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Los romances complicados de la literatura
Humberto A. Vela del Bosque comment Un comentario

Cercano el 14 de febrero, con escasas posibilidades para conmemorarlo, medio amargoso, contagiado por el espíritu negativo producto de la pandemia, me puse a recordar algunas de las novelas que leí durante el último año, y que se relacionan entre sí, al tratar sobre relaciones complicadas, tiránicas, despóticas, crueles y obsesivas; amoríos peligrosos, amores tormentosos, romances tóxicos, idilios ponzoñosos, aventuras dañinas.

Vivir sufriendo, sufrir amando, por que amar te duele, amarte duele. Placeres dolientes, gozos intolerables. La literatura está poblada de textos que tocan -y te trastornan- este tipo de relaciones, en que el sufrimiento, las humillaciones, los desprecios, los equívocos son una constante, y materia prima para la literatura de corta y rásgate las venas. ¿Finales felices? Pues depende de para quién.

De las mexicanas, recuerdo a una modosita Isabel Moncada, encadenada, resignada, sumisa y humillada por el amor maligno que le dispensa el despótico y sanguinario General Francisco Rosas, amor enfermo, amor cargado de celos, que despechado y abandonado, desencadena su venganza contra el pueblo, en esa extraordinaria novela Los recuerdos del porvenir, publicada recientemente por Alfaguara, una novela mágica, y no quiero caer en el cliché del “realismo mágico”, aunque muchos respetados literatos la clasifican como la fundadora de ese género o movimiento literario. En el texto hay tanto amor, dolor, realismo, magia y tragedia que te mantiene atado, deslumbrado por la maestría mediante la cual Elena nos cuenta su historia.

Del mismo sello, la relectura de Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta, donde una adolescente Catalina Guzmán es cortejada y conquistada por otro General revolucionario, Andrés Ascencio, que somete a la joven/niña poblana, convirtiéndola en su esposa, amante, cómplice de sus trapacerías y finalmente, en su viuda. Arráncame la vida me resulta una novela tan entrañable como inolvidable. Tengo tan vivo en mis recuerdos la primera ocasión que la leí, qué digo leer, cuando la devoré, en 1986, durante el trayecto del aeropuerto de la Ciudad de México al de Mazatlán, Sinaloa, plenamente sumergido en la historia que nos contaba Ángela. Ese año, Arráncame la vida había sido galardonada con el Premio Mazatlán de Literatura y mi hija acababa de cumplir un año, por lo que la novela, que trata sobre el crecimiento de niña a mujer de Catalina, en un mundo de machos me provocó un amplio abanico de sentimientos y sensaciones, muchos de los cuales, 34 años después, volvieron a emerger.

De las clásicas, que el sello Penguin Clásicos nos ofrece varias, el drama de Emma Bovary, la protagonista de la clásica e inolvidable Madame Bovary, de Gustave Flaubert, quien presa de sus fantasías románticas, pero también de su falta de quehacer -que hay que decirlo-, se involucra en relaciones pecaminosas, adúlteras y por tanto indebidas e inconvenientes con Rodolphe Boulanger, un Don Juan provinciano, que quizá la amó, pero que termina abandonándola; posteriormente, se convierte en la amante de un joven abogado, León Dupuis, que más que amarla, parecía ejecutar una orden de trabajo. Dos relaciones que iniciaron por el camino equivocado, dejando víctimas inocentes.

Otra obra de Gustave, publicada por Penguin Clásicos es la historia de Frédéric Moreau, otro joven ambicioso, procedente de la campiña francesa, que termina total, completa y profundamente enamorado de Marie Arnoux, una mujer casada; La educación sentimental, de Gustave Flaubert es uno de los mejores libros que he leído, y creo que es uno de los mejores jamás escritos. Lectura seductora, que te encandila, conmueve y te enternece; novela que fluye suavemente, sin grandes alteraciones, pero estimulando variadas experiencias emocionales.

Mientras leía La educación sentimental, evocaba y comparaba sin remedio a Julien Sorel, el protagonista de Rojo y negro, la monumental novela de Stendhal, con Frédéric Moreau; Sorel, hijo de un humilde leñador, sueña con participar en gestas militares, pero imposibilitado para conquistar hazañas bélicas, por la época que le tocó vivir, se concentra en utilizar el amor como instrumento de ascenso político y social, contrastando fuertemente con Frédéric, que ciego, pasivo y ausente de una revolución y la fundación del Segundo Imperio francés, que se gesta y que nace frente a sus narices, pareciera condenado e imposibilitado de alcanzar cargo político alguno, y mucho menos, el amor.

Y ya que mencionamos Rojo y Negro, de Stendhal, otro clásico del sello, cuya protagonista Luisa Rênal, mujer casada y con hijos, termina enamorada y se entrega rendida a los brazos del joven, inteligente, atractivo y ambicioso Julien Sorel, en un romance tan tortuoso, tan complejo, y lleno de malos entendidos, que sin embargo, no termina ni siquiera cuando Sorel atenta contra su vida.

La potente historia entre los hermanos Catherine y Heathcliff Earnshaw, tortuosa, densa, oscura, ambiguamente incestuosa que nos relata Emily Brontë en la inmortal, excelsa y sublime novela Cumbres borrascosas resultó una de mis lecturas más estimulantes, energéticas, emocionantes que leí el año pasado, que también la encontrarán en la colección de Clásicos de Penguin. Quedé profundamente impresionado, sobrecogido, encandilado, absolutamente convencido de que Cumbres borrascosas es una novela digna de pertenecer a ese minúsculo universo donde moran las obras verdaderamente clásicas, inmortales, que serán leídas por siempre. Imposible no leerla, imprescindible hacerlo.

Otro romance de novela –Orgullo y prejuicio, de Jane Austen– de la misma colección, es el de Elizabeth Bennet con el misterioso, orgulloso y soberbio Darcy, que avanza y retrocede, lleno de secretos y malos entendidos, tan atractiva por real, parecida a muchas de las historias de amor que suceden hoy en día; que nos permite identificarnos con lo que nos cuenta la autora, y nos pone a reflexionar sobre la manera en que actuamos y nos relacionamos con nuestras parejas;  en cuánto de orgullo y qué tantos prejuicios nos impiden disfrutarla como es debido, teniendo siempre presente, que, no existen historias de amor como las que nos cuentan las novelas.

Para cerrar con los clásicos, Wilkie Collins, en su excelsa novela La dama de blanco nos presenta la historia de Laura Halcombe, una mujer cándida, infantil, dócil e incapaz, que por no romper el compromiso que moribundo contrajo su padre, se casa con Sir Percival, un inmundo criminal que ensambló meticulosamente, articulando con gran cuidado y mucha precisión la trampa para “cazar” a Laura y condenarla a un matrimonio cuyo único interés se centraba en despojarla de su herencia. Clásica, pero innovadora, relato coral, presentado por varios narradores, que son a la vez protagonistas y testigos de la historia; novela extensa, y a pesar de lo pormenorizado de los relatos, aguda, potente, intensa. Poblada de una amplia y diversa variedad de personajes, engranajes de lo que parece una ingeniosa complicación de relojería, interviniendo con roles primordiales y concisos en el desarrollo de la trama; La dama de blanco es, sin duda, una extraordinaria novela, que te agarra y no te suelta.

Lectura impactante, novela de no ficción, El consentimiento, de Vanessa Springora, publicada por Lumen, es una historia que me impactó de muchas maneras. Por si no están enterados, Vanessa Springora dirige la prestigiosa casa editorial francesa Julliard, y en El consentimiento, cuenta la historia de la relación que inició hace más de 30 años con el “aclamado” y reconocido escritor francés Gabriel Matzneff, amorío que ocurrió cuando ella recién cumplía sus catorce y el escritor pasaba los cincuenta. Imposible considerarla como una historia de amor, por más que sus protagonistas así la hayan defendido. Relación enferma, porque una relación sana, solo puede ser, florecer, y crecer, cuando existe una igualdad entre la pareja. El consentimiento puede ser un término jurídico un tanto ambiguo, pero, una adolescente, un joven de 14 años, siempre se encontrará en desventaja, y en muchos niveles, frente a un hombre o a una mujer de 40/50 años. No dejen de leerla, aunque te lastime al hacerlo.

El dolor, la tristeza, la ira y otras secuelas, propias de una mala relación, marcan de muchas formas el resto de tu vida. El torbellino emocional desatado, la confusión anímica producida, el sentimiento de culpabilidad, cicatrices afectivas que permanecen años; la sensación de pérdida, los sueños incumplidos, la pérdida de la autoestima, sentimientos que te hieren, laceran, que te lastiman a ti, y a tu familia. La literatura encaja muy bien con los amores tristes, improbables, complicados. Sin drama, no hay trama que se sostenga. ¡Te leo!

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