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Todo se pudría, también nosotros
Graciela Manjarrez comment 0 Comentarios

Podríamos decir que Mugre rosa (Fernanda Trías) y Cadáver exquisito (Agustina Bazterrica) son novelas distópicas. Ambas se caracterizan por narrar de una forma cruda los terribles efectos de los desastres naturales (la relación altamente destructiva que el ser humano ha establecido con los animales y el medio ambiente) y la deshumanización (la relación cruel y servil, escondida bajo la máscara de cariño y cuidados, que el ser humano ha construido con otros seres humanos). Si para Claeys y Sargent (The Utopian Reader) las distopias literarias son sociedades imaginadas peores que las sociedades en las que viven las autoras o los autores que cultivan este género, Mugre Rosa y Cadáver exquisito reflexionan y, sobre todo, ponen en tela de juicio esta idea. Ambas narraciones son tan cercanas, tan nítidas, a la realidad que recientemente evidenció el SARS-CoV-2 o los efectos drásticos del cambio climático en todo el mundo, que más que distopías, estas novelas resultan ser analogías perfectas (casi espejos) de la realidad desconcertante, catastrófica e, incluso, apocalíptica que vivimos hoy en día.

La ficción nos alcanzó. Narrada en primera persona, Mugre rosa relata la historia de una mujer que tiene que sobrevivir, o más bien convivir, día a día, con una peste materializada en un viento rojo pestilente que arrasa con la naturaleza y con los seres humanos. Gracias a su destreza verbal, casi poética, Fernanda Trías describe imágenes sumamente poderosas, no sólo para construir atmósferas de incredulidad, desasosiego, miedo o soledad, que están presentes a largo de la novela, sino también para abordar una de las tantas ideas valiosas que erigen Mugre rosa: los desastres se cocinan a fuego lento.

Lo anterior no sólo se ve reflejado en las múltiples desgracias sociales y naturales a las que se enfrenta la protagonista en su cotidianidad: un día la playa parece exhalar apaciblemente debido a los cientos, miles, de cangrejos que se desbordan en la arena; días, meses, años después, los hospitales están colapsados por los enfermos agudos o crónicos que poco a poco se despellejan en vida en una cama de la sanidad pública como efecto de la peste roja. Son avisos, sí. Les hicieron caso, no. Otro día, la luz enceguecedora que irradian las escamas de los miles de peces muertos cautiva la mirada de los que acuden a ver el “espectáculo” a las playas; días, meses, años después, el gobierno decide solucionar la falta de alimentos y licúa los restos de animales muertos con amoníaco y otros químicos, la mugre rosa, en modernas plantas procesadoras (el orgullo de la nación) y distribuye la mezcla entre la población, quien la recibe en forma de patés empaquetados en tubos de pasta dentífrica. A partir de estas señales que pasan desapercibidas para la colectividad, se va construyendo un paralelismo con la vida emocional de la protagonista.

Ella, por su parte, es incapaz de ver las señales que le anuncian el final de una relación que estaba destinada al fracaso con Max, su expareja, quien termina en el pabellón de enfermos crónicos, víctima de la peste roja. O el vínculo dependiente y conflictivo que mantienen con su madre, una relación más de falta de amor que de odio, a la que tampoco se decide a ponerle fin. Sin embargo, la relación más problemática es la que establece con Mauro, un niño que padece un extraño síndrome que le provoca hambre todo el tiempo y quien es incapaz de comunicarse de forma clara con el mundo. La protagonista de Mugre rosa asume el cuidado o la atención de otras personas para que su vida no se le escape, a pesar de esas “pequeñas” señales catastróficas. Max no deja de ser un adolescente inmaduro e insolente que la deja sin palabras con sus contestaciones mordaces o acciones kamikaze (contagiarse de la peste por voluntad propia). O también para mantener una estructura en forma de rutina que sostenga la vida no del otro, sino la suya. Resulta paradójico que aun cuando la protagonista ha reunido el dinero suficiente para mudarse y salvarse de la peste, decide quedarse al cuidado de Mauro, quien finalmente la abandona. Entonces, los lectores nos preguntamos: ¿quién necesita a quién? Tal parece que la atención hacia Max o el cuidado de Mauro le proporcionan a la protagonista cierto control en plena incertidumbre por la peste, la muerte y el abandono. El desasosiego, cual neblina, lo habita todo.

Las cuestiones antes planteadas son una constante en la narrativa de Fernanda Trías. En su novela La azotea, por ejemplo, ya problematiza las relaciones difíciles entre padres o madres e hijas, la sumisión o el sometimiento que implica el cuidado del otro, y los efectos de la reclusión voluntaria o involuntaria. Es interesante que la autora uruguaya ponga a sus personajes a habitar el encierro, porque más que sosiego, calma y salvación, es justo ahí donde se encuentran a ellos mismos… y las cosas nunca salen bien.

Por otro lado, Cadáver exquisito es una novela ambientada en Buenos Aires, Argentina. Marcos Tejo, el protagonista, se ve enfrentado a sus conflictos emocionales más oscuros cuando recibe como regalo a una mujer criada (o creada) para el consumo humano. La novela de Agustina Bazterrica nos pone frente a una sociedad de humanos que consumen humanos; así, sin miramientos. Uno de los grandes valores de la literatura de esta autora argentina es que no le teme al poder sugestivo de las palabras, ni mucho menos a las imágenes altamente gráficas, detalladas y perturbadoras que acuña en servicio de una historia incisiva para estos tiempos de pandemia.

Bazterrica establece, desde un inicio, las coordenadas temáticas de su novela a través de Marcos Tejo, gerente general del frigorífico Kieg: uno de los rastros legales más importantes que cría, faena y procesa humanos. A partir de un narrador en tercera persona, seguimos el día a día en la vida de este apocado gerente que, poco a poco, se ha ido quedando solo: su mujer se ha ido con su madre a pasar el duelo de su hija muerta, su padre vive su locura encerrado en un geriátrico y a su única hermana no la soporta. Llama la atención que los personajes que habitan Cadáver exquisito y Mugre rosa son abandonados a la soledad, es decir, no tienen ninguna relación significativa con alguien más; aunque lo intentan y el resultado casi siempre es una relación poco equilibrada.

Cuando Marcos Tejo recibe su regalo no sabe qué hacer con él. Instintivamente, encierra a la mujer en un granero; luego la deja entrar a su casa, donde le enseña a vestir, a comer y a bañarse. Es decir, va “convirtiendo” a la mujer del rastro en un ser social. Ambos inventan un lenguaje a partir de pequeños gestos o acciones para comunicarse (a los hombres y mujeres de los rastros les cercenaban las cuerdas vocales). Así se hacen compañía y la mujer del rastro termina embarazada… Como lectores podríamos pensar que son dos “seres humanos” que se encontraron en un mundo totalmente horrible y desequilibrado, por lo que merecen, si no un final feliz, algo parecido a la paz o la tranquilidad, pero Bazterrica plantea, a lo largo de su novela, el siguiente dilema: los seres humanos son compasivos o utilitarios. El destino de Marcos Tejo dependerá de la respuesta que él plantee a esta interrogante.

Inevitablemente, Cadáver exquisito pone contra las cuerdas a los lectores. Señala de forma incisiva la crueldad, la vileza, la desigualdad, lo inhumano, lo vil de los hombres. Los edifica como seres “magnánimos”, capaces de faenar a su propia especie. Uno de los aciertos de Cadáver exquisito es que en lugar de ser los animales los sacrificados, lo son los humanos; lo que deja muy clara la inhumanidad de la humanidad.

Más allá de pandemias, pestes, desastres naturales o sociedades peores a las de nuestro tiempo, Mugre rosa y Cadáver exquisito son novelas que reflexionan sobre la condición humana… y creo que en ellas no salimos bien parados.

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