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Una novela que no es exactamente una ciudad
Citlalmina Guadarrama comment 0 Comentarios

Uno de los adornos festivos que más desconcierto me causa es sin duda la villa navideña. A pesar de no comprender el sentido de hacer una maqueta para Navidad, siempre me fascinó acomodar un grupo de casas, tiendas y edificios en miniatura sobre un trozo de guata con luces de colores por debajo asemejando nieve con una erupción volcánica bajo los pies y por supuesto, los diminutos personajes en las calles: los niños construyendo un muñeco de nieve, los paseantes con abrigos o los pequeños pinos en cada esquina. La lectura de La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House, 2022) fue lo más cercano a esa sensación en más de veinte años.

Con un lenguaje tan dinámico en el que la narración parece ir corriendo y uno debe perseguirla, además de una gran lista de referencias a la cultura pop entre las que destacan Randal y Billy Peltzer de la película Gremlins como personajes centrales o el escritor de la generación perdida Nathanael West transformado en patinador, Laura Fernández nos asoma a la vida en una ciudad cuyo nombre es otra referencia: Kimberly Clark Weymouth. Un pueblo que fue retratado en un libro infantil de la escritora Louise Cassidy Feldman llamado “La señora Potter no es exactamente Santa Claus” y que ahora sobrevive, muy a su pesar, del turismo de fanáticos del libro quienes esperan ver aquella villa apacible y navideña que imaginaron.

No obstante, la ciudad se resiste a encasillarse en ese mote construido por las palabras de la autora quien, se dice, comenzó a escribir en una cafetería de esa misma ciudad. A lo largo de sus 600 páginas vemos a una ciudad que funge si bien como escenario, asimismo como personaje, pues es un pueblo enojado e inconforme -como cualquier ser humano- con la imagen que tiene el mundo de ella, y esto se refleja en el inclemente clima que consta de ventiscas muy alejadas de las nevadas mágicas que normalmente se asocian a la Navidad. Un clima que proyecta más a una ciudad salvaje.

Hablando de personajes podría resumirse en una frase de Thomas Pynchon que aparece también como uno de los epígrafes de la novela:

“¿A eso se refiere Funch cuando dice que cada vez te pareces más a una sala llena de gente?

–Eso es lo que soy –dijo Mucho–. Es cierto. Todo el mundo lo es.»

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Pues pareciera que vamos a conocer a la totalidad de los habitantes a detalle. Cada individuo de esta “sala llena de gente” sigue un camino muy específico que, en conjunto, forman un paisaje nevado completo. Desde el hecho de que todos los habitantes aman una serie sobre unas gemelas que resuelven crímenes, lo que convierte a todos en detectives aficionados dedicados a espiar a sus vecinos para después publicar sus secretos en el periódico local con tintes sospechosamente conservadores, pasando por la idea de un Santa Claus que no concede deseos cuando te portas bien sino cuando te portas mal, hasta que Billy es tal vez el único personaje que no se ha dado cuenta de que quiere una vida diferente.

Un aspecto especialmente bello en la obra es la presencia de la creación artística y el cómo es tratada, ya que la encontramos en todos los personajes porque todos los habitantes crean algo, un diario con las vidas de sus vecinos, una ciudad con miniaturas, historias de fantasmas, pinturas. Un ejemplo es Eileen McKenney redactora en jefe (y única redactora) del Scottie Doom Post quien empieza a investigar la verdad ya no de oídas, como la totalidad de sus historias anteriores que prácticamente se basaban en rumores, cuando investiga si Billy en verdad cerrará su tienda y se irá del pueblo. También la vemos en los Benson, escritores que son su propia obra andante y que viven en su propia ficción encantando casas en las que después vivirán y, en segundo plano, escribirán. Y por supuesto, está Louise Feldman, la escritora de “La señora Potter no es exactamente Santa Claus”, obra que pretende dejar enterrada en ese pueblo, pero cuya aceptación la liberará de la maldición en la que el libro anula a la escritora en un infierno en el que, da igual lo que escriba, ya nadie escucha lo demás que tenga que decir, sin importar lo famosa que sea.

La novela tiene como detonante la decisión de Billy de irse y cerrar su tienda de souvenirs basada en la historia de Louise, pero cuando esto sucede, desaparece la idea de la ficción y la ciudad entra en pánico al sentir que pierde su identidad. Kimberly Clark Weymouth no puede vivir sin la ficción porque todos somos seres ficcionales y todos estamos intentando contar la historia de lo que somos y lo que es nuestra vida.

Como adultos serios, estamos acostumbrados a tener el control de la lectura, a saber exactamente dónde está cada casa y cada personaje de miniatura en la villa navideña. Pero La señora Potter no es exactamente Santa Claus, ya sea con la escritura, que en ocasiones se siente caótica, de Fernández o con el gran número de personajes y sus relaciones; nos invita a hacer algo que normalmente asociamos a la lectura infantil: imaginar. Si no se pierde el control ni se puede visualizar tanto el pueblo como los acontecimientos que suceden allí, la novela puede resultar un tanto pesada y hasta difícil. La clave está en dejarse llevar y simplemente pasear por esa Kimberly Clark Weymouth (con unas buenas botas, porque seguro terminarán llenas de nieve), permitiendo que nos asombre todo lo que encontremos en ella.

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