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Lo esencial de Borges: el misterio
Roberto Abad comment 0 Comentarios

Jorge Luis Borges nos enseñó que el lenguaje puede crear paradojas universales. Que los textos, aun publicados, son cuerpos moldeables y perfectibles. Que la traducción de un libro puede ser mejor que el original. Que la literatura fantástica es un camino de obsesiones. Que vale la pena descomponer la realidad con mitologías propias. Que un cuento es capaz de contener el infinito, y que su lugar no es menor en ninguna literatura. Borges nos iluminó una parte del todo con una antorcha intensa y compleja, y todavía hoy, desde un pasado inmaterial, sigue dando cátedra a través de las conversaciones que mantuvo en universidades de Estados Unidos, que Lumen reunió bajo el nombre Borges: el misterio esencial (2022), gracias al trabajo recopilatorio y de traducción de Martín Hadis.

Habría que decir primero que con Borges pocas veces se conversaba; lo que sucedía casi de manera inevitable era que el interlocutor fungía el papel de escucha tras lanzar una que otra provocación. Comúnmente, se le cuestionaba sobre su obra, sus temas y sus autores predilectos (que son los de siempre: Chesterton, Stevenson, Whitman, Poe, más unos cuantos); estos textos no son la excepción. Siempre con un dejo respetuoso y de hechizo, personalidades como Dick Cavett o el mismo Willis Barsntone –a cargo de esta edición y de las fotos que la integran– buscan la manera de revelar el secreto de Borges, con preguntas que van desde el significado de alguna frase o declaración, hasta acotaciones sobre su memoria y sus sueños. En todos los casos él responde con la agudeza y la ironía natural que lo caracterizaban. La deferencia por parte de sus entrevistadores a veces resulta excesiva, pero incluso en los momentos de mayor sobriedad o en aquellos en que los sobrepasa la improvisación, el argentino se permite ser perspicaz: “¿Alguna vez habló con un Borges futuro…?” “No, eso aún no ha ocurrido. Todavía no he podido concretarlo, pero lo he pensado” (p. 160).

Quizá por la falta de rectitud que asumen los entrevistadores, las participaciones más arriesgadas son las del público, en su mayoría estudiantes, que, despreocupados por parecer correctos, interrumpen, toman la palabra y rompen con la diplomacia: “¿Por qué en muchos de sus cuentos hay personajes que parecen intelectualmente pretensiosos”, “Debe ser porque yo soy pretensioso. Soy un tanto presumido” (p. 144). “¿Querría decirnos algo sobre el uso de la violencia en sus cuentos?” “Puede ser atribuido al hecho de que mi abuelo murió en combate, y mi bisabuelo ganó una batalla con carga de los Húsares” (p. 175). Estas intromisiones le permiten a Borges abrirse de otra manera y pagar con la misma franqueza.

Uno de los encuentros más interesantes es el de la Universidad de Indiana, en 1980, donde se leen varios de sus poemas y en lugar de hacerle un examen sobre sus símbolos, dejan que dé un comentario; Borges, con plena libertad –cada tanto hace el comentario de que se encuentra entre amigos–, desentraña las motivaciones emocionales e intelectuales de los textos, y deja entrever los puntos de partida, aun los más íntimos: “Me dije: voy a escribir un poema que sea estéticamente bello –me pregunto si lo he conseguido– pero, para lograr esto, voy a escribir además un poema que no tenga significado alguno”, dice acerca del poema “Fragmento”.

Borges es uno con sus textos; pero en ellos habita la huella de muchas otras presencias, vivas en su momento y fantasmas de siglos pasados. Me causa una curiosidad especial la forma en que dejaba a sus padres ser parte de su literatura. Cuando terminó de escribir Fervor de Buenos Aires, le pidió a su padre que se lo corrigiera y en su momento se negó, con el argumento de que él debía cometer y enmendar sus propios errores. Tras la muerte de su padre, halló un ejemplar del libro con correcciones y poemas enteros tachados, versión que agregó a las Obras completas. Asimismo, vemos a un Borges indeciso ante la resolución del cuento “La intrusa”, y a su madre al rescate dictándole ese final trágico.

Es refrescante oírlo hablar (su palabra en el papel tiene un efecto sonoro como el que causa Rulfo; uno puede escucharlos), hablar de su cercanía con el cine y de sus opiniones sobre Hitchcock, así como su relación con la música y, en específico, con las milongas. Durante sus encuentros, ahonda en la pesadilla como tópico y desarrolla varias de sus ideas plasmadas en Siete noches. Esta reciente compilación de entrevistas de la década final de su vida, retrata un Borges hastiado ya de la existencia, pero también expone aquellos elementos que lo hacían un escritor memorable: la generosidad de la palabra, la amistad, las lecturas, la guía. Eso mismo, la guía que a más de tres décadas de su muerte nos sigue brindando.

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