Dedicar la vida a los estudios históricos dentro y fuera de la academia no resulta fácil para quienes fabrican Historia, puesto que, desde la institucionalización de este oficio en México durante la década de los años 40 del siglo XX, la sobre especialización, la demanda de libros, artículos, conferencias y demás actividades para incrementar la currícula o satisfacer rubros burocráticos fuera de la disciplina, aquejan a los historiadores y además corren el peligro de alejarse de su entorno social. Tras casi media década de dedicación a este oficio y después de ser director de institutos, de publicar libros, ser responsable de cátedras y formador de académicos, Enrique Florescano objetó en La función social de la historia que lo antedicho resulta problemático porque es difícil que la Historia salga de las aulas, de los institutos y que los resultados historiográficos permanezcan dentro y para un selecto grupo de lectores.
Además, en el mismo libro citado, Florescano indica los cambios cuantitativos y cualitativos que sufrió el oficio del historiador en México entre el siglo XIX y XX. En primera instancia, después de la revolución de independencia, quienes escribían análisis históricos estaban inmersos en la vida pública desde la política, sociedad, economía y las letras. Entre ellos, Lorenzo de Zavala, Carlos María de Bustamante, José María Luis Mora, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez, entre otros. Por ende, sus estudios respondieron a las necesidades y preocupaciones inmediatas del incipiente estado mexicano.

Asimismo, entre 1900 y 1920 esta sintonía persistió y los críticos disertaron sobre el devenir nacional en consonancia con la crisis del Porfiriato, la Revolución mexicana y los primeros gobiernos posrevolucionarios; por ejemplo, Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez, La sucesión presidencial de Francisco I. Madero, La tormenta de José Vasconcelos o La querella de México de Martín Luis Guzmán. En palabras de Florescano, siguiendo su texto La función social de la historia, estos escritos respondieron a coyunturas específicas y sus autores no eran propiamente historiadores-académicos, aun cuando navegaron desde la apropiación de un discurso histórico para justificar sus disquisiciones políticas.
Por otro lado, tras la institucionalización de la vida nacional en 1940, los estudios históricos comenzaron un camino hacia su profesionalización, donde destacó el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto de Historia de la UNAM (actual Instituto de Investigaciones Históricas), el Colegio de México y el Colegio Nacional. En ellos, se prioriza el conocimiento del pasado y la disyuntiva de los clásicos griegos y su concepción de la historia. Es decir, las máximas homéricas, polibianas y ciceronianas, i.e. si el acontecer humano debe tener una función práctica desde la rememoración oral, si se debe apelar a un conocimiento universal del mundo explorado o si la historia es maestra de la vida, respectivamente. También inició de forma profesional el análisis del pensamiento histórico de occidente y la cuestión de las diversas formas de hacer historia, ya sea desde la política, el análisis de los discursos clásicos o a través de una revisión exhaustiva de las fuentes de archivo. Después, en palabras del historiador inglés Peter Burke, el horizonte del acercamiento a la historia se bifurcó hacia los estudios de los anales, de larga duración, económicos, seriales, subalternos, materialistas, de la clase obrera, sociales, culturales, del arte y un largo etc.
La postura crítica de Florescano apunta a que existe una fractura y disociación entre la vida política del día a día y el quehacer histórico profesional, ya que los segundos privilegian el estudio de los archivos, la historiografía y demás elucubraciones académicas que, no por denostarlos y con sus honrosas excepciones, parecen quedar fuera de las explicaciones y aportaciones para ofrecer soluciones a las coyunturas contemporáneas. Dicho sea que, precisamente, Florescano osciló entre ambos mundos y supo sacarles provecho. Así, su paso por las instituciones académicas dedicadas a fabricar historia, su conocimiento de fuentes de archivo, de escuelas historiográficas, la redacción de textos, libros, conferencias y un continuo estudio de la historia universal y de México, lo guiaron a difundir el devenir del ser humano fuera de ese mundo hermético.
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Entre los estudios de Florescano y su interés por la función social de la memoria como ejercicio heurístico y hermenéutico, dedicó textos al pasado mesoamericano y a cómo estos pueblos configuraron su pasado histórico como representación y justificación de un discurso político que los ponía en el primer orden de la vida dentro de su devenir social.
Florescano destacó en Memoria indígena cómo se pensaron a sí mismos los mayas, mixtecos y mexicas. Estos pueblos estuvieron inmersos en una larga tradición oral y, conforme pudieron establecer un señorío con estratificación social diferenciada mediante diversos quehaceres entre los trabajos materiales e intelectuales, pudieron preservar esta memoria histórica en códices, jeroglíficos y fuentes ideográficas. La aportación de Florescano al pasado mesoamericano es que apoyó las tesis que rechazaron la influencia Europea en la representación histórica de aquellos pueblos.
Es decir, algunos estudiosos argumentan que los frailes llegaron a escribir este devenir mesoamericano en función de afianzar la conquista espiritual con una visión eurocéntrica. No obstante, con base en una lectura comparativa y de confrontación de fuentes, Florescano y otros historiadores arguyen que los mayas, mixtecos y mexicas crearon una memoria histórica y política propia. Los textos básicos para ello son el Popol Vuh, relativo a los mayas; el Códice de Viena para los mixtecos y la Piedra del Sol de los mexicas, donde se relata el surgimiento de su cosmogonía con base en los cinco soles que guiaron la formación del Inframundo, la sección terrenal y los astros. Los cuatro primeros están en dirección hacia los puntos cardinales y el quinto sol permanece en el centro. De aquí se desprende que los pueblos mesoamericanos, como lo hicieron en su momento las civilizaciones indoeuropeas, fueron capaces de construir un discurso histórico con elementos en común, pero que cada uno de ellos les otorgó una forma particular que dió especificidad al fenómeno en cuestión.
Si bien Memoria indígena representó una aportación considerable a los estudios mesoamericanos en función de la interpretación de las fuentes y de la memoria como conocimiento histórico, Florescano continuó inmerso en el esclarecimiento de la epistemología y gnoseología del pasado mesoamericano. Además, es menester señalar que escribió textos con un soporte crítico de fuentes bien estructurado y, mejor aún, para un público amplio e interesado en este campo de conocimiento. Entre aquellos, destacan sus últimos libros Dioses y héroes del México antiguo (Taurus, 2020) y Los orígenes del poder en Mesoamérica (Taurus, 2022).

Ambos estudios se complementan, ya que en el primero Florescano persiste en señalar el surgimiento de los pueblos maya, mixteco y mexica a través de su concepción de los dioses y cómo estas sociedades actuaban en función de ellos. En el segundo, se adentra en el análisis de las fuentes arqueológicas, códices y, sobre todo, en las de tradición indígena que corresponden con los textos de los miembros de las órdenes mendicantes. De ellos destacan las interpretaciones de Fray Bernardino de Sahagún, Fray Juan de Torquemada, Fray Bartolomé de las Casas, entre otros; el hilo conductor de estos estudios es esclarecer la génesis del Estado mesoamericano.
Cabe recordar que los mayas, toltecas, tlahuicas, teotihuacanos, entre otros, eran sociedades estratificadas con pleno uso de la razón político-económica, junto con actividades que ahora podríamos llamar socioculturales plenas para sustentar una civilización. El culmen de lo anterior se presentó con los mexicas en Tenochtitlan, donde hubo un poderío dentro y fuera de la Cuenca de México. Además, los tlatoanis pudieron asegurar la organización de mano de obra para levantar templos, basamentos piramidales, tuvieron acceso a tributos, hubo una estructura educativa, religiosa, comercial y, por supuesto, bélica con tintes teocráticos.
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Como parte de los festejos del bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución mexicana, respectivamente, en 2009 fueron editados algunos textos conmemorativos donde presentaron a un público extendido episodios de la historia del país. Entre ellos publicaron los Ensayos fundamentales (Taurus/Colmex, 2009) de Florescano, ahí se presenta un recorrido por su obra historiográfica, junto con los temas más destacados y atendidos por él, mismos que deseó que llegaran a todo aquel interesado aun cuando no fuese un historiador profesional.

En el primer ensayo, desde la tradición histórica económica y serial francesa, Florescano entró de lleno a los análisis cuantitativos y cualitativos en relación con las fluctuaciones y consecuencias de los ciclos y crisis agrícolas del maíz en Nueva España entre 1708 y 1810. A más de 50 años de la redacción de este texto, permanece vigente y parece que puede recobrar fuerza, ya que el historiador destaca cuáles fueron las condiciones estructurales, sociales y meteorológicas que influyeron en el comportamiento de los ciclos agrícolas.
Aun cuando la política económica de Nueva España fue evitar las crisis agrícolas, se tiene noticia de que los hacendados guardaban una parte considerable de la cosecha para alimentar a los animales de carga y de labor en el campo, ello también hizo mermar las reservas de maíz en los pósitos y alhóndigas virreinales. Por lo tanto, los precios siguieron incrementando entre 1785 y 1811, este lapso reportó las mayores ganancias de los propietarios de la producción agrícola, hacendados, comerciantes y agiotistas. Florescano destaca que por ello no fue nada extraño que en el Bajío surgiera el descontento de los sectores menesterosos y del clero, quienes abogaron por ideas ilustradas humanistas contra las prácticas de los hacendados a cargo del maíz; esta es una razón interna de la fractura socioeconómica novohispana.
Florescano indica que después de la crisis económica de 1929 los estudios históricos rechazaron las tesis que explicaban estas adversidades económicas desde procesos estructurales donde también influía el clima. Por el contrario, en esta segunda década del siglo XXI podemos observar cómo los factores retomados por Florescano para estudiar los precios y las crisis agrícolas del siglo XVIII e inicios del XIX, pueden retomarse en su justa dimensión histórica sin caer en anacronismos. Baste señalar la crisis de granos que explotó tras el conflicto ruso-ucraniano en febrero de 2022 y cómo afectó las cadenas de producción y distribución de materias primeras, la bolsa de valores bajó, depreciación de monedas con poco o débil respaldo fiduciario y, también, cómo el cambio climático es un factor en los ciclos agrícolas contemporáneos a escala mundial.
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Como parte de los estudios y aportaciones a la historia de México, destacan las indagaciones de Florescano acerca de los orígenes y significados de la bandera nacional, que los plasmó, junto con el historiador Moisés Guzmán Pérez, en Historia de la bandera mexicana, 1325-2019 (Taurus, 2019). Ahí apuntaron las circunstancias políticas en las que se gestó y cómo cambió a través de los años, también explican qué influencias tiene y el uso de los diferentes símbolos en las diferentes banderas históricas relacionadas con México. En este viaje histórico, Florescano indaga sobre otros estandartes que jugaron un papel en su formación. Por ejemplo, las banderas que se utilizaron en la guerra de Independencia, y durante las diferentes formas de gobierno a lo largo del siglo XIX y cómo, hasta el siglo XX, tras la institucionalización del Estado mexicano, la bandera cobró su forma actual.
Enrique Florescano cesó sus actividades el pasado 23 de marzo del presente año y, aunque ya no esté con nosotros, su memoria y aportaciones a la historia mexicana han traspasado el continuum histórico y seguirá formando y enseñando desde su legado escrito a toda persona interesada en conocer el pasado de México en su carácter de Estado-nación.

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