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Tachar es escribir
Erick Baena Crespo comment 0 Comentarios

El debate sobre la autoría de una película, si corresponde al guionista o al director, se ha polarizado. Theo Angelopulos, director de la película Paisaje en la niebla (1988), en una entrevista reciente afirmó: “El autor de la película soy yo. El cine es un trabajo en equipo pero al final la película es mía”. En contraste, Manuel Gutiérrez Aragón, director de cine y novelista español, sostuvo en entrevista con la agencia EFE, que el autor de una película es el guionista, quien pone la semilla y luego, el director “maneja esa complejidad en el rodaje”.

Nicolás Giacobone (Buenos Aires, 1975), quien ha escrito los guiones cinematográficos de los filmes Biutiful (2010, nominado a Mejor Guión Original en los Premios Goya), El último Elvis (2011) y Birdman (2014, ganador del Oscar al Mejor Guión Original), se sube al ring con su primera novela: El cuaderno tachado, una reflexión aguda sobre la noción de autoría, el arte de la colaboración y el fracaso.

El cuaderno tachado cuenta la historia de un cautiverio creativo: Pablo Betances, aspirante a novelista, ha sido secuestrado por Santiago Salvatierra, “el más gran director de cine latinoamericano de todos los tiempos”, quien lo tiene encerrado, desde hace cinco años, en el sótano de su casa de campo. Pablo ha escrito, en el encierro, dos guiones para Salvatierra. La película fruto de uno de ellos se alzó con un Oscar a Mejor Película Extranjera. Ahora Pablo tiene una consigna: escribir un tercer guión que ha de cambiar la historia del cine. Y garantizarle a Salvatierra la entrada al parnaso del cine, al lado de Fellini, Bergman y Kubrick.

Al respecto, Giacobone, a través de la voz de Pablo, reflexiona: “Muchos directores se creen autores cinematográficos en su expresión más acabada, como si solo ser director no fuese suficiente, como si dirigir una película que no escribieron fuese dirigir la película de otro, o una película no del todo propia, como si una película escrita por una persona y dirigida por otra no tuviese autor, fuese una película huérfana, o no, peor, adoptada por varios; un hijo con demasiadas madres”.

La historia la cuenta Pablo en su diario, el cual muda de formato conforme pasan las páginas: va del cuaderno tachado a un archivo encriptado de Word, luego a un archivo no encriptado, después a un cuaderno no tachado, luego al margen derecho de la publicidad de una nueva película de Woody Allen, después a la superficie de un post-it. Una operación que emula el carácter transitorio del guión: páginas destinadas al sacrificio, arrojadas a las llamas, cuyas cenizas se adhieren a una pantalla. Beatriz Novaro, en su libro Re-escribir el guión cinematográfico (El Atajo, 2003), lo explica mejor: “El guión es un puente entre dos ecosistemas distintos. Nace del reino de las palabras y desemboca en el de las imágenes […] es un género suicida, complejo, misterioso. Le pedimos que sea capaz de autodestruirse, de extinguirse y sin embargo que permee el conjunto con su espíritu”.

El secuestro funciona como una metáfora de la colaboración entre director y guionista. Salvatierra, en este caso, se asume como el creador absoluto, el Miguel Ángel que pinta la Capilla Sixtina mientas Pablo construye los andamios. El guionista como mero transcriptor de ideas ajenas.

Un ego monumental, además de una necesidad de reconocimiento, corroe por dentro a Salvatierra. “Uno de esos artistas que busca superarse a sí mismos constantemente, y viven en angustia permanente, y son capaces de las medidas más extremas para conseguir el nivel artístico más alto”, así lo describe Pablo. Y agrega: “El problema de Santiago es que cree que sabe escribir”

Salvatierra no es Iñárritu. Si bien es imposible negar que Giacobone se inspira en el director de Birdman, el tema trasciende ese dato curioso. La reflexión, de fondo, gira en torno a la naturaleza del arte.

“Las obras están siendo escritas, y reescritas, porque son imperfectas, y algo imperfecto es también algo no terminado”, escribe Pablo. Y agrega: “Yo pienso que el cine (nunca se lo dije a Santiago) usa el resto de las artes y las más diversas ciencias, pero no ahonda en ninguna; usa un poco de todos, pero no los exprime. […] El cine es un arte industrial, y por eso mismo sumamente imperfecto. Más gente participa, más imperfecto el resultado. Una suma de imperfecciones. El genio de uno se filtra en la mediocridad del resto”.

Giacobone, de paso, hace algunos apuntes sobre el guión: explica los conceptos de acción, conflicto y giro final. Habla sobre los cuadros aristotélicos, los back stories de los personajes, que le sirven —no sólo como elementos didácticos—, sino como pretextos para hablar de la imposibilidad de planear una obra maestra. Escribe Pablo: “La literatura aún no ha podido ser superada por ninguno de los otros artes narrativos; ni por el cine, ni el teatro, ni la televisión”. Y quizá, por esa certeza, Giacobone decidió explorar las posibilidades infinitas de la novela.

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