Talleres literarios, manuales de escritura y otras provisiones para quienes buscan el Santo Grial

Ramón Córdoba

30 May 2019

Se cuenta por ahí que al insigne poeta Jaime Sabines las musas bajaban a dictarle poemas al oído. Me gusta creer que fue así, pero la evidencia testimonial, mi experiencia en la edición y mi propia práctica de la escritura me dicen que, aunque escribir es una de las formas de la felicidad, o debería serlo, practicar ese noble oficio suele exigir tres cosas: trabajo, trabajo y trabajo... y que, lejos de resultarles gozoso, hay a quienes tal empeño les cuesta sangre, sudor y lágrimas. ¿Por qué esto es así? La verdad, simple y llana, es que no lo sé. Hay tantas rutas hacia la escritura como caminos a Roma, y cada quien encuentra el suyo (o no).

La cosa es que, por estas fechas y en muchos territorios, hay una gran cantidad de personas en busca de la escritura, y como esa búsqueda puede ponerse difícil, proliferan los talleres-cursos-diplomados-terapias intensivas-clases “magistrales”-etcétera de escritura creativa, escritura a secas, novela para mujeres, novela biográfica y autobiográfica, novela histórica, ¡coaching literario!, novela negra, ¡novela erótica! y desde luego abundan las obras dedicadas a enseñar escritura, desde breves manuales hasta voluminosos tratados. Tampoco escasean los evidentes emprendedores (de alguna manera hay que llamarles), sin ninguna experiencia (y ya no digamos obra escrita, y mucho menos publicada), que abren talleres o editan manuales, dispuestos a sacar raja de la necesidad y credulidad de quienes, como probablemente tú que ahora lees, tienen la imperiosa necesidad y el irrenunciable deseo de escribir.

En medio de tal maremágnum, es de agradecerse que alguien como Stephen King se haya ocupado de contarnos acerca de sus encuentros y desencuentros en un libro extraordinariamente divertido: Mientras escribo. Famoso, millonario y en plena productividad, se tomó el tiempo de contarnos cómo una vez estuvo en nuestros zapatos, lleno de dudas e inseguridades, pero sobre todo de ansias. Y sí: algo sabe al respecto. Aquí, algunas muestras:

«Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.»

«El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación (cuando intuyes que no podrás poner por escrito todo lo que tienes en la cabeza y el corazón). Se puede encarar la página en blanco apretando los puños y entornando los ojos, con ganas de repartir golpes y poner nombres y apellidos, o porque quieres que se case contigo una chica, o por ganas de cambiar el mundo. Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. Repito: no hay que abordar la página en blanco a la ligera.»

«El escritor que se toma en serio su oficio no puede evaluar el material narrativo como un inversor estudiando ofertas de acciones y escogiendo las que parezcan más rentables. Si se pudiera, cada libro publicado sería un éxito de venta seguro, y no existirían los adelantos astronómicos que se pagan a una docena de escritores de primerísima línea. (Ya quisieran las editoriales.)»

«Las clases o seminarios de escritura son tan poco “necesarios” como este libro o cualquier otro sobre el oficio de escribir. Faulkner lo aprendió trabajando en la oficina de correos de Oxford, Mississippi. Hay otros escritores que han asimilado lo básico estando en el ejército, trabajando en una fundición o haciendo vacaciones en una cárcel cuatro estrellas. Yo aprendí la parte más valiosa (y comercial) de lo que sería mi oficio lavando sábanas de motel y manteles de restaurantes en la lavandería New Franklin de Bangor.»

«Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya. Ser feliz.»

«Escribir es mágico; es, en la misma medida que cualquier otra arte de creación, el agua de la vida. El agua es gratis. Conque bebe. Bebe y sacia tu sed.»

«Eula-Beulah era propensa a los pedos, en su variedad sonora y olorosa. En ocasiones, avecinándose uno, me tiraba en el sofá, me ponía el culo en la cara (con falda de lana interpuesta) y disparaba, gritando eufórica: “¡Bum!” Era como quedar sepultado por fuegos artificiales a base de metano. Recuerdo la oscuridad, la sensación de asfixia y las risas; porque, sin dejar de ser horrible, la experiencia tenía su lado divertido. Puede decirse que Eula-Beulah me fogueó para la crítica literaria. Después de haber tenido encima a una niñera de noventa kilos tirándote pedos en la cara y gritando “¡Bum!”, el Village Voice da muy poco miedo.»

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