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La tregua
Clara González comment 0 Comentarios

Hace poco más de treinta años leí por primera vez una novela que me tocó el corazón, lo digo literalmente, me llegó al corazón. Su título seguramente les parecerá conocido, bien porque lo han leído en alguna revista literaria o por alguna referencia a cualquiera de las dos versiones cinematográficas que de ella existen, una fue nominada al Oscar en 1975 en la categoría de “Mejor película de habla no inglesa”.

Escrita en 1951 La tregua es uno de los títulos más leídos del escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti, es una obra corta cargada de una prosa intensa, bella y triste que nos lleva a un viaje emocional y existencial. Benedetti nos lleva al mundo de Martín Santomé, contador público de 49 años próximo a jubilarse que vive en Montevideo, Uruguay, un viudo que para escapar de su soledad y monotonía escribe un diario donde deja fluir sus reflexiones sobre los cambios que la edad ha impuesto en su cuerpo, las preocupaciones por los hijos ya adultos, la rutina de la vida diaria, las huellas que deja el pasado, el dolor sordo de la muerte, los sueños que se dejan atrás, los prejuicios de la sociedad, el amor… Sus dudas y temores tienen la base de la vida cotidiana, sus respuestas nos regalan frases y hondas reflexiones muy cercanas a cualquiera de nosotros que podríamos releer una y otra vez, “Porque la experiencia es buena cuando viene de la mano del vigor; después, cuando el vigor se va, uno pasa a ser una decorosa pieza de museo, cuyo único valor es ser un recuerdo de lo que se fue. La experiencia y el vigor son coetáneos por muy poco tiempo.” “Francamente, no sé si creo en Dios. A veces imagino que, en el caso de que Dios exista, no habría de disgustarle esta duda. En realidad los elementos que él (¿o Él?) mismo nos ha dado (raciocinio, sensibilidad, intuición) no son en absoluto suficientes como para garantizarnos ni su existencia ni su no-existencia. Gracias a una corazonada, puedo creer en Dios y acertar, o no creer en Dios y también acertar.” “Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexionar.” “Cuando en el cielo despejado de la setentena aparece una nube, ya se sabe que es la nube de la muerte.” “Si alguna vez me suicido, será en domingo. Es el día más desalentador, el más insulso… A veces pienso qué haré cuando toda mi vida sea domingo.” “Tal vez yo exagere la nota, situado a mis hijos […] Les he dado instrucción, cuidado, cariño. Bueno, quizá en el tercer rubro he sido un poco avaro. Pero es que yo no puedo ser uno de esos tipos que andan siempre con el corazón en la mano. A mí me cuesta ser cariñoso, inclusive en la vida amorosa. Siempre doy menos de lo que tengo. Mi estilo de querer es ése, un poco reticente, reservando el máximo sólo para las grandes ocasiones. Quizá haya una razón y es que tengo la manía de los matices, de las gradaciones. De modo que si siempre estuviese expresando el máximo, ¿qué dejaría para esos momentos (hay cuatro o cinco en cada vida, en cada individuo) en que uno debe apelar al corazón en pleno?”

La vida, o quizá Dios, o el destino, le dará a Martín la respuesta a esta última pregunta “¿qué dejaría para esos momentos (hay cuatro o cinco en cada vida, en cada individuo) en que uno debe apelar al corazón en pleno?” Faltando pocos meses para tramitar su jubilación, Santomé conoce a Laura Avellaneda, una joven contratada por la empresa donde trabaja, él es su jefe inmediato y en corto tiempo inician una historia de amor donde ambos enfrentaran sus miedos y temores para dar paso a la felicidad, un momento en el que no importan los años vividos, cada uno apelará al corazón en pleno, “ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano, y eso era amor.” “De pronto tuve la conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad, era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento, pero tenía la hiriente sensación de que nunca más volveré a serlo, pero lo menos en ese grado, con esa intensidad. La cumbre es así. Además estoy seguro que la cumbre es sólo un segundo, un breve segundo, un destello instantáneo, y no hay derecho a prórrogas.” “Cómo la necesito. Dios había sido mi más importante carencia. Pero a ella la necesito más que a Dios.”

Si aún no has leído La tregua te invito a que lo hagas, no pienses que te encontrarás con una historia dolorosa, es mucho más que eso, después de treinta años sigo disfrutando su lectura como una experiencia introspectiva y aleccionadora por lo mucho que me dice de mí, por lo que me enseña a mirar con atención lo que me rodea, a identificar y disfrutar los instantes fugaces que marcan mi vida. Seguramente también encontrarás motivos para leer y releer sus páginas y compartir con Martín Santomé sus inquietudes y descubrimientos. Después de todo, la vida es una tregua.

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