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Los padres de Héctor Abad Faciolince
Carlos Priego Vargas comment 0 Comentarios

Una novela breve, toda ella de excepción, marcada por la familia, la paternidad y el hogar; una ficción sobre la amistad y el matrimonio que une y separa. Publicación notable del escritor latinoamericano.

Tal vez en la novela Salvo mi corazón, todo está bien (Alfaguara, 2022), última novela publicada por el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, podemos hallar la justificación o una de las características más interesantes de la obra del creador de El olvido que seremos. Salvo mi corazón, todo está bien es una casa/narración que se construyó para habitar por décadas. Se beneficia de una buena estructura que sobrevivirá los ataques más inclementes del tiempo, presenta una composición ordenada, posee existencia de unidad en el relato, en ella comparecen escenas bien hilvanadas, presenta una exposición resuelta y una gran cantidad de relatos conectados que navegan hasta llegar a buen puerto y lograr una unidad; en resumen, una morada que se edificó para perdurar por mucho tiempo. La novela aquí reseñada es una construcción con cimientos sólidos y fuertes, cuenta con ventanas y conductos especiales que permiten la circulación del aire, dispone de un buen sistema de drenaje y un techo firme que no deja filtrar el agua y protege de los inclementes rayos del sol. En buena medida, y creo esto es lo más singular en Salvo mi corazón, todo está bien, la literatura del escritor colombiano está formada por escenas básicas —que plantean una intriga, un desarrollo y un desenlace— que con los elementos justos consigue atar algo al inicio de la narración que logra desatarse durante el camino que el lector transitó para llegar al final.

En las trescientas veinte páginas que la componen, Faciolince deja constancia del panorama latinoamericano de la literatura que tiene, y a partir de ahí, recrea drama, captura el mundo de lo cotidiano y hace partícipe al lector, recordándole que el mejor lugar del novelista no es sentado frente a la máquina de escribir, sino inmerso en el mundo, en el campo de batalla de la vida real. Hoy en día son hombres como Héctor Abad Faciolince los que recuperan el mito del bastardaje simbólico —todos somos hijos de Pedro Páramo— para desdibujarlo, refundarlo o astillarlo hasta que no quede nada de él. Para cumplir con el reto autoimpuesto, la premisa que determina la novela que aquí comentamos es sencilla: el padre Luis Córdoba, por un problema de FE (fracción de eyección) en el corazón, se muda a vivir a una casa nueva que es habitada, al mismo tiempo, por dos mujeres y sus tres hijos, quienes fueron abandonados por sus padres. En poco tiempo el sacerdote, sin intención, comienza a desempeñar el papel de jefe de familia y comienza a replantearse su vocación de cura. Después de leer esta premisa mi primera reacción fue pensar: ¿cómo no se me ocurrió a mí? Aunque no lo parezca, la idea que formula la historia, además de responder a la pregunta ¿de qué trata?, posee cuatro componentes que la convierten en una excelente novela: ironía, una imagen mental sugerente, está orientada a un público específico y tiene un título contundente.

Al recorrer los caminos de la literatura latinoamericana, el escritor conoció gente, curioseó hasta el cansancio, divagó, leyó y buscó encarecidamente la libertad y el tiempo para escribir. Lo novedoso e interesante del asunto que plantea es que nos confirma que la relación que podemos hallar rápidamente entre cierto tipo de padres —hombres cuya única claridad es su ausencia— e hijos abandonados continúan siendo temas propicios para escribir novelas. Los personajes de Faciolince nos hacen reír, soñar, llorar, sufrir, pensar y reflexionar con esa mezcla de realidad y fantasía —la novela está inspirada en un personaje de la vida real: Luis Alberto Álvarez—, dónde conjuga las experiencias de su propia vida — el autor superó una operación de corazón—, sus lecturas, su lenguaje con lo imaginario y en todas las ocasiones el resultado fue capturar distintas vidas que se entrelazan además de encontrar los distintos ritmos que las unen y separan.

La elipsis narrativa de Héctor Abad Faciolince emociona a los lectores de “novelas bien hechas”, es decir, adheridas a la lógica y sin resquicio de misterio. La cercanía de Salvo mi corazón, todo está bien a una prosa clara, sencilla, totalmente desprovista de adornos y florituras —y no por eso estéril, carente de crítica o comprometida—, tranquiliza al lector porque los hechos que narra el escritor colombiano tienen un solo sentido. Este hallazgo une a Héctor Abad Faciolince a categorías como “realista”, “documental” o “fiel reflejo de la realidad” que un sector de la crítica literaria aún aplaude.

La descripción de la naturaleza de Héctor Abad Faciolince no se da como un fenómeno aparte de la novela, jamás es un descanso en la historia sino más bien un tono completo que desde las primeras páginas penetra la conciencia del lector y de sus personajes: “La casa a donde se fue a vivir Córdova tenía cuatro cuartos, como cualquier corazón. Cada cuarto, al llegar la luz de la calle, emanaba su propia sombra y su propio latido. No sé si todo el mundo sentía esa pulsación, pero yo la podía percibir”. Así es la naturaleza de Faciolince porque así la ven o la recuerdan los personajes (los protagonistas y Aurelio “Lelo” Sánchez, el narrador) que habitan en su novela. Inmediatamente hay que decir que no se trata de una naturaleza fortuita y mucho menos desagradable para los sentidos aun cuando forma parte de un universo en conflicto, la marca de agua que aparece en este relato es la imagen de Colombia de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Hay una Colombia de luz en Faciolince representada en Luis Córdoba y la casa que habita: “lo único verdaderamente asombroso en esta ciudad y en este país, lo verdaderamente extraño, era la bondad, y el gordo era un caso insólito y ejemplar de eso, era un hombre bueno en medio del horror y la maldad”. Hay una Colombia de fuego, sombría: “nosotros vivíamos en un sitio donde reinaba la violencia, la crueldad y el ultraje; nos habíamos acostumbrado a vivir en un matadero de sicarios, ladrones, mafiosos, guerrilleros, paramilitares, políticos corruptos, soldados y policías sin hígados y sin escrúpulos”. Y el resumen de las dos regiones, áspera y agradable: “la casa amarilla y verde de Teresa, espaciosa y fresca, reunía las condiciones especiales para esperar allí, con mucha paciencia”.

Algunas situaciones contadas en esta novela resultarán al lector menos familiares que otras, aquí van tres: hay que poner mucha atención en el inventario de animales que Lelo Sánchez hace de los animales de compañía que convivieron con el protagonista, las ocasiones en que Luis se decidió a llevar una vida atlética y el esfuerzo terminó en un elefante de 180 kilos dando saltos en el segundo piso de la casa o los constantes arrebatos emocionales de los que el cura era víctima; pero eso es lo divertido de obras así. Cada escritor tiene su propio mundo, sus obsesiones, su estilo —naturalmente formado por las experiencias de su propia vida— sus lecturas, su lenguaje. Así como al entrar a un museo podemos identificar con facilidad un cuadro de Diego Rivera y diferenciarlo de uno de Siqueiros o uno de Carlos Mérida; igualmente podemos asemejar al autor de un cuento a partir de su lectura. Diferenciar a un Gabriel García Márquez de un Julio Cortázar es un asunto bastante sencillo que no debería atemorizar al lector una vez que se enfrente a ellas. Generalmente, los novelistas son monotemáticos y eso no es precisamente un defecto. Marcados temas preocupados por la familia, la paternidad y el hogar; una ficción sobre la amistad y el matrimonio que une y separa, pero también sobre la vocación y la orientación sexual; en resumen, una obra que orbita alrededor del costo de la vida de madres y padres, esposos y esposas, hijos e hijas abandonados, todos son temas que Héctor Abad Faciolince capturó en esta novela.

Con un magnífico sentido del humor y un lúdico juego del lenguaje —un Padre (líder religioso) que cuestiona devoción para convertirse en padre (varón que establece una relación de afecto con sus hijos); un sacerdote con problemas de FE (porcentaje de sangre que expulsa en cada contracción el corazón que, por cierto, nada tiene que ver con la fe de los creyentes)— Faciolince despliega una lectura personal y política de la literatura latinoamericana. La obra del colombiano es el reflejo de muchas preocupaciones del autor y brinda excelentes puntos de vista sobre un fenómeno literario, editorial,​ cultural y social. Una obra que se lee de corrido y cuyo repaso y relectura resultan vigentes e interesantes.

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