En una pequeña celda, con adornos humildes, se encuentran dos terratenientes, un intelectual, un burgués, dos monjes sacerdotes, un seminarista, dos novicios y un Stárets. La escena involucra una serie de acontecimientos que hace representación de los personajes principales. Por un lado, un terrateniente rico e insensato, ávido de atención y débil frente a sus pasiones; un tipo verdaderamente desagradable para el ojo del lector. Por el otro, un burgués presuntuoso que no logra nada más que hundirse en su propia vergüenza.
Ambos se enfrascan en una jugosa discusión, que bien podría haberse dado entre dos niños de corta edad en la sala de cualquier familia contemporánea. En la escena también hay un intelectual —que calla mientras disfruta de la pelea de aquellos legos desquiciados por su ignorancia— y varios religiosos que, asombrados, no pueden hacer nada más que permanecer en silencio. Por último, un santo Stárets que les mira con gran satisfacción, pues en su pensamiento la escena no es más que una réplica de la vida cotidiana terrenal.
Los hermanos Karamázov es el último texto de Fiodor Dostoyevski y su obra más estructurada, elaborada y compleja, por lo que exige tiempo para la reflexión. Es cruda pero, de algún modo, anima al lector a creer y tener fe, sentir esperanza en la humanidad y en lo más profundo de ésta. Es una obra que recorre pasajes de filosofía, de disputas y deliberación, de luchas internas contra los vicios que ocultan los cuerpos físicos y se encuentran al fondo de las versiones más apasionadas de cada personaje. Es una invitación a comprender que en el mundo y en la humanidad, las banalidades son pasajeras y la verdadera razón de ser está en la fe y el espíritu.
Si algo deja en claro el autor desde el comienzo de esta gran obra, es que la discusión que se mantendrá a lo largo del texto no será una simple explicación de la vida de sus personajes y sus luchas internas. Más allá de una psicología barata, lo que se puede apreciar de
Los hermanos Karamázov es la profunda reflexión ética y filosófica de la que el autor se sirve para trabajar temas de la sociedad; y no sólo la rusa como muchos han de considerar, sino de la humanidad en general, de ahí que sea tan común sentir empatía y proyección por cada uno de sus personajes.
Sin embargo, la discusión en
Los hermanos Karamázov está claramente entre una ética atea y una teología espiritual, una disputa que sólo puede encontrarse en la mente del mismo autor, y que expresa al lector con gran detalle mediante la historia que traza con la magnífica descripción de sus variados personajes. Un camino que ya se ha visto con el honrado Mischkin (
El Idiota) y el enigmático Raskólnikov (
Crimen y Castigo).
En
Los hermanos Karamázov, por ejemplo, las conversaciones que mantiene Aliosha con sus hermanos, Iván (un abogado prepotente intelectual) y Dimitri (un infeliz apasionado que no puede escapar la suerte que él mismo se ha elegido), explican al lector la relación entre las pasiones y las virtudes, la deliberación que hace un autor para, finalmente, comprender que la vida —en la etapa de madurez— expresa una sorprendente necesidad de encontrar un camino de redención, incluso después de un indiscutible parricidio.
Dostoyesvki, más que ser un escritor humanista, está interesado por los actos humanos; le interesa describir al padre enajenado (Fiodor Pávlovich Karamazov) que encarna todos los vicios, quien es cínico y cruel; y a su contraparte, el hijo (Alexéi Fiódorovich Karamázov), que encuentra la prudencia en cada situación, que es bondadoso y no guarda rencor. El extensivo análisis filosófico de los actos humanos a lo largo de la obra enmarca un texto estrictamente ético, que no pretende juzgar, sino enseñar que todos los humanos, más allá de la bondad y la maldad de sus acciones, concentran una finalidad única, casi aristotélica y religiosa, que es la felicidad.
Las
obras de Dostoyevski demandan leerse más de una vez, pues asegura un camino distinto para cada lectura y para cada ocasión. A 137 años de su publicación,
Los hermanos Karamázov sigue siendo no sólo una de las obras literarias más importantes, sino una de las más vigentes por el excelente trabajo de su temática. Dostoyevski apuesta por la belleza y el arte en este discurso reflexivo; por un lado, nos invita a replantear la vida y por otro nos confunde, nos angustia y nos deprime. Su lectura es tan adictiva que provoca leerse lento para alargar la emoción, incita a pasar el día buscando a sus personajes en nuestra propia vida, invita a dialogar con ellos y, por lo mismo, a su término deja un inevitable vacío que nace del encuentro entre satisfacción y tristeza.