tras la detonación de bombas nucleares. Recurrir a la memoria y avivar las cicatrices que nos acompañan son parte de esta novela que, al igual que las anteriores, saben reconstruir el dolor, la soledad, los temores y las culpas cuando un suceso nos sacude.

 

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