La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne

Ariel Omar Orenday Martínez

29 April 2020

Una sombra descansa sobre el sillón de madera. Él, como su padre y el padre de su padre, buscó enloquecidamente la fortuna que los Maule escondieron, impulsado por la severa mirada del cuadro del coronel…vigilándolo, juzgándolo. Esa pintura ha estado ahí tanto tiempo como la casa, tanto tiempo como la maldición.

“¡Dios le dará sangre para beber!” le gritó el hechicero Maule al ladrón Pyncheon antes de morir en la horca. Cientos de años han pasado y muchos Pyncheon han muerto a manos del destino. ¿Quién sufrirá esta vez a causa del pecado original?

Este libro relata la vida de los últimos Pyncheon, herederos de una nobleza venida a menos y de una maldición. Lo único de valor que esta familia conserva de años atrás es una tétrica casa ubicada en Salem, Massachusetts; lugar al noreste de Estados Unidos donde llegaron los primeros colonos ingleses.

Nuestros protagonistas principales, Hepzibah y Clifford Pyncheon son un par de almas en pena que viven bajo la presión económica de la bancarrota, a la vez que intentan seguir con su noble estilo de vida— a como dé lugar—. Por ello, y a mucho pesar de la vieja Hepzibah, hacen algo impensable para una familia de tal abolengo: abren una tienda de abarrotes.

Entonces les cae una bendición: desde el campo llega Phoebe, una sobrina suya de gran sencillez y alegría. Ella se hace cargo del movimiento dentro de la casa y de la tienda con tal habilidad que empieza a atraer la buena fortuna, y con ella a viejos conocidos: al viejo tío Venner, un filósofo pueblerino; a Holgrave, un joven daguerrotipista que renta un pequeño cuarto en la misma casa, y al imponente juez Jaffrey Pyncheon, poderosa figura que guarda una vieja historia que lo une a su primo Clifford.

…y la maldición vuelve a mover sus antiguos engranes…

La versión de Penguin Random House cuenta con una excelente introducción escrita por Milton R. Stern, que pone en contexto la vida de Nathaniel Hawthorne en 1851, año en que publica esta obra. Conocer al autor es indispensable para explorar por qué hizo un libro como este, sobre todo al ser un cambio en su estilo y filosofía. También el libro cuenta con la más que excelente traducción de Verónica Canales Medina, la cual permite entender los complejos argumentos en los que Milton R. Stern profundiza acerca del libro.

Dicho esto, yo agregaré otros tres puntos por lo que me parece que este viejo relato es relevante incluso hoy en día:

Fotografías escritas

Susan Sontang, filosofa estadounidense, dice en su libro “Sobre la fotografía” que la cámara registra lo que está desapareciendo. Entonces es cuando, por nostalgia, tomamos una foto. Este acto de solemnizar un momento cualquiera sólo nos es posible gracias a la popularización de la cámara fotográfica, algo que en los tiempos del daguerrotipo— abuelo de la fotografía— ya se pronosticaba.

No es coincidencia que en la historia haya un daguerrotipista. Si algo le encanta hacer a Hawthorne es detener el tiempo mediante las palabras y describir a detalle una escena. No escatima en páginas para llevarte justo al momento que viven los personajes. Hace de una tarde cualquiera la tarde más bella; o de la oscuridad de una casa, una caverna llena de misterios.

Es un estilo fuerte por su lentitud y paciencia impresa en la descripción. Técnica erótica, hace de la contemplación una miel que cae lentamente sobre las páginas de la historia, haciendo de su lectura una experiencia que requiere darle su justo tiempo.

¿El pasado nos ancla?

Es una de las principales preguntas que el autor propone a través de este relato. Pareciera en un principio que Hawthorne está convencido que una gran herencia tanto económica como social genera mucho peso para las personas. Esto se puede ver en la vida de ermitaño que Hepzibah y Clifford adoptan hasta sus últimas consecuencias. También este peso es visible en el estado de deterioro que sufre la casa de los “siete tejados”, cuya aura refleja el estado de ánimo de sus habitantes.

Pese a ello, me parece que Hawthorne no está en contra de la necesidad de construir un pasado. Phoebe crece como persona a partir de la convivencia que establece con su familia; mientras que Holgrave llega a cambiar de parecer al final de la historia, cuando abandona sus pensamientos más reformistas por una vida sencilla y tranquila.

Hawthorne no otorga una respuesta fácil ante esta pregunta por una razón: al final cambia radicalmente de parecer.

El cambio, una fuerza positiva

Incluso Milton R. Stern lo hace notar en su introducción: “…el final no procede de la dirección que sigue la energía de la novela sino de las convenciones del mercado literario y, en 1850, de la insólita felicidad de Hawthorne…”. Esta felicidad tiene un nombre: Sofía Peabody, esposa del autor, y a quien está dedicado el libro, de acuerdo con Milton.

Este cambio que ocurre al final del libro libera tanto a los protagonistas como al propio Hawthorne de la cara más cruel de la vida. Aún más, me atrevo a decir que parte de este mensaje positivo ya se encontraba de alguna manera inscrito en la historia, lo único que hace el autor es desligar a los Pyncheon de la inevitabilidad de las peores consecuencias de sus actos.

Un lector perspicaz será lo suficientemente hábil para marcar las inconsistencias en las que cae la conclusión; pero no podrá negar que esto da pie a una nueva discusión. No sólo acerca de la hipocresía de la riqueza o de lo mucho que buscamos un final feliz, sino de lo importante que significa un balance entre conservadurismo y reformismo para no caer en peligrosas obsesiones totalitarias, principalmente aquellas que son heredadas, como mantener una riqueza por el simple hecho de mantenerla.