Imperios van y vienen. El dominio de Occidente sobre el mundo desde hace casi 500 años parece tan invulnerable (eterno lo querrían quienes más se benefician de él), que es fácil olvidar que su regencia es sólo una de las miles que se han declarado a sí mismas el centro del universo: faraones, sultanes, rajás, khanes, césares, shogunes, reyes, ministros, dictadores o, como ahora, presidentes y señores tecnofeudales; todos ellos han intentado aferrarse a sus cetros más allá de la muerte. Y, sin embargo, todos caerán.
Sirva esto de introducción para el libro más reciente de Salman Rushdie, Victory City (Random House, 2023), que trata sobre la vida y obra de Pampa Kampana, poeta divina y progenitora de una ciudad llamada Vijayanagar —después llamada Bisnaga por influjo del portugés—, y que en español se llamaría Ciudad Victoria o La Victoriosa. Ubicada en el subcontinente indio a comienzos del siglo XIV, Bisnaga se convertirá durante 250 años en el centro de guerras continentales, dinastías, religiones, años dorados y largos periodos de decadencia. Todo esto, se nos dice desde el principio, se encuentra en una larga composición en sánscrito, del puño y letra de Pampa, el Jayaparajaya, poema de la victoria y la derrota que será glosado en la novela, que no es más que una versión abreviada y novelada de ese texto divino.
Después de ver morir a su madre en una hoguera —producto de una guerra absurda—, Pampa es elegida por los dioses como profeta y milagrera. A partir de entonces tendrá el don de la clarividencia, la juventud prolongada y la capacidad de susurrar historias de las que nacen, de manera literal, los edificios y habitantes de Bisnaga. Como a toda creadora este don le permite ver de golpe los destinos que están por entretejerse en su poema: la llegada de los hermanos Hukka y Bukka Sangama (algo así como unos Rómulo y Remo hindúes), la prosperidad del reino, el nacimiento de sus hermosas hijas, los amantes europeos y pelirrojos con los que compartirá el lecho, el resultado de los conflictos por venir.
Pero así como la juventud extendida se revela como una maldición, lo rotundo de ese destino también se le sale de las manos a Pampa: incluso una reina diosa debe enfrentar intrigas palaciegas; sus hijas envejecen más rápido que ella y son ninguneadas por un patriarcado que la magia es incapaz de conjurar; los amantes se vuelven un estorbo; lo que es peor, los hombres —sean esposos, hijos o nietos— siempre arruinan las breves épocas de auge que vive Bisnaga en su ambición (y estupidez) para reclamar o retener el trono del León (o de Diamante, nadie se pone de acuerdo en cómo llamarlo).
Toda esa elaboración sobre la ficción es ya uno de los rasgos característicos en los libros de Salman Rushdie, sea en Hijos de la medianoche (Random House, 2023); o relatos que tienen más en común con los cuentos de hadas como Harún y el mar de las historias (Random House, 2011) o Luka y el fuego de la vida (Random House, 2017), obras en las que el narrador trata de adaptar la potencia de la mitología sin dejar de ser novelas o cuentos contemporáneos. De ahí que en este libro vaya a cada rato de lo factual a la ficción (si la ficción es equivalente a la mentira, problema rushdiano por excelencia, eso es ya cuestión de quien lee). En efecto, el imperio Vijayanagara existió entre los siglos XII y XV y recubrió casi toda la punta sur de lo que hoy se conoce como Hindostán; también existió una poeta princesa llamada Gangadevi —uno de los nombres que adquiere Pampa Kampana a lo largo de Victory City—, que si bien no produjo semillas y palabras capaces de germinar en una ciudad imperial, sí escribió poemas considerados divinos, aunque ninguno a la altura del Mahabharata o el Ramayana, obras fundacionales de la literatura universal con las que se compara al Jaraparajaya. Y a pesar de todo, a lo largo de esta novela pareciera que el gran imperio de Bisnaga existió en verdad y que las cosas extraordinarias que canta la reina poeta —ejércitos descomunales, murallas que se erigen por sí solas, elefantes de guerra quisquillosos— no son sólo el tipo de exageraciones que se pueden permitir en el terreno de la leyenda.
El juego de la novela, que es apenas una versión en prosa de la gran obra en sánscrito de Pampa, le permite al autor (que podría o no ser el propio Rushdie) entrometerse en la narración principal y hablar sobre los misterios de la ficción: por qué Pampa se centra en algunos temas y no otros; por qué a veces acelera el tiempo narrativo o de plano lo omite; pone en duda si de verdad ella vio todo lo que relata o tuvo que darse licencias más que poéticas; la posibilidad más que frecuente de que los personajes se rebelen contra quien los creó y le lancen recriminaciones; o que la historia que se cuenta nunca está completa.
Hay otro aspecto que llama a pensar en la magia que convocan las historias, aunque sea igual de manera ambivalente: como es sabido, desde hace años pesa una fatwa sobre los hombros de Salman Rushdie (condena de muerte que se lanza de manera excepcional sobre los enemigos del Islam) a raíz de la publicación de Los versos satánicos (1998), un libro no muy distinto a Victory City (y que, por lo tanto, podría considerarse herético según tal o cual fundamentalismo). La cosa es que en agosto de 2022, Rusdhie sufrió un atentado —no el primero, pero sí casi el último— que lo dejó tuerto y por varios días puso en riesgo su vida. Sin llegar a arruinar algo de Victory City, Pampa Kampana también sufre de manera arbitraria el castigo de la ceguera (total en su caso), una fatalidad que unió a la poeta ficticia con su autor, fuera y dentro del plano de la literatura.
Dicho de nuevo, pasan los imperios, y pocas cosas quedan de ellos. Hoy se pueden visitar las ruinas de Vijayanagar, sitio arqueológico declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, aunque su recuerdo fuera de la India sólo se conserva en la mente de especialistas, cuando en su momento fue una ciudad a la altura de Roma o Beijing. Ese es el misterio que Pampa Kampana desteje a lo largo de su poema sobre una ciudad legendaria de nombre aportuguesado: cómo la victoria y la derrota siempre van de la mano y, a su vez, la cercanía de la literatura con el poder, a veces con el que opera en las cortes y castillos; otras tan sólo con las palabras, capaces de vencer a la muerte. Si al final, como Pampa lo cree, la única victoria está en lo que se cuenta, Salman Rushdie ha tenido el honor de ser más que el ventrílocuo de una profeta, y su mayor logro será que la vida y el tiempo vuelvan en un contenedor más duradero que cualquier corona: las historias.