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Tres audiolibros para estos días sin bibliotecas
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Nunca he desconfiado de los audiolibros. Me gustaría confesar que leí solamente tres de los libros de la saga de Harry Potter. Los demás los escuché en un audiolibro antes de dormir.

Mis padres no acostumbraban leerme un cuento al arroparme. Mi madre nos arrullaba contándonos sobre su infancia en otra ciudad, sobre las desventuras de ciertos vecinos suyos, o sobre lo que hubo antes de nosotras (de mis hermanas y de mí).

Hay libros que no podré comprar jamás: por el precio, porque no han vuelto a editarse, porque no los distribuyen en mi país.

Existen libros que he prestado y no me han devuelto.

Existen libros que he perdido en mudanzas, en viajes, en quién sabe qué hueco de mi casa.

Existen los libros que, contra mis deseos y costumbres, he tenido que leer en pdfs, en fotocopias, en una tableta.

Los audiolibros se han convertido en los cuentos que me cuento yo misma para no dejar de pensar en historias mientras hago cosas cotidianas.

Ordenar los cajones, cenar sola en mi casa, lavar la ropa… todo ello mientras sigo especulando. Sigo inventándome posibilidades incitada por una voz extraña.

Me parece extraña la palabra inflexión. Pero ahora soy consciente de los tonos de los narradores. A veces yo misma he repetido las palabras de ellos para hacer, de alguna manera, una marca en ese libro.

Mis manías me siguen persiguiendo: cuando escucho una frase que me hace pensar en mí o en alguien que conozco, cuando me agrada una palabra o cuando el narrador dice algo que me perturba, detengo el audio y apunto.

Apunto y siento que así tengo en mis manos una parte de ese libro.

Mucho de lo que he leído, lo he leído en una biblioteca. Muchos de libros que compro, han salido de una lectura previa en las salas de esa biblioteca.

Los libros son espejos que nos llevan a otro libro.

Ahora que las bibliotecas están cerradas y que no tengo, como siempre, suficiente dinero para comprar libros, los audiolibros han resultado un pequeño oasis.

Aquí hablaré de tres de esos audiolibros que escuché mientras leía, en papel y electrónicamente, otros (varios) libros.

Los recuerdos del porvenir

¿Quiénes somos? Las palabras nos contienen. Las piedras lo miran todo, lo guardan en su memoria ignorada por el ruido.

La memoria de las piedras nos forma, va moldeando a las flores, a las luces, a los hombres y a las mujeres que pelean eternas batallas: sangre que es alimento para las piedras.

Elena Garro (1916- 1998) podría haber escrito un Habla memoria. Al escuchar el audiolibro Los recuerdos del porvenir, pienso en lo que se mueve afuera de esta casa que empieza a envejecer. Vivo en un pueblo y a veces las campanas, los caballos, los murmullos de las vecinas en las fiestas, me hacen pensar si habito en una historia pasada.

¿Cuáles son las batallas que cargamos acuestas en nuestras espaldas? Pienso en ello y en los ríos evaporados, en los árboles que han ido cayendo uno a uno.

Lo siento todo: el agua, las constelaciones que no sé nombrar. Lo escucho y lo siento.

En Los recuerdos del porvenir está otro génesis. Una vez más la hermosa y única historia de un comienzo: el comienzo de un todo que parece derrumbarse.

Escojo un poema de Helena Paz Garro, para hablar de la sensación que me habita mientras escucho estos recuerdos:

Me busco. Me encuentro. 
Nadie levanta la bacinica que cubre paisajes, 
pájaros vistos en deslumbrantes copas, 
el pico de la estrella de la cual colgaba yo 
y las sílabas de mi nombre meciéndome hacia un pasado 
y un futuro los dos de oro 
antes de estar aquí, gritándote a ti mismo 
en los huizaches.

Pienso en las piedras, los árboles, los objetos que nos van a sobrevivir. Pienso en el deshielo de los polos y en los animales, plantas y seres vivos que están desapareciendo sin que nosotros los miremos. Pienso en la guerra que late a diario en el mundo. Veo fotografías antiguas: de mis bisabuelos, de gente que no conocí y siento que todas mis obsesiones presentes se corresponden con ese pasado.

Elena Garro me hace pensar en mis ancestros y al pensar en esa palabra: ancestral, pienso también en las estrellas… los astros que miran todo desde allá, lejos. Ixtepec, en Los recuerdos del porvenir es el centro: la piedra angular que lo contiene todo.

Un abrevadero.

Salvar el fuego

Un abrevadero mientras todo arde… Así cerré el párrafo anterior, hablando de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Uso esta línea para abrir el comentario sobre Salvar el fuego. Llevo días pensando en la locura de febrero. Un temperamento mercurial (usando las palabras de Italo Calvino, que nos recordaba que el temperamento mercurial respondía a Mercurio “el de los pies alados, leve y aéreo, hábil y ágil, adaptable y desenvuelto”), se aposenta sobre estos días. Febrero se fue como agua entre mis manos sin poder leer y escribir con el ritmo que me gusta. Volví a caminar y a pensar en qué es una prisión. Pienso en las prisiones internas que nos atrapan y nos arropan y nos permiten tener certezas…

Salvar el fuego es una novela con una estructura clásica. Me parece una manera más de volver a casa. ¿Qué es una casa? ¿Qué es el amor? ¿Cuál es la normalidad de las relaciones que establecemos? Marina y José Cuauhtémoc se encuentran en un cruce: en un abismo. Todos estamos en el borde. A veces retrocedemos y otras veces nos lanzamos al frente de la nebulosa que se hace densa o que se disipa brevemente. ¿Cómo no pensar en el abismo cuando se habla de batallas internas? Un reclusorio y sus menesteres… todo lo que ya sabemos sobre el país atrincherado en el que llevamos años y años sobreviviendo. El mundo como un espejo en que los fantasmas nos miran. ¿Y quiénes son los fantasmas? Nuestras obsesiones, nuestros deseos, lo que nos aprisiona.

Los protagonistas de Salvar el fuego se encuentran, ya lo dijimos, en un abismo. Pero ese abismo los empuja a un vacío placentero que los conduce a otro túnel: a la realidad. Las voces insertadas en la novela, abriendo cada nuevo relato que se entreteje al siguiente, que al principio pensé que eran testimonios reales de presos me hacen pensar en Dostoievski… en las Memorias de una casa muerta

Ecos de desesperación. Temblar y pensar en la mutación de lo que somos…

Salvar el fuego, una novela que inquieta y perturba a quienes la leen. A quienes la escuchan mientras el cielo se va ribeteando de anaranjado hasta hacernos creer que todo arderá y después seremos sobrevivientes que a cuestas empujan su humanidad con fisuras de un pasado glorioso…

Entonces seguiríamos salvando al fuego.

El laberinto del fauno

Existen ciertas historias murmuradas en sueños, que nos alivian del dolor que nos causa el mundo. Al encender la televisión los monstruos vestidos de humanos anuncian otra tragedia más. Me gustaría que mi única sobrina conociera a los rinocerontes. Me gustaría que los monstruos que habitan bajo la cama, salieran a anunciarse y a hacer pactos para no provocar miedos. Guillermo del Toro, escribió junto con Cornelia Funke la hermosa fábula que deseo escuchar, leer, ver hasta ser una anciana y repetirme que la vida existe bajo las piedras y los árboles.

La música de ciertos bosques, el rumor de historias insectiles que hemos olvidado, los murmullos del agua que viene y va en sueños… son elementos presentes en El laberinto del fauno. En su preciosa novela El unicornio, Manuel Mujica Láinez, nos dice que los ángeles, las sirenas, los unicornios, han estado siempre allí pero que en algún momento nosotros nos rodeamos de ruidos y hemos dejado de escucharlos, verlos y sentirlos.

Los monstruos nunca mueren. Lo sé porque lo descubrí en un libro. Ya lo sabía con anterioridad, pero lo había olvidado. Creo que la infancia es un tiempo que regresa un día: revelado por un sonido nocturno, en una casa antigua o por una oración de amor mientras estamos solos. La infancia regresa para contarnos algo que habíamos olvidado y entonces lo recordamos: los monstruos, los faunos, las hadas, los ángeles, las criaturas que habitan dentro de abismos y espejos, siempre han estado allí.

Vuelvo a Mujica Lainez, ahora en Bomarzo su novela sobre un monstruo, para tomar estas palabras Vibraba la frase que mi padre había escrito debajo de mi horóscopo: ‘Los monstruos no mueren’. Sí mueren, todos morimos. La inmortalidad es la voluntad de Dios; la única; un día morirán los monstruos de piedra erigidos por mí”.

El laberinto del fauno en audiolibro resulta tan fascinante como la película que dirigió Guillermo del Toro en el 2006. Resulta sorprendente que una voz lejana tenga la capacidad de recrear mundos gélidos y momentos duros como el saberte desarropada ante la voracidad de un ser egoísta… Los monstruos están ahí para salvarnos de la guerra, para salvarnos de la crueldad, de la mentira y de la muerte que resulta estar vivo en un mundo hambriento de ilusiones.

La fantasía que nos ofrecen las historias resulta como un abrazo cálido en ciertas noches y eso es El laberinto del fauno: una canción de cuna para preguntarnos sobre la edad de los árboles, sobre el origen de la luz emitida por la luna.

Siempre nos quedarán las historias, como un fuego ardiendo en nuestro espíritu.

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