¿Cómo definimos el género? Pareciera un término sencillo de nombrar a primera instancia, en parte porque convivimos con este todos los días, pero rara vez lo cuestionamos. En algún momento abstracto durante nuestras infancias se nos dijo que el rosa es para niñas y el azul para niños, y no nos sentamos a preguntarnos por qué; o si lo hicimos, seguramente la pregunta voló por el aire con un ademán de mano que refiere a una respuesta simple, aunque vacía: “porque sí”. Yo seguí ciegamente muchos de estos mandatos del género, hasta que el hecho de ser mujer y todo lo que esto implicaba resonaba con un eco ensordecedor en cada aspecto de mi vida.
En la universidad entendí de dónde venía ese ruido. Comprendí dónde nacieron aquellas voces que nos persiguen tanto a mujeres y hombres para encasillarnos en generalizaciones atadas a ese concepto tan complejo que es el género. Dicha complejidad y su origen se aclararon durante mi curso de sociología con la Dra. Mariana Gabarrot. Al descubrir y leer su nuevo libro, El ABC del género (Lumen, 2022), reviví con alegría esos momentos de discusión y diálogo con mis compañeros que me ayudaron a entenderme mejor como persona. Aquí les resumo algunos de los conceptos más relevantes de su ABC para explicar y explorar la idea del género, con la esperanza de que los motive a explorar su identidad con una nueva claridad, y sin ese molesto ruido de fondo que nos limita a expresarnos libremente:
Feminismo: Mariana Gabarrot en su libro busca generar diálogos amables, fundamentados en hechos, y no apelar más a pleitos sin conclusiones y vacíos de significado. Nos explica que la idea del género surge del feminismo, por lo que es imposible entender un concepto sin el otro. Se refiere a este movimiento intelectual y político como “una postura que implica el compromiso de ser conscientes de las desigualdades sociales”. A veces este concepto parece un enigma, tanto por su bagaje histórico, como por el hecho de que hay distintas corrientes feministas y la mayor parte del tiempo no están de acuerdo en todo, salvo en una idea fundamental, que “para vivir en un mundo mejor, necesitamos igualdad de condiciones.” El feminismo es entonces un compromiso por cambiar la situación e implementar la equidad.
Sexo y género: La autora busca definir y diferenciar los conceptos de sexo y género justo por las implicaciones biológicas que crean desacuerdos en los feminismos, y para resaltar que hombres y mujeres no gozamos de las mismas condiciones por los roles establecidos desde estereotipos atados a la idea de naturaleza. Nos explica que desde la obra El segundo sexo de Simone de Beauvoir, una de las primeras obras feministas en conceptualizar las desigualdades desde estas dos categorías, es “que se entiende el sexo como una serie de características biológicas, y el género como las derivaciones sociales de las mismas”.
Estereotipos: Aquí es donde entra el binario de femenino y masculino. Gabarrot liga estas ideas de lo biológico con lo que ella entiende por estereotipos: “aquellas nociones amplias que tenemos sobre la realidad y las personas”. También conocidas como etiquetas sociales, basamos el discurso e imaginario cotidiano en estas para definir lo que es ser mujer u hombre. Y justo porque el género es una derivación social del sexo biológico, sabemos que dichas nociones de la realidad pueden transformarse. La sociedad las define y puede cambiarlas desde el lenguaje. No todo lo que forma parte de la naturaleza o la biología se traduce literalmente en nuestras prácticas y normas sociales. Hace muchos años que dejamos de vivir solamente de nuestros instintos, porque, aunque somos animales desde el origen, hemos creado civilizaciones a partir de la creatividad y esto nos ha permitido evolucionar, entendernos en varios niveles más allá de lo meramente natural e involuntario.
Patriarcado o cultura patriarcal: Estos conceptos se basan justamente en los estereotipos antes mencionados y cómo estos generan jerarquías de poder. Gabarrot se basa en los estudios de género de diversas académicas activistas para definir cómo las etiquetas sociales han creado mandatos de género que determinan quién tiene más poder en la sociedad e incluso definen las clases sociales, al unirse con los procesos de colonización y racialización. La cultura patriarcal, en resumen, se basa de los tabúes del género y el sexo para determinar una masculinidad hegemónica, donde los hombres blancos heterosexuales tienen más privilegios, su voz resuena más fuerte en la sociedad y rara vez es cuestionada. Como nos dice la autora, “cuando un hombre es blanco y heterosexual, puede llegar al poder, así como ejercerlo sin que nadie se sorprenda o haga preguntas”. El objetivo de definir esta cultura y sus mandatos no es categorizar un género como bueno o malo, sino cuestionar dichas etiquetas y jerarquías. ¿Por qué sólo una clase de personas tiene acceso a mejores condiciones, desde la educación hasta la repartición de bienes?
Diversidad de género: La diversidad de género se basa en el concepto de la identidad, que nos muestra que no todas las personas se entienden a sí mismas dentro del binario femenino/masculino, porque no se categorizan con base en las normas sociales preestablecidas. Sabemos que estas se han ido construyendo históricamente y son dinámicas, y la comunidad LGBTQI+ cuestiona cómo las nociones del género, de la mano de las nociones de la sexualidad, van cambiando. Las personas en la actualidad rara vez pueden encasillarse en un par de etiquetas. Por ejemplo, la palabra trans denota “atravesar o ir más allá”, mientras que cis significa “del lado de acá”. Hay quienes no pueden definirse solamente por la biología, porque la identidad tiene más que ver con ese constructo social del género que con lo “natural”. No es que uno sea mejor o peor que otro, simplemente son diferentes; hay quienes entienden su género más allá de lo conocido o la norma, y quienes se sienten cómodos de este lado, con las nociones sociales que han entendido desde la infancia.
Lenguaje incluyente: Gracias al diálogo sobre la diversidad de género, hemos empezado discusiones necesarias en torno al lenguaje. Hablar de las palabras, de dónde nacen, a dónde derivan y cómo las utilizamos es una conversación esencial, ya que a través de estas es que nos nombramos y entendemos en el mundo. Tanto la diversidad como el lenguaje son cuestiones sumamente filosóficas y existenciales, pero estas determinan condiciones importantes, desde los derechos humanos hasta nuestra convivencia cotidiana. Vale la pena entonces hablar de las dimensiones de la identidad, cuestionar quién impone el lenguaje y con qué propósitos. ¿Por qué el masculino es universal y no el femenino? ¿Si las personas se identifican más allá de los constructos biológicos, por qué sólo hablamos desde el binario sexual mujer/hombre? ¿Cómo podemos sobrepasar los tabúes de la sexualidad? Estas preguntas nos invitan a replantear “nuestras propias formas de construir la subjetividad, la socialidad y la legalidad”.
Violencia de género: Gabarrot define de manera general este concepto “como un daño que puede ser físico, psicológico o moral por razón de género”. Es una enunciación que sugiere que, si siguiéramos siempre los binarios de femenino y masculino, los hombres siempre terminarían encasillados como “patriarca, personaje dominante de todas las esferas del poder” y las mujeres como “delicada, sensible, madre de familia, relegada al espacio doméstico”. Esto “perpetúa el sistema patriarcal más allá de la dignidad, la autodeterminación y el derecho al desarrollo de las personas”. Hay diferentes tipos y grados de violencias, que nacen de distintos fenómenos y se ejercen de diferentes formas. La perspectiva de género nos muestra que la violencia escala y que es necesario combatirla desde el inicio, desde lo más cotidiano como lo es el lenguaje, para evitar que incremente y llegue a un daño irreparable, como el hostigamiento sexual y los casos donde el machismo y la homofobia matan: los feminicidios y los asesinatos a personas de la comunidad queer.
Ideología de género: La autora termina su libro al hablar de este término utilizado usualmente por grupos ultraconservadores y extremistas para atacar a los movimientos feministas y de la comunidad LGBTQI+. En las humanidades y ciencias sociales la palabra “ideología” se ha definido “como el conjunto de creencias que motivan las acciones de los individuos y que proceden muchas veces de la estructura social en la que fuimos educados”. Al tomar en cuenta lo que ya se mencionó sobre las normas sociales y de dónde provienen, en este caso la ideología de género quedaría más a la par con las creencias machistas, que son la estructura preestablecida desde hace siglos, que con la diversidad de género que promueven los discursos feministas, que aún no son la norma. Este concepto se ha connotado de manera negativa, ligado al feminismo, para apelar al discurso de que lo natural es bueno y normal, con el fin de negar la diversidad de género y no cuestionar la cultura patriarcal.
Mariana Gabarrot nos invita a no caer en estas reducciones, ya que la supuesta ideología de género definida en debates políticos clichés sólo perpetúa las etiquetas sociales que restringen la transformación individual, la exploración de la identidad y, ultimadamente, terminan en discusiones improductivas sesgadas a un solo tipo de creencias. Lo natural no siempre es bueno, ni mejor, sólo es una parte de muchas que explican el mundo en que vivimos. Los seres humanos somos complejos, nuestra comunicación es abstracta y con el paso de los años abrimos camino a múltiples posibilidades a través de la reflexión. Al preguntarnos qué es natural y qué es social, cómo deconstruimos estereotipos para liberarnos de la represión mental y los prejuicios, es entonces cuando nos entendemos mejor, coloreamos nuestra identidad con todos los tonos del arcoíris y transformamos el lenguaje más allá de lo conocido.