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Se sufre perder lo que más se amó
Citlalmina Guadarrama comment 0 Comentarios

La pandemia ha traído la terrible enseñanza de que la muerte está cerca y puede ser cotidiana, en los primeros meses nos asustamos porque ya todos conocíamos a alguien que se había contagiado, después vino el monstruo de saber de la muerte de alguien conocido y por último, enfrentarnos a la muerte de algún ser querido. Como si la muerte se fuese acercando de a poco, y ahora vivimos con la incertidumbre de si seremos los siguientes. Plantarse frente al desvarío de “una ascendencia que se desvanece” puede ser algo aterrador, porque nos deja con la sensación de estar solos en el mundo.

Conocida por sus libros sobre feminismo como Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (2017) o el famoso TEDx Talk Todos deberíamos ser feministas (2014) y sus ficciones particularmente representativas de la cultura nigeriana como Medio sol amarillo (2006) o el libro de cuentos Algo alrededor de tu cuello (2009) (todos publicados en español por Literatura Random House), Chimamanda Ngozi Adichie posee un estilo rutilante que la ha convertido en un referente de las escritoras actuales. Gracias a la pequeña reflexión que compone el nuevo Sobre el duelo (2021) hemos podido conocer un pequeño fragmento de la cotidianidad y la vida familiar de la autora. El libro es una ventana al pasaje tal vez más doloroso de su vida, la pérdida de su padre.

La pena es esa intimidad que pocas veces reconocemos como tal, y en nuestro afán -casi siempre bienintencionado- de reconfortar a la otra persona, llegamos a violar ese momento que en ocasiones se siente tan privado. Ella lo experimenta cuando se pregunta cómo se atreven a decirle que busque consuelo en los recuerdos o cuando tiene que lidiar con los preparativos para el funeral. Y al mismo tiempo discrepa del carácter de los funerales tradicionales de la cultura igbo, es imposible que no exista dolor en los preparativos de un funeral, pero Adichie toca un punto con el que casi todos podemos identificarnos, el sentimiento de rabia y resentimiento al pensar que lo que se “celebra” no es una fiesta, rehúye de las personas escribiendo en el libro de condolencias, de las cajas de cerveza, del pésame. A veces es necesario tiempo a solas para procesar el propio duelo.

Como si fuese poco el afrontar la muerte en toda su extensión, la escritora se topa con una desgracia paralela, la de sufrir la ausencia desde lejos por la falta de contacto de por sí acostumbrada por la pandemia. Se mantiene al tanto de los comunicados gubernamentales sobre la reapertura de los aeropuertos nigerianos con la esperanza compartida con todos aquellos que no pueden llegar a enterrar a sus seres queridos, al tiempo que se aferra a las evidencias de la existencia de su padre como los sudokus que guardaba en su casa en Estados Unidos o el dibujo que le hizo de su árbol genealógico.

Hace también un pasaje por los recuerdos atados a la formación de su propia persona, las palabras en igbo con las que su padre se refería a ella fueron clave para su indiferencia por la aprobación masculina. Sufre al saber que la sonrisa que tenía al estar cerca de él jamás volverá porque cuando perdemos a alguien también deja de existir la persona que éramos con aquella que se fue.

Algo de lo más lastimero de la lectura de Sobre el duelo es la aparición de publicaciones repentinas en el perfil de Instagram de la autora donde comenzó a usar camisetas con palabras como omekannia (“la hija de mi padre” en igbo), después de leer que el diseño de las mismas en una página web fue una salida a su dolor. El cotejo de una lectura con el mundo real es muy fuerte a pesar de ser plenamente consciente de que no se lee ficción.

La escritura es una de las formas de desahogo más poderosas. Al poner palabras en una hoja, se liberan y a la par se libera la mente, se depura el alma de aquello que la aqueja para poder seguir adelante. Chimamanda Ngozi Adichie utilizó su escritura como vía para la sanación de su propio dolor, pero al hacerlo también plasmó el desconsuelo del mundo en un tiempo en el que perdemos a los que amamos y no podemos llorarlos como acostumbramos, un tiempo en el que nos toca sufrir el duelo en soledad, en confinamiento, sin sentir un abrazo reconfortante acompañado de palabras de aliento.

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