Tal vez, puede que, es posible, chance y, acaso, podría ser… formas del quizá y sin quizás. Pudiera ser que el “quizá” más elocuente en la obra de Jorge Luis Borges esté en “La esfera de Pascal”. Decirlo es aventurado ya que esta palabra abunda en su obra, si bien no siempre en una de sus formas sí en espíritu. Esta “nota” sobre la historia del infinito y sus metáforas se redondea gracias a dos conjeturas. El primer “quizá” abre paso a una genealogía intelectual habitada por Jenófanes, Platón, Parménides, Hermes Trismegisto, Dante, Copernico, Giordano Bruno, Guido Calogero o Rodolfo Mondolfo. Todo parece ir bien hasta que tiene que valorar la perturbación de esta idea propiciada por Blaise Pascal, “poeta perdido en el tiempo y en el espacio” (como lo llama en otro ensayo del mismo libro). Pascal, reclama Borges, escribió que “La naturaleza es una esfera espantosa cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”, aunque luego tacharía esa palabra para decir que no, no era un esfera espantosa pero sí infinita. Y el “quizá”, entre la errata y el lapsus verbal, se muerde la cola.

Puede ser que una nota imite a una esfera como ocurre en este segundo escrito de Otras Inquisiciones, libro en cuyo título Borges sugiere una entonación propia del sentido y el género del ensayo, del mismo modo que hizo con sus cuentos al llamarlos “ficciones”. Y hablando de estas últimas, hay una — “La escritura del Dios”— en donde podemos encontrar, acaso, una declaración de principios de la escritura de ensayos e inquisiciones: “Quizá en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca”… Quizá: una vasta palabra de dos sílabas. En la biblioteca de Babel debe haber ya una inquisición sobre los “quizás” de Borges. Puede que sea el adverbio que define el carácter de su obra entera, un laberinto de “escepticismo y curiosidad universal” —como en alguna ocasión dijo Octavio Paz—. Tal vez.

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