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Una amistad ejemplar
David Velázquez comment 0 Comentarios

Entre las muchas relaciones que conforman nuestra existencia, la amistad parece erguirse como una de las más valiosas e importantes que tenemos. Todo mundo puede presumir de tener amigos, pocos o muchos, pero ¿en verdad podemos jactarnos de haber encontrado la amistad? Para Michel de Montaigne, cuya estrecha amistad con Étienne de La Boétie (la única persona en el mundo a quien él llegó a considerar un verdadero amigo) hubo sólo una oportunidad en la vida para lograrlo, que germinó desde una absoluta coincidencia de espíritu: “Mi amigo no es otro sino yo mismo”.

Su amistad con La Boétie fue singular, nacida de un inmediato reconocimiento del otro como un par espiritual: “Nos vimos tan unidos, tan conocidos, tan comprometidos el uno con el otro, que desde entonces nadie nos fue tan próximo como el uno al otro”. Sin embargo, aunque pueda parecernos narcisista y egoísta relacionarnos tan estrechamente con alguien sólo porque en él nos reconocemos absolutamente, y ante la evidencia de que podemos llamar amigos a más de uno, Montaigne no intenta predicar verdades inmutables, sino poner en orden sus propias ideas e impresiones y, con un poco de suerte, invitarnos a hacer lo mismo: “No intento explicar las cosas, sino expresarme con franqueza”.

Lamentablemente, esta amistad tan intensa y fértil duró poco, pues se gestó en la madurez de ambos y La Boétie murió a pocos años de conocerse. La admiración que sentía por su amigo y el hecho de que éste le legara todos sus escritos (que después se encargaría de publicar) germinaron en el espíritu de Montaigne y lo convirtieron en el prolífico escritor que conocemos, pero ¿qué hubiera pasado si su amistad hubiera durado más? ¿Se hubieran ofuscado las pretensiones literarias de Montaigne bajo la sombra del espíritu de su amigo? Es algo que jamás sabremos, así como pocas veces podemos nosotros mismos reconocer la influencia que nuestras amistades tienen sobre nosotros.

Lo importante es que, al expresarse, Montaigne nos devuelve a algo que damos por sentado, a ese caleidoscopio de almas que el destino recombina a su antojo con el único fin de experimentar las posibilidades. Aunque pocas veces podemos permanecer junto a quien quisiéramos, y ver cómo crece el jardín de nuestro espíritu, la impresión que resulta de la coincidencia de dos almas que se reconocen y comparten libremente es de una belleza única, irrepetible, que atesoramos mucho tiempo más de lo que puede durar.

P. D. La selección de ensayos que compone este volumen titulado De la amistad no se ocupa sólo del tema que le da título, sino que muestra la diversidad de temas que a Montaigne le interesaba explorar. Desde una disertación sobre los aromas del cuerpo y nuestros intentos por cubrirlos hasta un recuento de los libros que considera más valiosos, esta accesible edición es un ejemplo perfecto de versatilidad de su autor y una invitación a esclarecer nuestros propios laberintos mentales. En contraste con su probada erudición, reconoce que “quien encuentre ignorancia en mí tampoco hará un gran descubrimiento”, por lo que “no hay que fijarse en las materias de las que hablo, sino en la manera en que las trato”.

De la amistad, de Michel de Montaigne, Taurus (colección Great Ideas), julio de 2014, 96 páginas.

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