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Y se hizo la luz (de la noche)
Diego Dionisio comment 0 Comentarios
«¿Quién había inventado la bombilla eléctrica?,
esa era la pregunta que estaba en el origen de todo.»
— Graham Moore, La luz de la noche

Partiendo tal vez de la idea habitual de que todo acontecimiento real entraña cierta dosis de ficción —pues la memoria teje siempre sus relatos a partir de jirones desvaídos, ciertos e imaginarios por igual—, el escritor estadounidense Graham Moore entrelaza hechos y personajes tanto verídicos como ficticios hasta dar forma a La luz de la noche, magistral novela histórica en la que nos ofrece su versión de uno de los episodios más significativos en la historia de la ciencia y la tecnología: la guerra de las corrientes. Batalla desigual en la que se enfrascaron tres de los inventores más representativos del mundo moderno — Thomas A. Edison, Nikola Tesla y George Westinghouse— con el objetivo de electrificar una nación entera, y cuyos detalles han sido durante mucho tiempo pasto de historiadores, sociólogos y biógrafos. En este sentido, el libro de Moore constituye «un nudo gordiano de verdades comprobables, suposiciones razonables, dramatizaciones y conjeturas absolutas».[1]

Con el propósito de desenredar —mejor aún, recrear— dicha madeja, Moore nos transporta al Nueva York de 1888, esa ciudad cuyo cielo empezaba ya a poblarse de cables y tendidos eléctricos —telarañas de luz que presagiaban «los últimos días de la noche»—, y nos centra en la figura de Paul Cravath, joven abogado que asume la defensa de George Westinghouse quien se encontraba envuelto en un litigio de patentes con Thomas Edison, mejor conocido como el inventor de la bombilla incandescente. De este modo, el novato Cravath, junto con la perspicaz cantante Agnes Huntington y el brillante Nikola Tesla, se adentrará en una empresa que, tras sortear los fuegos fatuos de Manhattan, lo llevará a enfrentarse con la interrogante filosófica por excelencia: ¿cómo debo vivir?; pero también con aquella otra capaz de quitar el sueño a los mismísimos genios e inventores: ¿cuál es la naturaleza de la invención? 

Inevitable plantearse esta última cuestión cuando la propia vida (como la de Paul) transcurre en medio de tres colosos de la invención: Edison, Westinghouse, Tesla. «Tres maneras absolutamente incompatibles de acercarse a la ciencia, la industria y los negocios».[2]

Edison: prolífico inventor a quien debemos la bombilla incandescente y el fonógrafo, además de muchos otros inventos que le hicieron ganarse el apodo de «el mago de Menlo Park», y que destaca especialmente por haber instalado el primer laboratorio industrial dedicado a la innovación tecnológica. De acuerdo al historiador de la tecnología Thomas P. Hughes, Edison encarna al inventor-empresario, pues además de «inventar de manera sistemática, resolvió problemas administrativos y financieros para lograr que su invención fuera usada».[3]

Westinghouse: otro inventor-empresario mejor conocido por haber legado al mundo el freno neumático para los trenes, y que al apoyarse en los desarrollos de Tesla para la corriente alterna (AC), se convirtió en el principal rival de Edison en la incipiente industria de generación y distribución de energía eléctrica.

Tesla: genial inventor y visionario de origen serbio, relegado al olvido durante mucho tiempo por su carácter excéntrico, sólo poco a poco ha sido reivindicado y reconocido como uno de los más grandes inventores en la historia de la humanidad. Entre los desarrollos que sus investigaciones posibilitaron se encuentran: la corriente alterna (AC), el motor de inducción, la radio, la primera fotografía en rayos X, las lámparas fluorescentes… Obsesionado con generar energía eléctrica que pudiera distribuirse gratuitamente a través del aire e incapaz de beneficiarse de sus descubrimientos, murió en la pobreza mientras muchos otros lucraban con sus patentes. Llegaba a presentar episodios de inestabilidad mental y su discurso estaba «condimentado con términos científicos, con explicaciones sobre máquinas. Con partículas tanto como con bestias aladas».[4]

Así, a partir de estos vaivenes de la invención, Moore entreteje un relato apasionante que puede ser leído al mismo tiempo como un caso de estudio novelado de los recientes estudios filosóficos y sociales sobre ciencia y tecnología, pues (como sabe muy bien el autor) el cambio tecnológico es un proceso mucho más complejo de lo que a menudo se cree. Lejos de ser autónomo —guiado por una lógica interna o más allá del control humano— e inexorable, el curso del desarrollo tecnológico está plagado de controversias, conflictos y alianzas entre distintos actores sociales. Esto queda muy bien plasmado en la novela cuando se plantea, por ejemplo, el conflicto entre la corriente continua (DC) y la corriente alterna (AC). Aun cuando esta última era más eficiente, ya que permitía distribuir la energía a grandes distancias y necesitaba menos cables, tardó en convertirse en la corriente estándar debido a que la primera favorecía los intereses comerciales de Edison y sus compañías. De hecho, existió una campaña, probablemente financiada por el mismo Edison, para demostrar la supuesta peligrosidad de la corriente alterna en la que varios animales fueron vilmente electrocutados.

Por lo anterior, La luz de la noche cautivará a aquellos lectores que estén interesados en la historia de la ciencia y la tecnología, pero especialmente a aquellos que busquen comprender mejor el cambio tecnológico y la naturaleza de la invención.

[1] La luz de la noche, pág. 489.
[2] La luz de la noche, pág. 152.
[3] “La evolución de los grandes sistemas tecnológicos” en Actos, actores y artefactos: sociología de la tecnología, Thomas, Hernán, Alfonso Buch (eds.), Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2008. pág. 111.
[4] La luz de la noche, pág. 230.

@otropuntodefuga

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