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Ser otra
Lola Ancira comment 0 Comentarios

¿Quién olvida antes? ¿El abandonado o el que abandona?

Transit

La familia nuclear nos confiere un papel que mantiene su esencia a pesar de transformarse con el tiempo, que nos configura de formas específicas para acercarnos y conocer a los demás y, a través de ellos, a nosotros mismos. Niebla ardiente (Alfaguara, 2021), primera novela de Laura Baeza (Campeche, 1988), nos enfrenta a distintas situaciones en las que Esther, la joven protagonista, experimentó el comportamiento disímil y las reacciones de sus padres ante la enfermedad de su hermana menor, Irene, a quien Esther debía proteger y cuidar, tolerar y sufrir como la propia Irene lo hizo con el trastorno mental que padeció desde pequeña: esquizofrenia.

La pluma de cuentista de Baeza, quien ya ha publicado dos colecciones de cuentos reconocidos en certámenes nacionales, resalta aquí en la distinta brevedad de los 44 capítulos y en la agilidad para mantener la tensión, ofreciéndonos una magnífica historia de largo aliento que refleja un trabajo profundo en cuanto a la construcción psicológica de los personajes, a la investigación sobre la esquizofrenia infantil y a la maestría para trabajar los indicios y las modalizaciones, creando atmósferas palpables, conflictos verosímiles.

Distintos sitios de España, del sur de la Ciudad de México, así como del Estado de México y estados aledaños —donde sobresalen los contrastes entre la vida rural y la urbana— son escenario de esta novela de formación. En específico, Veracruz y Barcelona, ciudades portuarias, son los lugares donde se desarrolla la mayor parte de la trama, misma que avanza mediante traslados y dos temporalidades y narradores distintos: el presente —en tercera persona, los primeros días del 2013— y el pasado —en primera persona, recuerdos fragmentados y un tanto laberínticos de Esther que oscilan entre la niñez, marcada por el abandono del padre; la adolescencia, afectada por la responsabilidad de cuidar a Irene; y la adultez temprana, en un país distante donde su aparente libertad está sesgada por la culpa. En dicha transición, marcada por pérdidas que inician con el abandono de un padre casi siempre ausente de quien expresa: “Le heredé eso, las ganas de estar en otro sitio, de ser un fantasma la mayor parte del tiempo”, acompañamos a la protagonista a través de cambios de residencia y escuela, a vivir un desamparo exponencial porque también padece el de su madre y hermana, cuya relación simbiótica tarda en comprender al estar inmersa en un constante estado de alerta debido a las amenazas latentes de crisis y los ataques de ansiedad de Irene.

Niebla ardiente surge de la nostalgia, es la historia de una búsqueda que parte de lo fortuito: Esther observa, durante los segundos exactos de un video en el momento de su transmisión en vivo por televisión, la figura fugaz de Irene, desaparecida a los veintiún años y dada por muerta poco después. Otro hecho crucial es que un periodista (también veracruzano) decida ayudarla con la investigación tras una apuesta esporádica de futbol.

La autora toma como punto de partida dos núcleos, uno particular: las dificultades de lidiar con una enfermedad poco conocida —y, por lo tanto, mal diagnosticada— y la ausencia paternal, y otro general: la corrupción, trata y deshumanización de mujeres, los feminicidios y la violencia sistémica contra el género femenino; la inseguridad y la terrible violencia derivada del crimen organizado, que ha ido destruyendo de forma paulatina tanto la tierra como a quienes la habitan. El eje principal es la ambigüedad de una ausencia que, por no saberla definitiva, deja espacio a la esperanza. A Esther la mueve el ansia de todo aquel que ha perdido a alguien: encontrarlo azarosa, repentinamente.

Y está el trasfondo de las letras: Esther, lectora ávida y traductora profesional, se adentra de distintas formas en la literatura buscando un sitio de libertad; acude al lenguaje impreso para interpretar su realidad y la de Irene, a la que tiene acceso gracias a sus diarios.

Baeza nos habla sin tapujos del México donde un muerto sustituye a otro para callar bocas y sosegar conciencias, pero también de la globalización y migración, de la multiculturalidad que le permite a la protagonista tejer redes con periodistas y a estos, a su vez, con otros profesionales y activistas que aportarán distintas piezas para completar el rompecabezas.

Las metáforas relacionadas con el mar, con el océano, remiten al caos interior, a lo desconocido, lo misterioso, a la oscilación y la resonancia, nos habla de distintos climas y temperaturas. Baeza igualmente acude a lo fantasmagórico para adjetivar lo sobrecogedor, aquello que dejó una huella, señal o estela que se puede percibir aún; vestigios que se aman, desprecian o temen. Exhibe un amor filial moldeado por el dolor, el desprecio, el odio, la ansiedad, la imperfección, la enfermedad, la impotencia y la rabia. Reconoce la importancia de las redes de cuidado sin las que a las madres independientes y trabajadoras les resultaría imposible la crianza de los hijos, en particular si estos tienen necesidades especiales.

Esther, en quien podemos reconocer la crueldad de la que el ser humano es capaz en situaciones límite, nos habla sobre la masculinidad tóxica, la orfandad por abandono y responsabilidades delegadas, pero sobre todo, de la expectativa: cuando la realidad no es una certeza, queda siempre la posibilidad de modificarla.

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