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Germinal: El milagro de la monstruosidad
Andrea Pulido Watts comment 0 Comentarios

¿Qué significa ser un monstruo? ¿Qué significa ser madre? Dos preguntas que automáticamente diríamos no tienen absolutamente nada en común. Dos preguntas que parecen separadas por un abismo de condiciones. Lo monstruoso necesariamente se considera horrible, malo; mientras que maternar siempre es bello, milagroso incluso. ¿Cómo podríamos comparar entonces a los monstruos y al milagro denominado como el más sagrado –aunque común– de todos? Tania Tagle, sin miedo a la verdad que podría encontrar al final del camino, emprende una búsqueda, intelectual y personal, dentro de ese mismo abismo. En su nuevo ensayo, Germinal (Lumen, 2023), su pesquisa desemboca en un manantial de ideas que descienden en el concepto de la ternura.

Lo característico del ejercicio del ensayo es crear un diálogo suspendido en el tiempo con los lectores. Es una tarea difícil hablar con un Otro que no conoces, que probablemente nunca conocerás. Más difícil aún demostrar tus argumentos, tu amplio conocimiento culto, mientras intentas ser genuino y familiar, tener una voz propia. Este ejercicio pocas veces se les cedió a las mujeres dentro de la tradición literaria. Escribir un ensayo es filosofar, hablar con uno mismo, pero también hablar con Otro. Tania Tagle, como otras extraordinarias escritoras contemporáneas, retoma la tradición del ensayo y lo renueva desde la ternura y el miedo. Su ensayo se niega a explicar con un aire de superioridad, como lo hacían los clásicos filósofos. Al contrario, con una extrema vulnerabilidad nos revela en sus páginas el complejo proceso de la maternidad: descubrir y aceptar el embarazo, vivir el parto y descubrir un nuevo lado de la existencia al aprender a ser madre. Filosofa consigo misma, mientras le habla con ternura a su hijo. Nos hace partícipes de ese hermoso diálogo, no menos académico y riguroso como el de cualquier otro “filósofo tradicional”, pero sí refrescantemente íntimo, poético, irónico, gracioso y necesario.

Tagle con audacia describe: “Algo en lo que sí se parecen la maternidad y la filosofía es que ambas se tratan de dudar. Para hacer filosofía hay que renunciar a todo lo que se sabe, igual que para criar.” ¿Y cuál tema realmente se puede prestar a más preguntas y teorías existenciales que el del embarazo? ¿Qué significa la vida? ¿Qué entendemos en verdad de ese misterioso inicio? Su cuestionamiento nace al momento en que reflexiona sobre su embarazo, sobre cómo su cuerpo se deformará y a la vez traerá una nueva vida al mundo, un milagro. Así combina estos dos conceptos que parecen antagónicos. Nos pone de frente con una pregunta incómoda: “¿Se nace monstruo o se deviene en monstruo?”. Su respuesta se basa en una investigación sobre la evolución del concepto del monstruo: es un anuncio de lo desconocido, una interrupción que deviene en miedo; el monstruo es todo lo que no queremos ser, es alteridad, extranjero, es Otro. El monstruo es anomalía porque también es insurrección, ir en contra de las normas establecidas. Para los románticos, nos explica, el verdadero monstruo era la sociedad. Entonces, necesariamente el embarazo es monstruoso y concibe al monstruo: el cuerpo necesita deformarse, transformarse para traer a ese Otro en el que cabrán los asombros de descubrir el entorno y también absorberá las condiciones predispuestas por ese mismo ambiente. Tagle nos dice: “El otro es otro porque en cierto modo es igual a mí, pero también es inadmisiblemente distinto.” Somos el monstruo, aunque nos cueste verlo cara a cara.

El embarazo acepta las otredades: a ese cuerpo antes reconocible frente al espejo que se transforma en Otro; a ese Otro que nace de un cuerpo extraño, aunque conocido. Convivir con la monstruosidad es una clase de milagro, es aceptar la ilusión. Tagle retoma la estupenda frase de Rulfo, “¿La ilusión? Eso cuesta caro”, para así retratar las dificultades del embarazo –los temores infundados, las voces que no paran de dar órdenes, los inacabables dolores–, pero también para dibujarnos su aspecto milagroso. Nuevamente reflexiona: “Es decir, tanto la crianza como la filosofía nos obligan a dejar de saber y comenzar a imaginar.” La crianza es el epítome de la imaginación. Nacer es aprender a nombrar el mundo; ser la encargada del nacimiento es darle un nuevo nombre a la humanidad. El embarazo y el nacimiento, muchas veces consagrados como situaciones sobrenaturales o extranaturales, en realidad son lo más natural del mundo. Todos los días nacen y se conciben nuevas vidas. Justamente lo milagroso radica en lo cotidiano. Para los bebés todo el mundo es asombro: todas las luces se revelan una a una para pasar de la imaginación a la palabra, porque “una palabra dicha en voz alta es un conjuro”. Para las mamás, ver a sus hijes descubrir lo que los rodea es también asombro: mantenerse en las sombras para que ellos iluminen el camino, pero intervenir de vez en cuando para nombrar un par de destellos que ya reflejan ciertas realidades de la civilización. Tagle expresa con maestría poética que las pequeñas coincidencias también son discretas maravillas.

Formar parte del mundo es monstruoso, llegar al mundo es un acto monstruoso, pero entender esa alteridad que nos define es milagroso. Comprender que somos igual que Otros y construir a la vez nuestra individualidad es un milagro por su aparente contradicción. Vivir diariamente esa paradoja, esa imposibilidad que nos define es extraordinario. Tagle explica que el milagro no es, ocurre. Presenciar juntos desde la ternura, así como nombrar en armonía el mundo, mamás e hijos, es el milagro más ordinario y asombroso de todos.

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