La estructura de esta novela la dictan los cuatro cuadernos que contienen la historia de la escritora Anna Wulf a manera de dimensiones o ángulos de ella misma y de su obra. El cuaderno negro habla de su novela Las fronteras de la guerra, la cual nació durante un viaje a Mashopi, en África del Sur; el cuaderno rojo habla de sus ideales políticos, de cómo entra al Partido Comunista y por qué sale; el cuaderno amarillo es la novela-reflejo de su vida que contiene la historia de su amor frustrado; y el cuaderno azul, el diario, es un intento de objetividad, más bien fútil, pues se da cuenta de que el ser humano es inherentemente subjetivo y por más que intente plasmar los eventos de su vida cotidiana de un modo casi científico, sólo puede contarlos a través de su propia experiencia.
Entonces nace el cuaderno dorado, la unión de todos los fragmentos anteriores, en un ejercicio de constituir al personaje en uno solo.
Esta novela se construye a sí misma, invita al lector a jugar con los fragmentos y colores que la componen, de tal manera que el resultado siempre es distinto. No hay un sentido único, un tema principal o una estructura estricta pues prácticamente se puede comenzar en cualquier parte. Ya sea ante la presencia de dos mujeres en un piso londinense, sus conversaciones y tragedias diarias; ya sea al lado de un grupo de amigos perdidos en Mashopi que no tienen realmente nada en común; asistiendo a las juntas del Partido Comunista para escuchar a sus participantes discutir y contradecirse, incluso traicionarse; o adentrarse en ficciones dentro de ficciones que hablan de mujeres y hombres que buscan el modo adecuado de amar y terminan meramente en una danza alrededor uno del otro, en la cual nunca se tocan. Esta novela discurre también sobre la literatura misma, sobre cómo debe ser, cómo puede salirse de nuestras manos. La vorágine de imágenes y colores convierten al lector, al crítico, al autor, en una sola y desesperada criatura que se aferra a El cuaderno dorado para intentar agruparse a sí misma.
Tal vez no importe comprender la estructura ni su para qué, tal vez el propósito final, desde el punto de vista del lector, quien, a fin de cuentas, es el único que importa, es precisamente dejar que el libro hable y se construya. Doris Lessing lo dice hacia el final del prefacio: “el libro está vivo y es poderoso, fructificador y capaz de promover el pensamiento y la discusión solamente cuando su forma, intencionalidad y plan no se comprenden”. La permanencia de esta obra, su vigencia aún cincuenta años después de su publicación, reside en que sus páginas continúan vivas; aun lejos de la Inglaterra de los años cincuenta, de la Guerra Fría y de las ideologías feministas o machistas de esa época, las problemáticas e inquietudes que plantea todavía nos hablan, aunque su comprensión se actualiza y eso nos brinda una experiencia de lectura diferente cada vez y en cada época. Nos convertimos también en Anna Wulf, escritores de El cuaderno dorado.
Adriana Guillén