Leer a un Premio Nobel es todo un reto. Existe una carga intelectual y mística a sus alrededores, por lo que muchas veces te sientes intimidado. Ése fue mi sentimiento al iniciar la lectura de El desertor (Salamandra, 2023) de Abdulrazak Gurnah. Una especie de miedo, entusiasmo y deseo por lo desconocido. Por ello me sorprendió lo fácil que comencé a entenderlo y agarrarle el gusto.
Aunque sí conllevó sus retos. Principalmente de contexto, porque hasta este momento de mi vida no sabía mucho de la independencia africana (más allá de lo que te enseñan en la escuela y los medios), no comprendía al 100% la influencia portuguesa y británica. Ni siquiera sabía con precisión la posición geográfica de Zanzíbar (Me metí a buscarla en Google jaja). Por ello fue un reto de acercamiento a otra cultura. Perfecto para la romantización de la lectura: Sí que viajé a otro mundo.
La historia comienza con un tendero, Hassanali, quien vive en Zanzíbar. Un día va caminando y se encuentra con un hombre en la calle. Un hombre blanco. Lo cual es importante, ya que la zona donde vive ha sufrido mucho por los británicos conquistadores. A pesar de todo decide ayudar a Pearce, el viajero inglés que fue abandonado por unos hombres a mitad de la sabana.
Poco después, el gobierno del lugar se entera de que un hombre de los suyos fue rescatado en el pueblo, por lo que van por él. Pero Pearce se siente en deuda con aquellos que lo rescataron el primer lugar, así que vuelve a dar las gracias cuando descubre la beldad de Rehana, hermana de Hassanali. Probablemente hablamos de amor a primera vista:
“A lo mejor temo no ser capaz de resistirme al trillado cliché del milagro al imaginar ese encuentro. No quisiera descubrirme afirmando que fue amor a primera vista y que todo lo demás vino dado, que se miraron a los ojos y al alma y renunciaron en el acto a cualquier convención impuesta por las circunstancias. ¿Acaso podría ser verdad?”
Después de eso comienzan una relación epistolar y terminan volviéndose amantes escondidos. Ambos se ven disimuladamente porque para él sería una deshonra estar con “la hermana de un tendero en una pequeña ciudad costera del África oriental”, cuando él era un inglés blanco universitario y funcionario colonial, todo un erudito. (Inserte emoji con ojos en blanco).
Todo esto sucede en la primera parte de la novela, y para evitar hacer spoilers, solo comentaré que en la segunda y tercera parte se nos presentan más personajes que forman parte de este romance prohibido, donde los choques culturales entre los personajes son notables, y no sólo entre los primeros protagonistas (Rehana y Pearce), ya que algo super sugestivo es que al narrador lo conocemos hasta la segunda parte y tiene un papel muy interesante en la historia: Rashid, hermano de Amín y Farida.
Esta narración hace la novela muy amena, porque te lo cuenta a modo de (dirían por ahí) un chismecito. Imagínate que un pariente africano llega a contarte la historia de sus antepasados. Algo así. Con los detalles necesarios y resaltando aspectos políticos, históricos y culturales de otro continente. Es fascinante. Por ejemplo, en el siguiente fragmento se explica cómo la escritura llegó al pueblo:
“Todo lo memorizaban para pasarlo de generación en generación, y hubo que esperar a que el obispo Steere desembarcara en Zanzíbar en la década de 1870 para que alguien tuviera la brillante idea de compilar una gramática”.
Por ello la recomiendo ampliamente. No te vas a arrepentir. Tú y yo sabemos que nos encanta el chisme, y más si viene con lecciones de historia, colonialismo, diversidad cultural y una buena historia de amor.
“No podemos cambiar el rumbo de la historia, de manera que hagamos cuanto esté en nuestra mano y disfrutemos al máximo mientras podamos”.
Nota final: Zanzíbar parece un excelente destino turístico. Ojo que no es anuncio.