La función del artista consiste en conseguir que a la gente le guste más la vida.
Kurt Vonnegut
Siempre he creído que ese pomposo mote de “escritor de culto” no sirve más que para subir el ego de gente que siente que pertenece a un selecto grupo de lectores que sólo pasean la mirada entre rarezas que nadie conoce y mucho menos entiende. Uno de los ídolos de este grupo es Kurt Vonnegut. Ya sea por sus estructuras poco convencionales o su comedia negra plagada de sarcasmo, ya saben, ese humor que se tilda de docto y complejo.
El humor más que un subgénero podía percibirse como una estructura. Es completamente posible tratar los temas más terribles del mundo en clave de humor. Vonnegut fue llamado el gran humorista de la literatura estadounidense y escribió uno de los tratados antibélicos más portentosos de la historia. Sus deseos de que el libro se alejara de toda glorificación de la guerra, resultan en una historia con viajes en el tiempo y aliens en la que no hay más que decir que “¿Pío, pío, pío?” pues no hay nada inteligente qué decir acerca de una matanza, y después de ella no se oye nada más que el canto de las aves. Matadero cinco (Blackie Books, 2021) da cuenta de que la humanidad del autor sobrevivió a los horrores del bombardeo de Dresde gracias al humor. Porque es esa capacidad de reír a propósito de un evento tan atroz como la guerra, el código de toda la novela.

Vonnegut también se decía un escritor de ciencia ficción renegado. Incluir aliens en su obra y su creencia de que los seres humanos son máquinas cuyo bienestar o desgracia depende de si se cruzan sus cables o no, pudo haber tenido algo que ver con esta categorización. Una de las características de lo que se llamó la nueva narrativa norteamericana fue el experimentar con diferentes géneros, por lo que en sus novelas el lector no encontrará estructuras convencionales.
Si bien Matadero cinco es rara, a Desayuno de campeones (Blackie Books, 2022) le faltan pies, cabeza y cualquier extremidad que sea considerada parte de una novela en un primer vistazo. Tal como en la primera -que comienza con una historia, a modo de prefacio, de cómo llegó el autor a la realización del libro- la segunda cuenta con elementos metaficcionales con los que el autor ficticio, Philboyd Studge, no sólo nos presenta la novela al principio, sino que irrumpe en ella a modo de Deus ex machina para hacer ajustes a la par de la propia lectura. Aspecto que da la sensación de una especie de muñeca rusa en la que encontramos una novela, dentro de otra novela, dentro de una tercera; esto a santo de que es precisamente la novela de uno de los personajes principales, Kilgore Trout (escritor de ciencia ficción que aparece en obras anteriores de Vonnegut, incluido Matadero cinco), la que detona la crisis del otro protagonista, Dwayne Hoover.

Si los alienígenas vinieran a la tierra y observaran la vida de los seres humanos, ¿a qué conclusión llegarían? Como eso no ha sucedido (no que sepamos, al menos), el autor decide explicarlo a ellos con su propia conclusión, que es la de que la vida humana carece sentido en absoluto. En realidad, el meollo de toda la obra de Kurt Vonnegut está en que nada tiene el menor sentido en el planeta tierra, un día vivimos y al siguiente ya no, premisa que se expone desde Matadero cinco y alcanza su punto cúspide en Desayuno de campeones, siempre en el lenguaje satírico propio de él. Satírico para el lector del planeta tierra, porque si echamos un vistazo a la descripción de la nación que habitan sus protagonistas o a los dibujos donde ilustra cosas como el animal con el que se hacen las hamburguesas, notaremos que para nada se aleja de la realidad.

La riqueza de la obra de Vonnegut está en la capacidad que tiene para decirle algo al lector, habrá a quienes no les diga nada, pero a los que sí, nos hace seguir con esta sucesión de eventos dentro del enorme sinsentido que es la vida. Nos enseña a ver el poder de las ideas de cambiar a las personas y a las naciones, que tal vez todos seamos personajes dentro de una novela sujetos a los caprichos de las circunstancias; siempre con los lentes del humor negro y la ironía con la que reímos por no llorar al ver a nuestra propia existencia como motivo de la burla, porque el humor es cosa seria.
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