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Una capa de esmeralda encima de algunos libros
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Días de lectura reúne ensayos provenientes de tres libros de Marcel Proust: Contre Sainte-Beuve, Pastiches et mélanges y Essais et articles. Todos ellos, forman un libro mínimo comparado con su obra más recordada, A la busca del tiempo perdido (como traduce Mauro Armiño À la recherche du temps perdu). En este volumen de grandes ideas tenemos una introducción al gran ensayista que también fue Proust.

El  fragmento más conocido de estos Días de lectura proviene de El método de Sainte-Beuve, del cual encontramos algunos subrayados de su famoso ataque contra Charles Augustin Sainte-Beuve, el crítico literario más influyente de la Francia decimonónica.

Proust se lanzó a la yugular del Sainte-Beuve con una virulencia pocas veces vista en la guerra entre escritores y críticos. No es un ataque vulgar, la acusación típica de que un crítico es un novelista frustrado. Marcel Proust sale a la ofensiva contra la crítica literaria que representaba Sainte-Beuve, cuya postura hoy estaría a la defensiva, bajo el imperio del discurso. Sainte-Beuve creía que para conocer a fondo la obra de un escritor era necesario sumergirse en su vida para poder llegar a conclusiones que no se encontrarían si sólo nos atuviéramos al texto, al universo cerrado del lenguaje en el libro.

Este procedimiento, que hoy resulta casi contracultural —puesto que la narratología, la lingüística y los estudios literarios actuales prescinden lo mejor que pueden del contexto de una obra—, fue para Sainte-Beuve y varios de sus correligionarios casi un credo, una técnica de «botánica literaria» (como la llama aquí Proust) que quizá tenía sus afinidades con el positivismo. Y es eso, la intentona de una ciencia positiva de la literatura, lo que Proust desea derribar amparado en el «yo» más profundo cuando uno escribe. Lo particular de esta invectiva es la condición de crítico literario del propio Proust, ensayista de casta él mismo.

Curiosamente, el libro abre con la alabanza a otro crítico, John Ruskin, el afamado historiador y crítico de arte inglés que, según el propio Proust, puso la prosa crítica, el ímpetu del esteta, del contemplador, a la altura de la creación pictórica o literaria. En este texto, un Proust ya viejo e invadido por el anhelo de memoria, trata de recuperar sus lecturas de Ruskin sobre catedrales góticas y pinturas de Turner. Proust concluye que el brío de Ruskin, su propia prosa, es mucho más trascendente que sus conclusiones puramente críticas sobre el arte. Su relevancia estriba en que su contemplación vívida y apasionada demuestra que “no hay mejor forma de llegar a tomar conciencia de lo que sentimos, que tratar de recrear en nuestro interior lo que ha sentido un maestro”.

Y hablando de rememoraciones, a la mitad de libro hay dos memorias sobre días de lectura: días de en los que el mundo se interponía entre el niño Proust y sus libros, o la lectura de las memorias de la condesa de Boigne. En estos dos fragmentos, la famosa magdalena de la Recherche se transfigura en lecturas de las que surgen detalles olvidados, una abuela sibarita y una mesa llena de periódicos.

Como coda del libro están las observaciones de Proust sobre Por el camino de Swann, primer volumen de En busca del tiempo perdido, una descubierta de los secretos y propósitos de Proust con la más grande de sus obras y un desenmascaramiento de su propósito: el trabajo con el tiempo como materia del escritor. Desde el despertar de la memoria, voluntaria e involuntaria, la literatura como una recuperación del tiempo, tanto del que uno cree reconocer como aquel que aparece repentinamente y revive la ciudad del pasado, la «belleza de algunos plomos patinados de Versalles, que el tiempo ha cubierto con una capa de esmeralda».

Marcel Proust, pues, nos habla sobre algunos días de lector que descubren las razones por las que leemos, tan parecidas a las razones por las que los escritores conciben novelas: para volver a vivir a través de la memoria.

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