El vampiro de la colonia Roma / Debolsillo, 2012.
En 1979, diez años antes de que un servidor llegara a vivir al Distrito Federal, en una casa de huéspedes cercana a la plaza Río de Janeiro, la novela de Luis Zapata,
El Vampiro de la Colonia Roma, ya era considerada un clásico no sólo de la diversidad sexual sino de la vida urbana en una ciudad que vivía sus últimos momentos de pleno goce, antes de la irrupción de la epidemia del VIH-sida.
El Vampiro de la Colonia Roma no innovó por su temática gay sino por su técnica literaria –un largo monólogo que atrapa al lector de principio a fin- y por su frescura, sin las imposturas de tratados o ensayos. Luis Zapata logró construir un lenguaje urbano, de una juventud en busca de una identidad perdida.
Adonis-Osiris se transformó en una leyenda viva. En las mismas calles de Tlalpan y de la Roma donde ejerció el sexo servicio, en los mismos baños Torrenueva (hoy desaparecidos) y hasta en la ciudad de Guanajuato, donde están los orígenes de este personaje, persiste la cadencia de quien desentrañó el ligue y las relaciones gays a través de una magnífica construcción de Luis Zapata.
Adonis es nuestra
Santa contemporánea para la diversidad sexual. No en balde el propio Zapata cita a Federico Gamboa, pero también es el último testimonio anterior al amor en los tiempos del VIH.
El lenguaje y los rituales no han cambiado. Las calles y los ligues son de los nuevos vampiros. Quizá el uso del condón –que en el monólogo se relata como algo extravagante- es lo que este vampiro colectivo ha incorporado a su sexualidad cotidiana, a pesar de las constantes batallas contra la uniformidad moral y la desidia o ignorancia de nuevas generaciones.
La prueba de la vigencia de la obra de Luis Zapata son sus constantes reimpresiones y la lectura de generaciones nuevas que hallan en este relato las claves y las llaves de una ciudad donde hasta los tiras son vampiros.
Jenaro Villamil