Los escritores son bestias extrañas, como las historias que nos cuentan.
Dice Martín Solares (Tampico, 1970) que una vez, en París, soñó que caminaba de noche por el barrio de Le Marais, y lo seguían. A pesar de que el terror del asedio le impedía girar el cuello, una cruda certeza metafísica lo inundaba: el perseguidor no era humano. ¿Entonces qué era? La génesis de una obra, eso era. De ahí el multipremiado (Efraín Huerta de Cuento, Juan de la Cabada de Cuento Infantil, José Revueltas de Ensayo) escritor, crítico y editor literario mexicano dio forma a Catorce colmillos (2018), la novela inaugural de la que se ha tenido a bien llamar su “Trilogía imaginaria”, una tríada de novelas policiacas afrancesadas que se asoman a lo fantástico, serie que continuó con Muerte en el Jardín de la Luna (2020) y que, aparentemente (pues sólo los espectros lo sabrán), concluye con Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque (2024).
En cada entrega el autor juega con, retoma y reimagina incontables dichos y recuerdos, llamamientos, mitos e historicidades sobre entes paranormales: fantasmas y espectros, momias, vampiros, licántropos y cuanta cosa hemos imaginado o atestiguado, y de las cuales guardamos memoria. Estas novelas de Solares, como toda buena historia de detectives, tienen una figura central, un investigador, que nos servirá de ojos y quien nos adelantará sus pesquisas para activar nuestras habilidades indagativas, lo que Conan Doyle y su insuperable Sherlock Holmes llamaban la “ciencia de la deducción”. En esta serie su nombre es Pierre le Noir, un joven miembro de la Brigada Nocturna (escuadrón de élite de la policía de París especializada en casos extraños o especialmente desconcertantes, “imposibles de resolver”, al menos con el pensamiento positivista), y los hechos tienen como escenario la Francia de los años 30 del siglo XX, entre la primera y la segunda guerras mundiales. Ese momento en que París era el centro de la intelectualidad mundial y refugio de muchos de los artistas y pensadores más controvertidos (o sediciosos, como los catalogaban las fuerzas del orden, las cuales, ahora se sabe, seguían con celo sus movimientos), precisamente aquellos que fundaron la corriente dadaísta y el movimiento surrealista, este último es precisamente el grupo que atestigua los insólitos y escalofriantes hechos que se abordan en Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque.
He aquí lo que pasó.
Corre el año de 1927, Mariska de Hungría, amiga y confidente de Le Noir, quien ha prestado ayuda decisiva al investigador en momentos apremiantes, ha desaparecido. Las escasas pistas llevan a nuestro héroe, que ahora sabemos ha heredado los dotes de clarividencia de su abuela la pitonisa Madame Palacios, hasta un lúgubre castillo en torno a los acantilados de Normandía. Ahí se guarecen André Breton y sus llamados surrealistas, a quienes Le Noir tendrá que investigar (en un clásico enclaustramiento al estilo de Agatha Christie) hasta dar con una verdad inasible con la mente racional, pero plenamente alcanzable con la visión de lo indecible.
Dice Martín Solares que la novela de detectives o la prosa policial es el último bastión de los cuentos de aventuras. En el principio fueron las historias de cosmogénesis, luego los grandes dramas y epopeyas, después las fábulas formativas hasta llegar a la novela de aventura; finalmente, surgieron las narraciones que exploran la realidad circundante con crítica social y política o lo hacen navegando dentro de uno, en los propios sentimientos. Y atravesando todo aquello ha estado siempre la fantasía, eso que Alberto Chimal y otros entusiastas engloban en el concepto más abierto de “literatura de la imaginación” (de ahí el afortunado apelativo de esta “Trilogía imaginaria”), pues a lo largo de toda la historia oral y escrita se encuentra siempre aquel que imagina lo que no se ve, lo que es pero no existe. Y dentro de esa vertiente, los fantasmas y los espectros han tenido siempre un lugar preponderante.
Solares sabe todo eso. Entiende bien el recorrido narrativo de la humanidad, y echa mano de él para configurar su última novela. En ella encontramos ensayo histórico y cuento fantástico, análisis de crítica artística y ocultismo de aventura. Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque no es, ni de cerca, un noir prototípico. No hay mujeres fatales que tocan a la puerta fumando un cigarrillo y terminan por arrojarse, desfallecidas, a los brazos del detective en cuestión. No encontraremos, sobre todo, un caso intrincado que habrá que resolver, junto con el autor, con nuestra propia mental destreza. Esta pieza es una obra de literatura intelectual que usa todos los artificios de la ficción para hablar de los intereses propios de la escribiente pluma. Mal haremos, sin embargo, en pasar sin ver este ejercicio de gran factura artística, acaso tan sediciosa y renovadora como los surrealistas que homenajea.