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Cuando los Rolling Stones llegaron a La Habana
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Juan Pensamiento Velasco, 13 de julio de 2019

Mentiría si afirmo conocer íntimamente a Carol Zardetto –cosa que, por supuesto, no implica en absoluto que no le tenga enorme afecto, aprecio, respeto y agradecimiento, tanto por sus aportes a la cultura y a la política como por su apertura a nosotros quienes la admiramos desde hace mucho– pero leyendo Cuando los Rolling Stones llegaron a La Habana no pude sino [quizás] engañarme a mí mismo pensando que, en efecto, tal vez la conozco mejor de lo que pudiera haber pensado. Y es que este libro en particular me hizo sentir la misma vibra que ella: inteligente muy por arriba del promedio pero clara, sin ínfulas de superioridad; sencilla pero punzante, siempre atenta y abierta a desnudar todo lo que le parece una contradicción en este mundo de –¿pa’ qué mentir?– puras pajas; reservada pero dispuesta a dejar la puerta entreabierta justo lo necesario…ni un poco más, ni un poco menos; y, sobre todo, nunca pero es que nunca, en riesgo de ser aburrida. Y sí, este libro es así, tal como la percibo a ella. A uno de los personajes se le describe como con la capacidad de convertir lo complejo en simple, sin simplificarlo. Carol sabe hacer lo mismo deliciosamente bien en este libro. 

Carol Zardetto en elsiglo.com.gt

Tal como ella misma lo escribe mientras habla de Cuba, de la gente (local y turista) y del cine (ficticio y documentalista), de poco serviría una imagen (sea en forma de imagen per se o en forma de palabra) –o puede ser que, más que imágenes, ideas– si no es para destapar la realidad como la vemos, por mucho que esa mirada traiga consigo una “verdad personalizada”. Y de nada serviría un libro que nos relate otro cosmos si ese otro cosmos que zoomeamos al leer no nos dijera algo sobre el nuestro propio y, no sorprenderá decirlo, entre la protagonista, Cuba, los asistentes al curso, los personajes locales (que no localistas), el cine y los documentales, es imposible pasar más de cinco páginas sin toparse con algo que refleje esta triste y problemática Guatemala actual, que intentamos cotidianamente sobrevivir, y no sólo en cuanto a situaciones políticas, sino en cuanto a la mirada sobre el arte, sobre el vivir, o al menos intentarlo, de la mejor forma posible. 

El libro se describe a sí mismo con una frasesita lapidaria desde sus primeras páginas: “La sencillez de la verdad (sencillez como un lujo deseable)” y lo sigue haciendo con su enorme potencial de subrayabilidad (ah, la delicia de subrayar y anotar en un libro impreso en papel, ¿verdad?) a lo largo de esa última página en que el título cierra el círculo que inició con un viaje en avión y el usual saludo entre desconocidos. Hay referencias directas a películas y a documentales –muchos de los cuales han pasado a mi lista de pendientes–, pero al mismo tiempo el placer de ir descubriendo cómo se desarrolla la narración trae consigo, inevitablemente si a uno le gusta el cine o no, imágenes de otras películas que van complementando esas escenas que uno se forma en la mente. En lo personal, me fue imposible imaginarme la avalancha de ranas en la escuela de cine cubana sin literalmente ver frente a mis ojos la lluvia de ranas que constituye el orgasmo fílmico de Magnolia de Paul Thomas Anderson, por ejemplo. Y es que la estudiada manipulación del cine no es en mucho distinta a la estudiada manipulación de un libro bien escrito, sea ficticio o no. Mientras leía, el yo pre-programado, ese que todos llevamos dentro que, a ratos para comprender el mundo intenta encajonarlo, categorizarlo, limitarlo, con mil y una excusas, se preguntaba si esta podría catalogarse como novela o como ensayo o como crónica o como una intersección entre todas y si lo que leía era o no ficción, si Carol es Carol (ejem, ejem, y Miguel el de los besos es Miguel el de los besos) y Laura es Laura o los nombres cambiaron y una certera realidad se ficcionalizó. Me respondí a mí mismo, bendita sea Dioso, que nada de eso importa y la propia autora lo subraya al afirmar contundentemente cuánto le molesta la insistencia en subrayar una división dicotómica, en distinguir el supuesto realismo de un documental de los supuestos caprichos de la ficción, cuando en realidad lo difuminado de esa frontera deberíamos ya tenerla más que clara. 

Cartel de Magnolia, imdb.com

En el libro exploramos ideas elevadas pero aterrizadas, valga la contradicción aparente, entre fronteras: la verdad de la mentira, la utopía de la distopía, el aquí del allá, el gusto contra el disgusto hacia otra persona que puede a ratos encantar y a ratos desesperar, la política de la ética, la revolución legendaria contra la revolución que hace tronar las tripas, el artista de su obra, el mecenas del artista, el poder del encanto de alguien sobre uno en momentos de debilidad o hasta de la fuerza que requiere aceptarse débil; comunismo contra neoliberalismo, dinero contra felicidad, memoria contra olvido, colonización y libertad, migrar o quedarse, siendo el planteamiento de migrar y sus implicaciones una evocación recurrente a lo largo de la narración…en un libro bien escrito hasta una mini pregunta de apenas dos palabras (“¿Eres feliz?”) lo hace a uno meditar sobre por qué una tragedia de nombre Guatemala aparece reiteradamente en la lista de países más felices del mundo. En fin, leer esto no es sólo entretenimiento, aunque lo entretenido no cesa, sino es una larga evocación de frases evocadoras. 

En algún momento la protagonista del libro se pregunta “¿Se puede comprar un antídoto para el vacío?”. Se me ocurre responder y aconsejarles que leer a escritoras como Carol quizá sea el antídoto perfecto. 

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