
Durante los años treinta, después de su debut como poeta y novelista histórico, saltó a la fama como escritor de thrillers al tiempo que se volvía el crítico de cine más respetado en todo Londres. En los años cuarenta consagró su reputación de gran novelista católico (título que lo enfurecía) y se dedicó a viajar y a escribir para The Times sobre los lugares por los que pasaba (en México situaría El poder y la gloria, su novela más famosa), para a finales de la década comenzar a trabajar en el cine. Y es entonces que aparece El tercer hombre.
El libro, como explica Greene en el prólogo, es tan sólo el borrador de una historia pensada para la pantalla, una trama que facilitaría con toda su densidad la escritura del guión y que no estaría completa sino a través del talento visual de Carol Reed, el director de la famosa película protagonizada por Orson Wells, Joseph Cotten y Aida Valli.
Sin embargo, la novela dista mucho de ser un mero legajo de indicaciones. Como todos los grandes escritores que han abordado el género, Greene sabe componer un thriller con cada una de sus reglas sin por ello abandonar un mundo absolutamente personal. La historia de Rollo Martins, un inglés tierno y ridículo, es la misma que puede encontrase en cualquiera de sus novelas “serias”: la historia de la inocencia enfrentada al Mal y la tragedia de reconocer que ese Mal habita precisamente en las cosas que uno ama; la historia de una traición, al fin y al cabo.
De esto va todo: Rollo (ridículo hasta en el nombre) intenta esclarecer la muerte de su amigo Harry Lime mientras vaga, ahogado de borracho y sin entender nada, por la Viena fantasmal de la posguerra, una ciudad hecha polvo y repartida por las cuatro potencias aliadas. Sin carecer de los manierismos de las novelas de espías (los diálogos más bien teatrales, las pasiones como bloques sólidos y sin fisuras), Greene logra entregarnos una realidad donde todo parece ser narrado desde dos puntos tan cercanos como contradictorios. Martins ha escuchado que Lime estuvo involucrado antes de morir en un “asunto turbio” y ése será el vaso que apurará hasta el fondo.
Al final, como escribe V. S. Pritchett, El tercer hombre no es “una mera huida de la vida cotidiana, sino un penoso viaje a través de ella”.
Roberto Culebro