Algo que puede regresarnos a los efectos más primitivos del miedo es recordar el terror que experimentábamos en la infancia cuando por alguna razón nos quedábamos solos o a oscuras. El miedo se percibe en todo momento pero mientras vamos creciendo aprendemos a disimularlo o, en los mejores casos, a esconderlo tanto que pareciera que no existe dentro de nosotros.
Se podría pensar que los temores infantiles son menos complejos, sin embargo, es posible que los niños sepan fundar mucho mejor sus miedos que los adultos, es decir, ¿en verdad asusta más quedar mal con el jefe que la inmensidad de un cuarto oscuro donde reside el verdadero motivo de todo miedo, la nada? Los abismos (Alfaguara, 2021), nos enseña que un niño puede temer tan profundamente como un adulto o más. La encarnación del miedo a lo desconocido es un abismo grande y oscuro cuya inmensidad parece tragarnos. Cuando Claudia nota que ese abismo está presente en su día a día queriendo engullir a su familia primero y a su madre después, su vida y su supuesto bienestar se sacuden.
La figura de la madre casi perfecta, “alegre” y muy bella; pasa a convertirse en la de una mujer apagada y vacía. Aspecto que retrata la idea patriarcal arraigada en Latinoamérica de que una mujer que tiene una familia, un esposo y pasa sus días con la cara metida en revistas porque no tiene otra ocupación; no debería quejarse por nada, mucho menos por no haber asistido a la universidad o porque nadie le había dicho lo dura que sería la maternidad. Ese culto a las apariencias resaltado por la innegable belleza de su madre y la carencia de dicha cualidad de Claudia, más que distanciar a estos personajes, los une en el mismo concepto de que la esencia se halla en el aspecto físico. Mujeres que viven desde niñas en soledad porque nadie se detiene a preguntarles cómo se sienten o qué es lo que quieren, porque el interior devastado no importa mientras el exterior hermoso y adecuado a las normas sociales esté intacto.
La labor de Pilar Quintana al presentar algunas de las características de la depresión es formidable, y alcanzan otro nivel al ser descritas desde un personaje que al no comprender del todo lo que relata, llega a ser finamente claro. Desde intentar ganarle en su propio juego de silencio y ausencia a su papá, hasta preocuparse por la obsesión con las actrices suicidas que tiene su mamá. Siendo esto la única salida plausible de esa vida que consiste en quedarse quieta dentro de un mundo que constantemente exige dar el siguiente paso en un camino minado a punto de explotar con el más mínimo error.
Y el hecho de toparse de frente con ese abismo tan directamente como con la muerte de Gloria Inés o con el coche encontrado en el peñasco, parece hacerlo cada vez más real, más cercano. Claudia se da cuenta del peligro inminente que corre su madre aunque esta, como pasa con muchos de los suicidas potenciales, no sea totalmente consciente de ello y la niña enfoca ese miedo en la imagen del barranco que ve en la finca que era como asomarse a los ojos de las mujeres muertas. Por ello le urgía regresar a Cali antes de que su madre fuera seducida por él.
Es precisamente en la finca, de cara a ese precipicio que está a punto de llevarse a su madre cuando Claudia debe tomar una decisión incentivada también por el miedo a la orfandad y deja caer su muñeca. Sin darse cuenta, pierde su infancia en ese abismo, se ve obligada a crecer de un momento a otro para soportar la carga del sufrimiento de su mamá. Hace todo lo posible por salvarla.
Los abismos es una novela en la que recordamos esa melancolía sutil que cubría los días y las noches cuando nos percatábamos de algo que iba mal en casa y no podíamos hacer nada para remediarlo o los adultos simplemente no nos dejaban involucrarnos.
