En esta crónica Carlos Priego relata su viaje a la Feria del Libro de Guadalajara, el encuentro más grande de México para la industria del libro. Entre otras cosas, aquí aparecen varios escritores de distintas geografías, varios con contextos adversos. ¿Los libros pueden volverse instrumentos de resistencia?
Hace unos días terminó la Feria del Libro de Guadalajara, la más importante de México a nivel profesional y, sin duda, la de mayor tamaño. La feria abarca 90 mil m² repartidos en sus diferentes áreas de exposición. La sede cuenta con tres salones, tremendamente amplios, todos llenos de libros y gente involucrada con el mundo del libro —lectores, editores, escritores, prensa, creadores de contenido— todos ellos caminando y hablando sin parar. Hay un patio central —área nacional—, uno secundario —área internacional—, un pabellón, un foro musical, un salón de eventos principales y varios secundarios, además de varios puntos de venta de alimentos y souvenirs. Cada patio de la feria está conectado entre sí mediante pasillos en una suerte de laberinto vergel, una especie de jardín formado por estructuras de gran altura cuyos muros están formados por libreros. Es un cruce eterno de libros, idiomas y personas.
Los sellos editoriales de Penguin Random House, como cada año, fueron invitados con el grupo de 2 mil 469 sellos de 61 países a formar parte del encuentro. Todos los de Penguin Random House fueron reunidos en un stand gigantesco ubicado en el stand E1, entre Avenida de los cuentistas y Avenida de los poetas. Frente a ellos, sólo separado por un pasillo, estaba el pabellón de la unión europea, organización regional integrada por 27 países. Por ser uno de los stands principales, coincidí cotidianamente con ellos. Con todo, el único concepto que me repetí cada día fue el lema del país invitado: una unión de culturas; un concepto que se respiró en la feria a diario. Los 857 mil 315 visitantes de este año aterrizaban cada día para ver todos los libros. Yo siempre entraba un momento a ver los de Penguin. Pensaba; unión de culturas.
Entre los ejemplares, en unas de las repisas que podía ver desde lejos, había ediciones de Agustina María Bazterrica. Mucha gente las hojeaba. Parecía contaruna historia distópica. Un día fui a observar con seriedad el libro y, mientras lo hacía, uno de los representantes de ventas, que ya a estas alturas era mi amigo, me dijo que ese era uno de sus libros favoritos y que la joven autora estaría en la ciudad presentando y dando entrevistas acerca de su obra. Al escucharlo, la existencia física y conceptual del libro que yo tenía entre manos cambió de dimensión. No logré imaginarme lo que estaría pasando y pensando aquella magnífica fabuladora argentina, sin duda alguien sensible, sumergida en el inhóspito contexto político de su país. Tuve ganas de entrevistarla, de encontrarme con ella a través de su libro, que yo ya admiraba y tenía conmigo. El representante de ventas, entonces, me explicó la historia de aquel título, Indignas. Con mucha suavidad me habló de lo que implicaba descubrir y maravillarse por la vida de los seres que lo habitan. En el fondo es un libro distópico escrito como si fuera un diario que habla de una mujer quien para salvarse pide, ruega, entrar a una abadía habitada por mujeres y un ser maligno —un hombre— que las somete, controla y clasifica en jerarquías. Las mutila. Y en esos instantes, no pude dejar de pensar en que la fortaleza representa el canon literario controlado por el patriarcado.
En esa zona, además de argentinos había fabuladores mexicanos, europeos, sudamericanos, asiáticos. Participan en el encuentro a través de diversos sellos editoriales —Aguilar, Alamah, Alfaguara, Altea, Beascoa, Bruguera, Caballo de troya, Debate, Conecta, Grijalbo, Nube de tinta, Nova, Lumen, Selecta, Salamandra, roca Editorial, Suma, Taurus—. El sábado 25 de noviembre, el primer día del encuentro, la mexicana Cristina Rivera Garza condenó la postura del Colegio de México por no incluir más escritoras “que no tengan que pasar otros 80 años para que otra mujer escritora se convierta en integrante de El Colegio Nacional”, señaló. Fueron días importantes en los que la escritora mexicana resaltó la urgencia de hacer visibles otros relatos que nos permitan interpretar nuestra realidad.
En la parte central del stand de Penguin fueron habilitadas unas casetas telefónicas, sobre ellas las oficinas donde los escritores daban entrevistas y en la pantalla gigante que daba la bienvenida al stand aparecían imágenes de los libros que llegaron a la cita. El aire de la feria estaba lleno de energía. Los lectores comentaban los libros que buscaban por los pasillos. Pero en las inmediaciones donde me encontraba lo que más sonaba era otro asunto: David Toscana. Y unos metros más adelante ya sonaba Guillermo Arriaga. Una vendedora me contó cómo se emocionó cuando conoció a Alaíde Ventura escasos minutos antes de llegar ahí. No había hablado con nadie de eso. Me dijo que en una feria del libro como esa uno se puede encontrar con muchos escritores. Para contármelo, esperó a que uno de los compradores, precisamente alguien que buscaba Entre los rotos se fuera. La vendedora me dijo que a veces hay que esperar hasta la FIL para encontrar algunos libros. Ella, al igual que mucha gente con la que conversé, es una amante de los libros.
El stand y oficinas donde estaban los libros de los pingüinos era una especie de vecindario endocéntrico a las zonas donde la industria tiene menor mercado, como la parte internacional o la infantil o las zonas periféricas de ambos patios. Por momentos, la feria se convierte en una especie de tierra indómita. Por eso a veces, visitar la FIL es como ser un extra en una película de El señor de los añillos, lo único que queda es apechugar. Como mi padre siempre dice: “si quieres el perro, acepta las pulgas”. Hay que hacer expediciones extremas para adentrarse en los libreros, sorprendiéndose a cada rato con las portadas, las tipografías, texturas, nacionalidades de los autores, papeles, colores tintas y diversas concepciones del libro. En medio de todas las calamidades que vive el planeta, uno puede encontrar esperanza al constatar como escrituras de miles de fabuladores apuestan por sus proyectos que es lo mismo que apostar por sus sociedades, y por el mundo; porque los libros representan una herramienta poderosísima para mejorar personas y sociedades, para enriquecer el espíritu, eso me contó Ekaterina Álvarez cuando nos sentamos a conversar sobre su libro: ¿Dónde está arte?. Para los lectores es obvio. Hay quienes creen en ello profundamente.
Claro, ese espíritu recibió una herida en el corazón al contrastar la realidad de México con la de otros países. Habitamos de maneras distintas la cartografía del libro. El total de las editoriales representadas por Penguin Random House son cuarenta y cinco. En un solo lugar se reunió el dos por ciento de las editoriales invitadas. Cada uno por su parte, y de manera organizada, ofertaba sus temáticas: Literatura, Ciencia, Salud y bienestar, Ocio y libro práctico, Libros infantiles, Literatura juvenil, Cómic y novela gráfica, Ciencia ficción, Fantasía, Grandes clásicos, Novela histórica, Novela romántica, Poesía.
Celebro varias cosas de la FIL, por ejemplo: la asistencia a Guadalajara del argentino Andrés Neuman, cuya última obra, Umbilical, aborda reflexiones sobre la paternidad y sobre la forma en que los hombres se vinculan con sus hijos. Una más, la presentación de El último carnaval, de Hernán Lara Zavala, más allá de ser el relato sobre una novela de iniciación fue la descripción de una crónica de la Ciudad de México que termina con una visión triste, en forma de metáfora, sobre el lugar al que llegamos después de seis décadas. Aquí va otra: Denise Dresser presentó ¿Qué sigue? 20 lecciones para ser ciudadano ante un país en riesgo, un ensayo personal donde reflexiona sobre el desarrollo de este actual sexenio a cargo de Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, ofreciéndole herramientas al lector para que esté mejor informado y sepa qué camino puede tomar con respecto a las próximas elecciones.
La feria sirve para poner en perspectiva muchas cosas. Hay editoriales que cuentan con infraestructura y posibilidades para el libro; o que luchan para construirla; o abandonan su potencial; pero todos —grandes, medianos o pequeños— pelean por hacer libros en contextos difíciles. Una escritora independiente me explicó los malabares que tuvo que hacer para publicar su novela gráfica, Vivos se los llevaron. Al final, su libro llego a un sello de Random House.
En otro encuentro editorial, ¡Al ruedo!, Hiram Ruvalcaba, Julián Herbert, Alaíde Ventura, todos —menos el autor de Canción de tumba— jóvenes escritores mexicanos contaron lo que significa dedicarse a las letras y cuáles son las características de su obra. Ruvalcaba, quien abandonó el periodismo para dedicarse a la literatura, advierte que en Todo pueblo es cicatriz no quiso hacer un reportaje o una crónica, sino “utilizar las herramientas de la novela, “que me permitían no sólo presentar algunas cifras reales, sino introducir personajes que son importantes en estas historias, por ejemplo, los vecinos, los feminicidas, los culpables, que en un país lleno de impunidad, muchas veces no los agarran y pues cómo los entrevistas, cómo te asomas a sus motivos, sus pensamientos, sobre todo porque se plantea una gran pregunta: ¿dónde nace la violencia?”. El último día de la feria me acerqué a platicar con Cristian Lagunas, presentó en la feria El lado izquierdo del sol, novela con la que tuvo el Premio Mauricio Achar, una novela —me dijo— que le encaminó a “entender la escritura y la manera de ver la vida de un escritor”; una novela que ocurre en contextos diferentes, lejanos, al del escritor que motivó el volumen. Después de platicar con él sobre Yukio Mishima decidí abandonar el stand, pero luego desistí, me pregunté cuántos de los reunidos en ese momento entienden las escrituras o se preguntan por las realidades que viven sus narradores. Cuántos de ellos ansían conocer otras realidades. Conocerlos a ellos. Entonces recordé el momento en el que comencé a leer. Lo hice desesperadamente, como un remedio para no dejarse invadir por la desesperanza. ¿Es la lectura un remedio contra la desilusión? ¿Sólo leyendo podremos conservar la fe en el ser humano? Yo leía para encontrar otras formas de mirar el mundo. En medio de un mar de gente y jóvenes con camiseta color naranja ayudando a encontrar los volúmenes demandados, recordé que leo porque me gusta encontrar gente que escribe sobre el mundo, sobre niños que corren en un parque, filósofos que piensan el ser, poetas, científicos, politólogos, que miran lo grande en lo pequeño. Entonces me acerqué a una de las casetas telefónicas instaladas ahí y pensé en las palabras de Martín Caparrós: “Ya nadie pide larga distancia. Hubo tiempos en que esa era la fórmula para hablarse de lejos. Esas llamadas tenían sus ritos, su tiempo de demora”. Luego entendí que cada patio, cada stand y cada libro de la feria está conectado entre sí, no mediante pasillos en una suerte de laberinto vergel, en una especie de urdimbre, como una red telefónica, en la que —por nueve días— el inmueble ubicado en Mariano Otero 1499 se convierte en un cruce eterno de libros, idiomas y personas.