El poder vivificante del arte. A 10 años de la partida de Günter Grass

Daniel Caballero

02 May 2025

No cabe duda que hay pocas situaciones tan profundas y sensibles, como el vivenciar una experiencia artística. Pero, ¿a qué cosa se podría denominar como tal? ¿quizá a la contemplación de una obra de arte, a visitar centros culturales que expongan estas manifestaciones del espíritu humano? En lo particular, siento atracción por la visión que el filósofo alemán, Hans Georg Gadamer (1900- 2002), expone en sus escritos sobre este asunto: la obra de arte no se limita exclusivamente a considerar un objeto, una pintura o escultura como algo únicamente cognoscible, un mero objeto de estudio sino que el propio espectador de una obra de arte es capaz de vivirla, de interpretarla, de dialogar con ella y darle un sentido a la misma, de tal suerte que tanto la obra de arte como el espectador sufren una metamorfosis a través de dicho acontecimiento. La experiencia artística, entonces, contemplaría la transformación del intérprete, llevándolo a cuestionarse, pero, sobre todo, intentar comprenderse a sí mismo y con ello fusionar su horizonte de vida con el de cualquier obra artística. En ese sentido, no se requiere estar en ningún lugar en específico, o admirar solo una clase de pinturas, esculturas o cualquier otra hechura humana puesto que la experiencia artística, como un camino de búsqueda de la belleza y de la verdad, puede suceder en cualquier espacio y tiempo.


En La estatua, del también escritor alemán y premio Nobel de literatura de 1999, Günter Grass, (Alfaguara, 2025) descubro una experiencia similar a la visualizada por Gadamer, un encuentro transformador y profundo entre un intérprete y una obra artística que supera las barreras de los siglos y espacios y, a través de su pluma, nos otorga la posibilidad de una experiencia artística, singular y conmovedora.


Esta novela, inédita, de reciente publicación en español y narrada en primera persona, que fue encontrada en un cajoncito hace unos años por la asistente de Grass, Hilke Ohsoling, comenzó a tomar forma en 2003 y a pesar de constituir apenas un pequeño librito de poco más de 70 páginas, el cual contiene también diversos dibujos de mujeres figurantes que remiten a la protagonista de esta historia, resulta todo un acontecimiento imaginativo, pero al mismo tiempo, una alegoría autoficcional que toca temas como la vejez, el contexto sociopolítico de las Alemanias de los 80s, de la obra de arte e incluso, del enamoramiento y el poder de la escritura.


En La estatua, entramos a un viaje a través del tiempo, iniciando en la Alemania del Muro de Berlín. En una gira de lecturas por la República Democrática Alemana, a la cual puede entrar gracias al apoyo de un párroco luterano, Günter Grass visita diversas iglesias para efectuar dichas lecturas, acompañado de su esposa, Ute, esto a finales de los años ochenta. Un poco, para comprender la coyuntura histórica de este momento, Grass escribe: “Y también el presente empezaba, por firmemente ordenado que pretendiera estar desde el punto de vista político, a volverse histórico por los bordes”. Vientos de cambio se aproximaban para la nación alemana.


Su recorrido los llevará a la Catedral de Naumburgo, ubicada en la cuenca oriental de Turinga y cuya construcción comenzó a principios del siglo XI, específicamente en 1028, siendo una pequeña iglesia parroquial, ya que la catedral propiamente fue construida mayormente en el siglo XIII y se caracteriza en términos arquitectónicos, por mostrar un cambio entre el estilo románico tardío hacia el gótico primitivo.


El edificio, que está dedicado a los apóstoles San Pedro y San Pablo, fue la sede episcopal de la diócesis católica de Naumburgo, aunque después de la Reforma Protestante, en el siglo XVI, se convirtió en la principal iglesia luterana de la ciudad y se mantiene, hasta en la actualidad, como un templo protestante. Este histórico sitio fue declarado por la UNESCO en 2018, como patrimonio de la humanidad.


Y allí está, Grass ingresa a la catedral junto a su esposa y un grupo de turistas, llega al coro occidental del edificio, famoso por contener las estatuas de los doce fundadores, creadas por el genial y anónimo maestro de Naumburgo alrededor del año 1250, aunque queda un poco decepcionado al inicio por el tamaño de estas, pero, al arribar a la pareja principal, el marqués Ekkehard II y su esposa, Uta de Ballenstedt, una especie de asombro por su dignidad e individualidad, embarga a Grass.


Ekkehard II de Meissen, uno de los nobles más influyentes de su época contrajo matrimonio con Uta de Ballenstedten en 1026, siendo ella misma proveniente de una casa real. La pareja fue muy respetada puesto que realizaron diversas donaciones para la construcción de la catedral de Naumburgo, aunque esta fue construida dos siglos después de su muerte, aun así, fueron elegidos como figuras centrales para coronar la catedral.


Frente a Uta, dispuesta en un semicírculo junto a los demás fundadores a lo largo de la pared del ábside, Grass se deja llevar, tal y como le invita a él y a todos los turistas la guía de la catedral, dejando que la piedra tallada actúe sobre ellos, permitiendo que “la belleza y la enérgica expresión de piedra nos hagan sentir su efecto sin interferencias”. La sobriedad de la vestimenta de la dama, refinada y elegante encuadra su enigmático rostro, de belleza legendaria con unos ojos verdes de mirada profunda y un poco fría, su boca, constituida por un peculiar fino labio superior y su carnoso labio inferior. La estatua de Uta transmite un aire de grandeza y distinción, es una pieza que parece estar viva. Lleva en su cabeza una corona de flores de lis y levantando su cuello de la capa, debajo de la cual logra intuirse su mano derecha sosteniendo el manto mientras la izquierda mantiene la capa pegada a su torso. Es una caracterización inusual para la época, la individualización de esta estatua, su expresividad y gestos tan peculiares y humanamente terrenales dentro de un sacro escenario.


El impacto de Uta en la cultura popular es tan fuerte, que está explicado por lo majestuosa, altiva y misteriosa que resulta la escultura de la marquesa de quien se dice, sirvió de inspiración a Walt Disney para crear a la malvada madrastra de Blanca Nieves de la película de 1937; sí, esa que pregunta constantemente: espejito espejito, ¿quién es la más bella en todo el reino? De igual modo y aunque no tan alentadoramente, durante el Tercer Reich, su figura fue el parámetro de la mujer aria ideal, convirtiéndose en un elemento de propagada política. Finalmente, cuando le preguntaron a Umberto Eco con qué mujer de la historia del arte le gustaría cenar, el filósofo italiano no dudó en decir que con Uta de Naumburgo.


A partir de aquí, los límites entre lo histórico, lo real y lo imaginario, comienzan a difuminarse en esta obra ya que Günter Grass es capaz de tomar un evento real, jugar con él, mezclarlo, estirarlo y transformarlo hasta el punto en que no sabemos si lo fantástico ha invadido las fronteras de la existencia objetiva y esto, si bien es desafiante para el lector, representa la mayor virtud en esta narración.


En un ejercicio de creatividad y genio literario, el autor escribe: “ningún sonido me impedía escapar al presente de cada momento. Y no tardé en hallarme en otra compañía. Yo invitaba y ellos venían. Sobre el papel se volvían posibles muchas cosas”.
Y así sucedió. Un año después de su visita a la catedral, de pronto y habiendo citado a los fundadores a una comida en su casa, un domingo a mediodía, apareció el maestro de Naumburgo y la hija de un orfebre que sirvió de modelo para la estatua de Uta quien, renuente a todos los alimentos de este siglo, solo se contentó al pedir a nuestro escritor una Coca Cola para después marcharse. Pero pasan las estaciones, las coordenadas geográficas de Grass cambiaron frecuentemente, sus deberes y compromisos lo llevan a distintos sitios y algo no desaparece: su obsesión y enamoramiento por Uta de Naumburgo, que lo acompaña y atormenta a donde él va, pues desde Colonia a Múnich, de Milán a Frankfurt, pasando por Palermo, ella se le aparece. Su búsqueda por la belleza de la dama en ocasiones no tiene recompensa y en otras, suele embelesarlo, pero es precisamente esa agónica e insalvable distancia entre Uta y él, la que hace que su amor por ella crezca, hasta que un estruendoso acontecimiento le hace abrir los ojos.


En la historia que Grass nos regala, encontramos un eco del mito grecorromano de Pigmalión y Galatea, la historia de un escultor que, decepcionado de la decadencia moral de su época, decide evitar casarse. En cierto momento, crea una escultura tan hermosa, Galatea, de la cual Pigmalión queda desesperadamente enamorado y por intervención divina de Afrodita, la estatua cobra vida para cumplir el deseo del escultor. Al igual que en el mito, con Grass, el amor idealizado y las expectativas de aquel enamorado de esa fabulosa estatua, dan vida a la escultura.


A 10 años de su fallecimiento, los escritos de Günter Grass siguen vigentes, en este caso particular, La estatua, representa un texto de gran actualidad y atractivo, con una dosis de seducción imaginaria y que nos posibilita vivir todo un acontecimiento literario, toda una experiencia artística, como llegó a decir Salman Rushdie de él: “Le envidiaba su don artístico casi más que le admiraba por su genio literario. Entre los inmortales”.

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