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Limpia, una obra llena de máscaras
Daniel Lávida comment 0 Comentarios

La pantalla abierta con un editor de texto; las bocinas con una playlist bien lo-fi de beats en los que cualquier improvisador o improvisadora podría montarse y hacer una rima magnífica si así lo quisiera; un libro electrónico lleno de notas con colores. Azul, rojo, amarillo y verde. Estoy seguro de que cuando comencé a leerlo cada color tenía una intención, un mensaje, ahora tengo más dudas de por qué esa sección del párrafo, por qué ese color, qué quería mi yo del pasado que recordara cuando lo viera.

Pero, me estoy yendo por las ramas. Tal vez producto de lo que acabo de leer. Volvamos al cuadro porque es importante. Está la pantalla, las bocinas, el beat lo-fi, el libro electrónico con el título: Limpia (Lumen, 2023) de la chilena Alia Trabucco Zerán; los colores, las notas, la intención.

Y justo ahí, en Limpia, encontramos a Estela García. Lo repito porque es importante, por favor, anótenlo en algún lugar: Es-te-la Gar-cí-a, quien nos cuenta los últimos siete años de su vida, desde que llegó del sur de Chile hasta la muerte de la hija de los patrones. No sé preocupen que aquí no hay spoiler: uno, Estela nos lo cuenta desde las primeras 5 páginas; dos, todos vamos al mismo destino: la muerte.

Perdón, estoy volviendo a divagar. Pero, como dice nuestra aguerrida y reflexiva Estela: “sin desvíos es imposible reconocer el camino principal”. ¿En qué estaba? Cierto, los siete años que pasó trabajando para una familia modelo en Santiago de Chile y el trágico destino de su hija.

En esta novela Trabucco nos adentra a la grieta casi abismo (o mejor dicho al abismo que en Latinoamérica nos quieren mostrar como grieta) de las diferencias de clases sociales.

A través de la voz de Estela conocemos el monólogo de una mujer que desde el día uno en casa de sus jefes, patrones, señores, como ella guste decirles, todo iba cuesta arriba. Llegó a Santiago desde una isla al sur de Chile, en la que se quedó su madre, con el sueño (qué linda palabra y qué peso cuando se busca) de dar una mejor vida a ambas, soñaba con remodelar su casa, con irse un par de años, por mucho, y a su regreso vivir en el campo como lo habían hecho toda su vida.

La realidad, que a veces se clava como una daga en el pecho, no tenía pensado lo mismo para ella. Cuando llegó a Santiago con esa familia modelo, los señores esperaban a su primer bebé. Una niña. Una niña consentida, una niña mimada, una niña malcriada, una niña que era mejor entendida por su nana (Estela, porque sí, hasta ese papel asumió) que por sus propios padres.

Entre la pequeña y la nana abren un hoyo negro, en el que las diferencias sociales se vuelven nulas y confusas en ocasiones, en otras se ven tan marcadas que duelen. Así el lazo nana-niña se vuelve más en un madre-niña, o tal vez hermana mayor-niña o sólo nana-niña, de forma tan simbólica que las dos anteriores quedarían minimizadas.

Es en este hoyo negro en el que Estela poco a poco se va quedando sin voz hasta que la única forma de volver a hablar es anunciando el deceso de la menor. La única forma de no ser devorada por ese hoyo es gritar con voz serena y baja, como nos susurra la muerte cuando es nuestra hora, la ausencia de la vida.

Conocemos algunas de las siete navidades en las que Estela forma parte en la mesa de los patrones por un compromiso social, por enaltecer el ego de la señora buena, dadora, señora ejemplar capaz de mezclar a la servidumbre de su hogar con los invitados. Acompañada de su esposo, el doctor modelo, ejemplo de pulcritud, misoginia y seguidor de buenos valores.

Nos adentramos en la intimidad de los patrones enfocados en su trabajo, enfocados en su desarrollo profesional, ¿entonces para qué traer una criatura al mundo? Ah sí, para que herede eso que ellos están construyendo, para que el modelo de familia siga por el buen camino. Para que la nana la críe, aunque no tenga idea de cómo cuidar un bebé, para que la nana batalle con su falta de apetito, para que la nana esté ahí en el camino que poco a poco va apagando la luz de su vida.

Así, en una obra llena de máscaras Alia Trabucco Zerán nos muestra los rostros desnudos de cada uno de sus personajes, rostros que aún dentro de la casa hacen sentir que Estela es la única que realmente se encuentra con el alma limpia

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