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Ofrendas literarias. Cormac McCarthy: outsider de la literatura
Carlos Priego Vargas comment 0 Comentarios

Cormac McCarthy murió el 13 de junio de este año, un escritor interesado en explorar la naturaleza del mal y el atractivo de la violencia a lo largo de su vida

En las novelas de Cormac McCarthy el sur de Estados Unidos es un territorio crudo y violento, un paisaje descarnado y despiadado donde el movimiento perpetuo de los que lo recorren es la fuga y la desesperada búsqueda de la esperanza que por inmaterial —¿inalcanzable?— resulta más nostálgica. McCarthy no es un escritor con una amplia producción: como novelista inició su carrera con El guardián del vergel (Debolsillo, 2011) y desde entonces solo escribió once novelas más en cincuenta y siete años: lejos de la sobrevalorada producción masiva, se preocupó por que cada obra fuera importante —porque Cormac McCarthy es un escritor que se entretiene escribiendo sus historias y entretiene, pero por lo general trata con seriedad a su lector— y lo consiguió: su carrera tiene uno que otro altibajo, pero ninguna errata alarmante. Una cosa es clara, la lectura de sus libros no puede compararse con la experiencia de escucharlo en vivo; en 2007 concedió una entrevista a Oprah Winfrey y los lectores pudieron percibir su carácter sumamente agradable, casi seductor. Es dificil pensar en un escritor estadounidense que haya participado menos en la vida literaria. El autor de Stella Maris no enseñó ni escribió periodismo, no dio lecturas públicas y concedió escasas entrevistas. Sus libros no se conviertieron en éxitos de ventas y la mayor parte de su vida no tuvo un agente literario. Pero entre un reducido círculo de escritores y académicos Cormac tiene una posición insuperable, quizá inversamente proporcional al reconocimiento de su nombre o de sus ventas. La obra de Cormac McCarthy es apulosa, intensa, profunda, sus novelas describen las acciones brutales de los hombres con un detalle insoportable a los que rara vez aplica una anestesia psicológica, es muy difícil equivocarse si se adopta el camino de la levedad, se sabe que es más arduo tomarse en serio a sí mismo sin caer en la vanidad y esto es lo que el escritor de Santa Fe, Nuevo México, hizo  — hasta su muerte este año—  con una coherencia y una sencillez sin precedentes. 

Por eso, a lo mejor, dio en el blanco en 2006 cuando la desconfianza en los planos político y financiero, a nivel global, se hizo un lugar común. La carretera (Random House, 2022) es la novela que se debía publicar en esos tiempos de pérdida de valores —como contenedores morales— que justifican las elecciones de los hombres como especie, una exploración del canon moral que regula las relaciones humanas —McCarthy no se anda por las ramas, estando tan grueso el tronco— expresado en las andanzas de un padre con su hijo que intentan sobrevivir en un país devastado donde la comida escasea y todos se han convertido en carroñeros: “Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo”. El término «supervivencia del más fuerte» suena cierto aquí: quedan muy pocas personas y los amigos se han extinguido. Esencialmente, esta es una historia sobre naturaleza vs. crianza, compromiso y promesas y, aunque no hay muchos personajes, hay abundante vida en la prosa. Nos recuerda cómo McCarthy ha dominado el mundo exterior de nuestros círculos domésticos y sociales, y cada descripción se lee como si hubiera sacado una escena del paisaje y la hubiera pegado en el libro. Utiliza metáforas como algunos escritores utilizan la puntuación, salpicándolas con ojo de artista, mostrándonos que la literatura del corazón todavía existe. No hay decepción en La carretera, una novela muy política que apareció para la noche oscura del mundo. Una novela distópica, sin estridencias, que transpira soledad. Y es que es el cuestionamiento de McCarthy fue constante, nunca obvio y siempre mucho más profundo que un simple arrebato. Al igual que Flannery O’Connor, el autor de Suttree estaba del lado de los inadaptados y los anacronismos de la vida moderna en contra del progreso.

Sus personajes suelen ser seres marginados: indigentes, criminales o ambos; sin hogar o en unos demasiado diminutos, se las apañan en los bosques o a bordo de caballos en los secos espacios de los desiertos. McCarthy se mueve justo ahí, entre la desesperanza y el fracaso y en la oscuridad que envuelve a los escenarios que aparecen en su obra, lugares umbríos que parecen simbolizar el alma vacía de los habitantes de EEUU y del mundo.

En Suttree (Random House, 2011) cuenta la historia de un hombre que ha repudiado a sus padres acomodados, abandonado a su esposa y ahora es un pescador de río que se asocia con ladrones, traperos y otros marginados; y, seis años más tarde, apareció Meridiano de sangre (Random House, 2023), la obra maestra del escritor, una novela larga y abrumadora en lugar de sobria e inquietante, y retrata un mundo donde el amor, o incluso la decencia humana básica, parece tener poca o ninguna importancia. Lo cierto es que el escritor norteamericano decidió utilizar esos temas como sello característico de su trabajo, asesinatos, genocidios, necrofilia, canibalismo, incesto: no hubo ningún tema provocativo que no abrazara de frente. “Traté de ver las cosas con perspectiva, pero a veces estás demasiado cerca”, sentenció el autor en No es país para viejos (Random House, 2023). Es probable que McCarthy no haya escrito pensando en los problemas del mundo, pero es sintomático que en sus obras aparezcan, a manera de pinceladas, algunos de los grandes problemas que se plantea la literatura. McCarthy podía narrar la violencia en una prosa singular, deslumbrante y a menudo pirotécnica, y su trabajo atestigua que tener en cuenta la naturaleza humana significa mirar lo peor de lo que somos capaces de hacer.

Luchar contra gigantes

Un gran tema de Cormac —que no tiene tantos como suele ocurrir con los grandes artistas— es la lucha contra fuerzas que son más grandes, a menudo malévolas y que no son del todo legibles para sus protagonistas. El ejemplo más claro —y más hermoso— es su aclamada novela La carretera, donde aparece un padre con su hijo cuya lucha por la supervivencia es todo lo que importa, incluso en medio de lo que resultará ser un evento de extinción masiva. “Evoca las formas”, escribe McCarthy en su novela, «cuando no tengas nada más, construye ceremonias con el aire y respira sobre ellas». El vínculo de lo universal con lo sagrado es lo que permite que el sentido de cada una de las acciones de sus personajes se sopesen  bajo el aspecto de la eternidad. En el sur —región por la que el escritor sintió gran admiración— la lectura y recitado de los relatos biblícos constituyen algo tan familiar como respirar, la luz que se desprende del vínculo de lo universal y lo sagrado permite al escritor creer que todavía hay algo creíble, aunque para la mentalidad moderna eso no pueda ser admirable.

Cuando las últimas novelas de McCarthy, El pasajero (Random House, 2022) y Stella Maris (Random House, 2022), aparecieron el año pasado, algunos lectores quedaron sorprendidos por lo aparentemente diferentes que eran de su novela anterior. Los hermanos Bobby y Alicia Western no participan en actos de violencia diarios, no viven en un mundo de escasez y tienen intereses intelectuales abstractos como la física y las matemáticas. Pero si se mira de cerca, los antiguos énfasis de McCarthy siguen ahí. El padre de los hermanos trabajó en el Proyecto Manhattan y ellos luchan con el legado de ese poder destructivo que cambia el mundo. Luchan contra una pérdida y un dolor devastadores, así como con la comprensión de que ningún método de comprensión puede abarcar completamente el mundo, incluso si lo intentas con creatividad y brillantez.

Outsider como héroe moderno

Cormac McCarthy fue un enigma. Para muchos su hostilidad hacia el mundo literario pareció genuina —y él apenas se tomó tiempo para demostrar lo contrario— se trata de un escritor que prefirió hablar casi de cualquier cosa antes que de sí mismo o de sus libros. El silencio de McCarthy sobre su persona generó una serie de leyendas sobre sus antecedentes y su paradero. En realidad, McCarthy sugirió que la única verdad final a la que los humanos tienemos acceso real radica en el esfuerzo de cada uno. Sólo que Cormac es un escritor que no se impone como tal, y esto no es falsa modestia, sino porque sus preocupaciones están más cerca de la narración y en este sentido de los escritores nortaemaricanos modernos. No hay nadie remotamente parecido a él en la literatura estadounidense contemporánea. Además, en vida, no se destacó por excentricidad alguna: ni la autodestrucción, ni el estatus icónico de Hemingway ni la santificación de Truman Capote: es un trabajador de la pluma, de viaje constante, sin escándalos ni depresiones o caídas. No tuvo problemas con otros escritores, no es célebre por sus excesos ni romances. “Todos los amigos que tengo son simplemente aquellos que dejan de beber”, dijo en 1992 en una entrevista para el New York Times, y complementó: “si hay un riesgo laboral al escribir, es beber”. Todos los mitos están en sus obras y McCarthy los refierió, no los vivió. Nadie puede decir que su vida fue más interesante que sus relatos, y hay que hacer una lista de escritores de quienes pueda decirse los mismo. Su interés fue el de capturar el espirítu de una época.

Cormac McCarthy no es el futuro y tampoco el pasado, fue un escritor que le habló al mundo que no existe. Fue una leyenda y al mismo tiempo es el presente. Cormac McCarthy murió este año. Pensamos que no nos abandonaría nunca. Lo llevamos en el corazón. Como él nos llevó siempre. Es un gran escritor. Siempre lo fue. Aunque ya no está aquí, él puede seguir hablándonos. A través de su obra puede hablarnos y nosotros hablar con él. ¿Lo escucharemos? Sí, claro que sí. Tenemos que hacer como si imagináramos que conversamos. Y lo escucharemos. Tenemos que practicar. A él no le hubiera gustado que nos rindieramos nunca. 

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