La primera vez que leí Crimen y Castigo estaba en una mecedora con las piernas dobladas para encajar en la silla; me preparé un chai y observé las plantas, los arboles de mango frondosos y las bugambilias de mi terraza. Este fue mi ritual todas las tardes durante una semana.
Cuando terminé la lectura sentí un gran vacío, casi me había arrepentido de haberlo leído tan rápido. La trama y los personajes me envolvieron tan placenteramente que sólo los mosquitos podían moverme de tan cómodo estado. Después de este generoso ritual para mi alma, decidí tomarme los textos de Dostoievski con mucha más calma, disfrutarlos y cerrar el libro de vez en cuando sólo para que, la próxima vez, fuera un momento de paz y gratas sorpresas.
De las lecturas obligadas de Dostoievski, Crimen y Castigo ocupa un lugar muy especial; no sólo por su gran aceptación como novela policiaca y por ser una lectura obligada para los estudiantes de leyes, sino por ser una obra maestra que logra concatenar diversos temas filosóficos, políticos y psicológicos.
Es la historia, como a mi me gusta llamarle, del Gran Raskolnikov. El protagonista, cuyo adjetivo nada tiene que ver con sus virtudes, tampoco opaca en modo alguno a los personajes secundarios ni a los antagonistas.
La historia se concentra en el crimen orquestado por Rodión Raskolnikov, un estudiante en situaciones adversas y severos conflictos psicológicos, quien busca liberarse de sus penurias a través del robo y asesinato de Aliona Ivánova, una usurera descrita como oportunista y desagradable. Este asesinato desprende diversas situaciones que tejen la trama dentro de una dinámica reflexiva sobre la moral, las creencias y la sociedad.
Pero, ¿puede acaso en nuestro contexto contemporáneo sugerirse un aspecto moral en la violencia? ¿Se puede hablar de la ética en un acto violento cuando la discusión literaria se ha enfocado en no justificarla? La virtud de Dostoyevski como escritor recae en la capacidad de generar enigmas éticos que sólo pueden sugerirse en planteamientos realistas de su propia época; queda establecido por los lectores del autor ruso que su escritura contiene ciertos paralelismos con sus propias vivencias, más aún con sus problemáticas psico-existencialistas que han marcaron el desarrollo de su escritura y la evolución espiritual que él mismo experimentó a lo largo de su vida.
En Crimen y Castigo se contempla un asesinato deliberado, es decir, a partir de un acto con uso de la razón estrictamente práctica que -a pesar de aparentar un alivio momentáneo- no es posible descartarla como un acto compasivo; todo esto hace del caso violento una novela muy particular, no bueno ni bondadoso.
La grandeza de Raskolnikov trasciende el acto de la violencia hacia una severa confusión, un dilema, y desde lo compasivo para evitar el sufrimiento de sí mismo y de su familia, decide actuar de la forma más atroz. El acto no queda impune en su mente, pues de manera inmediata el temor y la paranoia se apoderan del protagonista y lo llevan a una serie de discusiones internas que lo atormentan a cada momento.
Como es característico de Dostoievski, el dilema moral fundamental se aterriza en un acto exagerado que involucra, de algún modo, la debilidad del ser humano y se manifiesta en maldad, una que tiene la posibilidad de ser confrontada por hechos éticos y benevolentes. Raskolnikov se encuentra con la bondad por vivencias azarosas, como el encuentro con Semión Zajárovich Marmeládov, un borracho empedernido que conoce en la taberna, y con Sonia, hija del primer personaje ejemplar que encarna el amor y la espiritualidad, cuyos valores se incrustaran a lo largo de la trama en la forma ilusoria de Raskolnikov por redimirse.
La grandeza de Raskolnikov no está en el acto de violencia, mismo que fue deliberado, sino en el acto moral del discernimiento entre el bien y el mal; en aquella conciencia ética que surge desde las entrañas; en la introspección continua, que lleva al personaje a reconocerse como ser en medio de otros seres. La compasión lo llevó a cometer un asesinato, pero el enfrentamiento con la realidad lo puso por encima de su propia maldad demostrándonos dos cosas: un acto instrumentalista y una moral espiritual.
Dostoievski tiene un don particular para encarnar el realismo en sus personajes. En este texto, vemos la identidad de Raskolnikov formándose en la situación vivencial cotidiana, donde se encuentra con una sociedad decadente subsumida en los vicios y las adicciones; una etapa en la cual el dinero hace a los más desagradables pecadores. Una sociedad que encierra los peligros de un anunciado capitalismo que deshumaniza, y que es utilitarista, que cuando no encuentra un sentido rentable se convierte en desecho.
“En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble”, escribe el autor ruso.
Como los caballos que son maltratados por sus cuidadores cuando ya no pueden jalar más los carruajes, los pobres también se convierten en masa y desperdicio, lo que les provoca los más temibles actos de supervivencia.