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Siete y una noches
Roberto Abad comment 0 Comentarios

Maupassant escribió uno de los inicios más hermosos de la literatura en su cuento “La noche” (1887): “Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician”. Jorge Luis Borges tenía esta misma devoción por la noche, tanto que la adjetivó como nadie, nunca, podría volver a hacerlo: la unánime.

La noche es el lugar de las obsesiones. Y no es gratuito que las conferencias que Borges ofreció, entre el 1 de junio y el 3 de agosto de 1977, en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, hayan encontrado el nombre de Siete noches (FCE, 1980 / Lumen, 2023). Tanto en la versión en video como en los textos transcritos, el escritor argentino nos ofrece una cartografía de tópicos que si acaso reconocemos es porque él mismo se encargó de repensar en sus cuentos y ensayos. Estas conferencias son la constatación de un mundo literario que fue construyendo desde sus primeros textos, en el que la inmortalidad, lo infinito, los clásicos y los sueños fungen como puntos cardinales.

Cuenta Ricardo Piglia en las clases que dio para la televisión pública argentina que lo primero que uno sentía al conocer a Borges era cercanía. Y hay algo de ello que alcanza a percibirse en varios momentos de la lectura, aunque lo único que tengamos sea una voz ahora escrita: “quiero confiarles, ya que estamos entre amigos, y ya que no estoy hablando con todos ustedes sino con cada uno de ustedes (…)”. Otra forma en que generaba esa confianza sucedía tras elaborar un recorrido sobre la historia de un tema, digamos Las mil y una noches, para después, en un espacio que se sentía un silencio, hablar de sí, de su experiencia con el objeto y elaborar una hipótesis propia:

“Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad…” O podía ser aún más íntimo, cuando habla de la ceguera: “Yo vivo en ese mundo de colores y quiero contar, ante todo, que si he hablado de mi modesta ceguera personal, lo hice porque no es esa ceguera perfecta en que piensa la gente; y en segundo lugar, porque se tratada de mí”. Ya fuera al hablar de la Cábala, del budismo, de la pesadilla, de la Divina comedia o de la poesía, se puede ver un desprendimiento del escritor. No es el escritor quien habla, sino el lector que se sincera frente al otro, ese otro que somos tantos.   

Dos momentos me parecen curiosos. Si bien no dejan de ser enriquecedoras las reflexiones sobre la poesía o el Buddha, descubro con cierto gozo, en lapsos apenas distinguibles, a un Borges pícaro. En la conferencia sobre la Divina Comedia, el escritor refiere a dos condenados: “Dante ve a dos que él no conoce, menos ilustres, y que pertenecen al mundo contemporáneo: Paolo y Francesca. Sabe cómo han muerto ambos adúlteros”. Y más adelante acota Borges: “Francesca y Paolo sólo son lujuriosos. No tienen otro pecado…” Pienso en ese sólo donde la lujuria es poca cosa…

En la conferencia sobre el budismo, relata la historia del padre del que será el Buddha: “El padre sabe —los astrólogos se lo han dicho— que su hijo corre el peligro de ser el Buddha, el hombre que salva a todos los demás si conoce cuatro hechos que son: la vejez, la enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en un palacio, le suministra un harén, no diré la cifra de mujeres porque corresponde a una exageración hindú evidente”. Hay una pausa contemplativa, quiero creer, entre esta frase y la que sigue, luego un rubor: “Pero, por qué no decirlo: eran ochenta y cuatro mil”.

Son siete noches, pero siempre nos quedará una pendiente, en la que se encontrará el improbable lector con el autor de El Aleph (Lumen, 2019), donde será posible volver a escucharlo y verlo a través del lenguaje (quizá deba decir su lenguaje). Esa noche última nos espera generosa: nuestra vida también puede ser desdichada, pero ahí estará siempre Borges.

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