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De naufragios políticos, democracia y derechos humanos
Daniel Sotomayor Vela comment 0 Comentarios

En sociedad se tiende a pensar el desarrollo histórico como un avance indetenible que, de la mano del progreso, junto con los avances científicos y, sobre todo, tecnológicos, llevará a la humanidad a una máxima de bienestar político, social, económico y cultural. Esta visión se ciñe, en ciertos aspectos, a la idea de la historia que se gestó desde Occidente entre la época Moderna, aproximadamente entre el siglo XVI y hasta la Segunda Guerra Mundial (SGM) del siglo pasado. En este lapso, ocurrieron cambios políticos, económicos y sociales de largo aliento que, a pasos lentos, se hicieron notar en diferentes estratos de la población, que hoy en día siguen su marcha. De ello destaca la consolidación de los estados que favorecieron la instauración de gobiernos que apelaron al ejercicio parlamentario, por ejemplo, los acontecimientos en Inglaterra durante la revolución de 1688.

Esto fue la expresión y continuación de los cambios globales que se presentaron con la expansión y reproducción ampliada del modo de producción capitalista emanado desde el Atlántico Norte, mismo que repercutió en América del Norte cuando las potencias de entonces, las monarquías española e inglesa, competían por la hegemonía mundial de ese momento. Tan así que ambas tuvieron influencia en Europa, Asia, África y América, a la par de este desarrollo en materia socioeconómica, la reflexión teórica de la política no se hizo esperar y las ideas provenientes de doctrinas económicas comenzaron a cristalizar en tratados que abogaban por un Estado que tuviera las riendas del desarrollo económico, otros observaron en las instauración de aquel un bache para el libre comercio, también la práctica parlamentaria favoreció la secularización de la vida en sociedad.

Además, las ideas políticas también favorecieron para apelar hacia la práctica democrática de la política, sin embargo, esta afín y adecuada con la fase Moderna de la historia y ya no en su vertiente en el sentido clásico de la antigua Grecia. A la par, también se gestó y llevó a cabo la separación de poderes en el Estado, entendido este como un aparato que tiene los medios para ejercer la violencia, sostener un aparato fiscal, burocracia, un ejército para salvaguardar sus fines y cohesionar una sociedad dentro de un territorio delimitado en aspectos políticos y demográficos. Dicha división concluyó en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, mismos que funcionan hasta nuestros días en los Estados consolidados bajo la democracia.

Algunos tratadistas que argumentan sobre los beneficios o vicios del ejercicio político contra las monarquías y para favorecer la independencia de los Estados soberanos, fueron Jean-Antoine-Nicolas Condorcet, Jean Jacques Rousseau y Nicolás Maquiavelo. Por su parte, estuvieron quienes explican el funcionamiento de la economía política dentro del desarrollo capitalista, tales como Adam Smith, David Ricardo, James Malthus y Karl Marx.

A su vez, a finales del siglo XVIII y durante el XIX, en el Atlántico Norte y en Europa, tuvieron lugar toda una serie de revoluciones mundiales, donde las burguesías incipientes, junto con redes políticas, económicas y comerciales tomaron las riendas del desarrollo histórico-social. Por ejemplo, la revolución americana entre 1776 y 1783 y la francesa de 1793. De estos eventos se desprendió la redacción de los derechos inalienables del hombre, del gobierno del pueblo para el pueblo y apelar a la igualdad, libertad y fraternidad y el inicio de los gobiernos modernos democráticos. Sin embargo, históricamente, en esos momentos no toda la población en su conjunto gozó de dichos principios que ahora nos parecen básicos y universales. Por ejemplo, en Estados Unidos, tras su independencia, el pueblo estaba conformado por hombres blancos, propietarios con intereses financieros y con margen de acción política, mientras que el resto, blancos pobres, esclavos e indígenas, no existían para el Estado. Dichas ideas fueron introducidas y adoptadas por varios gobiernos que lograron su independencia durante el siglo XIX y XX. Asimismo, el siglo XX fue decisivo en cuanto a la expansión de este modelo político, sobre todo con el fin de la SGM y cuando la Organización de Naciones Unidas (ONU) adoptó la carta universal de los derechos humanos.

En tanto, a principios del siglo XX y con la realización de la revolución de octubre, el triunfo de la Rusia socialista y el surgimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el mundo comenzó a dividirse en materia de economía política. Por su parte, el triunfante Occidente se ciñó a la democracia liberal, con el modo de producción capitalista, mientras que la URSS abogó por una economía bajo las riendas del Estado. Además, tras la crisis financiera de 1929, cobró auge el Estado de bienestar, lo cual significa que desde la administración pública se interfiere en las actividades productivas y de distribución para el consumo, pero ello no significa la renuncia al modo de producción capitalista.

Con este escenario dual, tras el fin de la SGM inició la Guerra Fría entre el bloque soviético y Occidente bajo la batuta de Estados Unidos. La carrera por el control de la producción mundial, control de mercancías, cadenas de producción y apertura de mercados fue brutal, ya que de frío no tuvo nada este nuevo modo de llevar a cabo el ejercicio de la violencia bajo el mando de un Estado soberano. Siendo así, dentro del discurso político, durante el siglo XX se avanzó en materia de llevar a las mayorías el ejercicio de los derechos universales e inalienables del hombre. Después, bajo la vigilancia de la ONU se comenzó a hablar de derechos humanos, es decir, el derecho a una vida digna, acceso al ejercicio político y su representación a través de los mecanismos electorales. Estos eran los principios y aspiraciones políticas del llamado mundo libre u occidental, a saber, aquellas naciones que estuviesen fuera de la influencia soviética.

Tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, ahora sí, parecía inminente el triunfo de Occidente, el mundo libre y la continuación hacia la expansión y hacer efectivos los derechos humanos de forma universal. Con el fin de la Guerra Fría creció la expectación de las posibilidades del desarrollo de la humanidad hacia una máxima de bienestar, junto con la ayuda del auge tecnológico en beneficio de la vida social. Pero el sueño se vería resquebrajado poco después y, ahora, parece que los retos son cada vez mayores. El siglo XXI inició tan violento a nivel global como lo fue la segunda mitad del siglo XX, las crisis financieras no se hicieron esperar, así como nuevas expansiones por mercados laborales, pugnas por el control de territorios, restricciones democráticas, falta de libertades, nula efectividad de los derechos humanos.

Este es el punto de arranque del Ensayo para después del naufragio (Debate, 2023) de Francisco Valdés Ugalde, quien, desde su trinchera, argumenta a través de cinco capítulos cómo aún no se logra el ejercicio democrático pleno y, mucho menos, la instauración de los derechos humanos en su forma universal. Asimismo, menciona que tras el fin de la Guerra Fría y el triunfo del mundo libre y la democracia, países de Europa del Este, Asia, África y América Latina están en plena lucha entre gobiernos autoritarios y democráticos. Esto lo observa y explica como un retroceso a las prácticas que cobraron auge durante la Guerra Fría, que, nos dice Valdés Ugalde, son perjudiciales para el libre desarrollo social y los derechos humanos; así como hacer de la democracia un sistema político eficiente y también como parte de los derechos humanos.

En este sentido, un agente que forma parte de lo anterior, es el papel de la globalización, ya que, como argumenta el autor, esta tiende a trascender la soberanía de los Estados nacionales y a generar prácticas que podrían estar encaminadas hacia una mundialización de la democracia y los derechos humanos. Es decir, que una consecuencia de la globalización podría ser que los Estados-nación pasen a ser obsoletos. Además, Valdéz Ugalde añade que las malas prácticas políticas, como la corrupción, los totalitarismos y autoritarismos políticos son los agentes que frenan el desarrollo del mundo libre y el pleno ejercicio de los derechos humanos. Cabe mencionar que lo anterior no apela a la desaparición del Estado como aparato político y fiscal con su respectiva democracia, sino a la del Estado en su vertiente nacionalista.

Sin embargo, la mayor problemática a escala mundial es que dentro de las naciones campeonas del mundo libre también se generan toda una serie de restricciones y mecanismos que frenan lo que podría ser el paso a un Estado-mundial, y donde también los derechos humanos son inexistentes para población en estado de vulnerabilidad. Por ejemplo, el cierre de las fronteras por parte de los países del Atlántico Norte para frenar las oleadas de migrantes que huyen de la miseria, la violencia, el hambre y de gobiernos represores. Aquí, a nivel mundial, desde el mundo libre, i.e. las naciones occidentales triunfantes tras la SGM, se argumenta que en estos países, tales como Venezuela, Nicaragua, Nigeria, Irán, Afganistán, México, Marruecos, islas del Pacífico cercanas a Australia, por mencionar algunas regiones, la gente huye porque sus gobiernos son autoritarios, represores y los derechos humanos brillan por su ausencia. Sin embargo, resulta que, debido a la codicia del mundo libre, desde inicios de la época Moderna, fomentaron la miseria del ahora llamado Tercer Mundo, pero claro, se curan en salud al argumentar que esos países son “hoyos de mierda donde hay bad hombres” (Donald Trump dixit) y territorios miserables porque no se ciñen al ejercicio democrático; mismo sistema que no se puede sostener sin la explotación de las mayorías. La historia es una cuestión dialéctica y no un eterno progreso hacia una máxima de bienestar, al menos cinco siglos y contando son prueba fehaciente.

Ahora bien, el mayor naufragio del mundo occidental y libre es que durante el siglo XXI se presentó un gran retroceso en cuanto a los derechos políticos, el ejercicio de la democracia y tratar de hacer efectivo el bien de las mayorías. Además se baten contra otros sectores que tienden a los gobiernos populistas, autoritarios y donde los derechos humanos no existen. Insisto, esto no quiere decir que en el mundo libre sí los haya en plenitud.

En el estudio de Valdés Ugalde también entra en cuestión el papel de la pandemia de Covid-19 y cómo afectó el curso y los avances que habían logrado las naciones adheridas a la ONU en materia de derechos humanos. También destaca que, gracias a la globalización, ciertas formas de producción han cambiado, las cuales podrían tender a minar la vigencia de los Estados-nación. Por ejemplo, se apela al uso de las tecnologías de la comunicación, el uso de maquinaría digital, computadoras e infinidad de aplicaciones en Internet para realizar y ejecutar procesos productivos. Estos cambios son vistos como una herramienta para mejorar la vida en sociedad y, desde la práctica política, también fomentar los derechos humanos en escala universal.

Sin embargo, la pregunta es: ¿Por qué si la tecnología está avanzada hasta el punto donde los procesos digitales parecen ser de suma importancia para el desarrollo de la sociedad, y también por qué no incide en su totalidad en materia política y económica, enfocada hacia el favorecimiento de los derechos humanos? Cabe mencionar que para la existencia de dichos procesos digitales hay detrás tiempo de trabajo realizado por mano de obra barata o esclava, tal es el caso de la extracción de litio para las pilas de las tabletas, computadoras, etc; así como la fabricación de cableado eléctrico y la infraestructura general de toda la red, nada se genera per sé. Pero no nos desviemos más, en parte, Valdés Ugalde responde a dicha pregunta cuando comenta sobre los vicios y vacíos en el ejercicio político; donde el Estado-nación parece ser un freno y, tal vez, ya es obsoleto. Por ello, el autor apela hacia la mundialización de la democracia liberal, misma que no la entiende como símil del neoliberalismo, para el fomento y realización de los derechos humanos.

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