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Tres canciones de (des)amor que podrían ser títulos literarios
Erick Baena Crespo comment 0 Comentarios

“Todos tenemos un soundtrack en la vida”, me dijo alguna vez Iván Ríos Gascón, en una entrevista que le hice a propósito de su enigmática novela Luz estéril (Ediciones B, 2016), uno de esos libros salpicados con referencias musicales. Y pienso en todas esas canciones que se han convertido en la música incidental de ciertos pasajes de nuestras vidas. Algunas de ellas contienen, en sí mismas, en sus letras, todo un universo narrativo.

¿Cuánta pericia artística hay en el acto de sintetizar una vida, una historia, un amor, en una canción de tres minutos?

Sin afanes melómanos, mucho menos de conocedor, aquí presento una breve selección, ecléctica y arbitraria, sobre aquellas canciones que bien podrían haber sido títulos literarios.  

  1. There Is a Light that Never Goes Out de The Smiths

There Is a Light that Never Goes Out, de The Smiths, es la canción que inspiró a Iván Ríos Gascón a escribir Luz estéril. Iván, con esa canción, imaginó una historia de incesto, de amor ilícito, entre dos jóvenes que llevan al extremo el estribillo: “And if a double–decker bus/ crashes into us/ to die by your side is such a heavenly way to die”.

¿Qué inspiró a Morrissey a escribir este tema  en el verano de 1985? A lo largo de las décadas se ha especulado mucho al respecto, al grado de que se han popularizado dos teorías: la primera señala que Morrissey se inspiró en los protagonistas de la película Rebelde sin causa (1955), interpretados por James Dean y Natalie Wood; la segunda sostiene que es el fruto de las charlas nocturnas que sostenía Morrissey con Johnny Marr, guitarrista de la banda, en sus traslados a bordo del auto de este último, lo cual implicaría una soterrada confesión de amor del vocalista hacia su compañero de grupo. Al respecto, Morrisey, tajante y categórico, ha declarado: “No lo era y no lo es”.

En su libro Mozipedia: The Encyclopedia of Morrissey and the Smiths, Simon Goddard, entrevistó a Johnny Marr, a quien preguntó si la canción estaba dedicada a él. Marr respondió: “Nunca pensé mucho en eso. Esas teorías aparecieron después de la separación del grupo. Sólo Morrissey lo sabe. “Cuando la grabamos yo no estaba pensando en: ‘¡Ay, habla de mí!’ ni nada sobre el estilo. Si es así, genial. Si no lo es, de todas formas es una gran canción”.

Sea cuál sea el origen de esta cruel y hermosa canción, lo cierto es que ha inspirado a otros autores, como Iván, a escribir una novela sobre dos hermanos que han desafiado las convenciones, el tabú del incesto y ahora fantasean con el aniquilamiento, a bordo de un auto, mientras cantan: “Morir a tu lado es una manera tan celestial de morir”.

  • Into my arms de Nick Cave and the Bad Seeds.

El espacio que hay entre Murder Ballads (1996), un álbum salvaje e intenso, con canciones violentas y oscuras, y The Boatman´s Call (1997), uno de los discos más dramáticos, personales e íntimos de Nick Cave and the Bad Seeds, es el equivalente a la distancia a nado entre un barco que se hunde y un bote salvavidas; es decir, el tránsito de la oscuridad a la luz, del odio a la redención. Y Nick Cave recorrió, entre los dos álbumes, el abismo que hay entre uno y otro.

Stuart Berman lo explica así: “A principios de la década de 2000, Cave esencialmente había completado la transformación de ser un artista que pondría la banda sonora de tu funeral a uno que podría proporcionar la primera canción del baile en tu boda”. Y esa canción es, precisamente, Into my arms.

Cave escribió la canción mientras estaba en una clínica de rehabilitación, en donde trataba su adicción a la heroína. También lidiaba con otros problemas personales: la separación de Viviane Carneiro, madre de su hijo Luke, y el rompimiento con su amante, PJ Harvey. En el libro Songwriters speak, conversations about creating music (2005), de Debbie Kruger, Cave confiesa que Into my arms fue compuesta en un momento muy difícil: “Había escrito unas cuantas canciones similares, pero esa la escribí cuando llevaba tres días en una clínica de rehabilitación. Sólo te permitían salir de la clínica si era para ir a la iglesia, y aquel día había ido a la iglesia; era domingo, regresé y me sentía muy mal. Me senté y escribí eso apresuradamente; y no tenía nada para tocarla, tenía la melodía en la cabeza. Así que, aun cuando esa estancia concreta en una clínica no surtiera efecto (risas), al menos saqué de allí una buena canción”.

¿Un ateo puede comunicarle sus plegarias a la persona que ama? No tenía respuesta a esa pregunta hasta que escuché los versos de Nick Cave, quien –como si fuera el lamento de un poeta místico– canta: 

No creo en un Dios intervencionista,
pero sé, querida, que tú sí.
Pero si lo hiciera, me arrodillaría y le pediría
que no interviniese cuando se trate de ti,
que no te toque ni un pelo de la cabeza,
que te deje tal y como eres,
y si él sintiera que tiene que dirigirte,
entonces, que te dirija a mis brazos.

A mis brazos, oh Señor.

El 27 de noviembre de 1997, en el funeral de Michael Hutchence, vocalista de INXS, Nick Cave se sentó frente al piano e interpretó Into my arms. Era una ceremonia cristiana. Y Cave cantó: “No creo en un Dios intervencionista, pero sé, querida, que tú sí”. 

Pienso que ciertas canciones tienden puentes entre personas con ideas opuestas, pero con vínculos indisolubles.

  • Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen

En 1960, a los 26 años, Leonard Cohen se compró una casa en Hydra, una isla griega del mar Egeo. Llegó como un escritor en ciernes y se fue, diez años después, como músico consagrado. Ese salto a ciegas, de la literatura a la música, se produjo después de su renuncia a la novela. Durante su estancia en la isla publicó el poemario Flores para Hitler (1964) y las novelas El juego favorito (1963) y Hermosos perdedores (1966). No obstante, como él mismo se lo contó en 1992 a Alberto Manzano, su segunda novela, a pesar de recibir críticas elogiosas, sólo vendió 3 mil ejemplares: “Fue entonces cuando decidí que debía examinar mi situación un poco más de cerca. Comprendí que no podía ganarme la vida como novelista. Reflexionando sobre ello ahora, creo que he ido de bajada desde entonces. Aquello fue mi cima”. Ray Loriga, en el prólogo a El juego favorito (Lumen, 2017), además de admitir que tiene una deuda literaria con Cohen, le reprocha “no hacer muchas más novelas y ponerse a hacer canciones”. Y Loriga sentencia: “Le doy las gracias por la última decisión y me niego a dárselas por la primera”. Eso mismo sentimos los que hemos leído y escuchado a Cohen hasta el último de sus días. Esa veta narrativa de Cohen queda evidenciada en su canción Famous Blue Raincoat, incluida en su tercer álbum de estudio: Songs of Love and Hate (1971). Famous… es la sexta canción del disco y cuenta la historia de un triángulo amoroso entre el cantante, Jane y su contraparte masculino, el dueño de la famosa gabardina azul, quien es el destinatario de la canción, a quien se dirige el poeta y a quien llama «mi hermano, mi asesino».

Es una canción que, como las mejores novelas, contiene una escena que lo sintetiza todo: Jane llega con el cantante/narrador con un trozo del cabello de su amante, como símbolo de que el triángulo quedaba deshecho porque uno de ellos, el hombre de la gabardina, renunciaba a ella. A pesar de eso, años después, el cantante le revela al amante, a quien le habla como a un amigo, que lo perdona y que se alegra de que se interpusiera en el camino.

Cohen canta en la antepenúltima estrofa:

Si alguna vez te paseas por aquí, por Jane o por mí
Quiero que sepas que tu enemigo está dormido
Quiero que sepas que su mujer está libre

Cohen nos deslumbra con una revelación sobre los triángulos amorosos y la traición, como si quisiera decirnos: “En las batallas pasionales no existen los vencedores: todos somos hermosos perdedores”. Y toda traición, alerta el poeta, mata algo dentro de nosotros.

Con este tema, Leonard Cohen le hace honor a una frase suya: «Si queremos expresar la derrota común, procuremos hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y la belleza».

Canciones que podrían ser libros El juego favorito Hermosos perdedores Luz estéril

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