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Reinos de papel, tinta y pegamento
Isabel Zapata comment 0 Comentarios

En el primer ensayo de su libro Ex Libris, Anne Fadiman cuenta la historia de unos amigos suyos que dejaron su casa (incluyendo una gran biblioteca) encargada a un decorador de interiores durante el verano. Al volver, descubrieron que el inquilino había acomodado los libros por colores. Los dueños de la casa pusieron el grito en el cielo, ¿cómo se atrevía aquel desconocido a irrumpir en el orden de su pequeño reino de papel, tinta y pegamento?

Hay tantas maneras de ordenar una biblioteca como personas que tienen una biblioteca. Susan Sontag, por ejemplo, acomodaba sus libros cronológicamente (le gustaba pensar que la compañía más cómoda de cada autor era la de sus contemporáneos y le hubiera angustiado, dijo alguna vez en entrevista para el New York Times, ver a Pynchon junto a Platón). Monsiváis, por otro lado, acumuló tantos libros durante su vida que en sus últimos meses, según cuenta su asistente, simplemente dejó de ordenarlos y los ejemplares empezaron a formar un laberinto sin salida: había que caminar con cuidado y mirando al suelo para no tropezar en los pasillos de su departamento. En cambio Montaigne miró hacia arriba y, a manera de biblioteca reducida, anotó las frases favoritas de sus más admirados autores clásicos en las paredes de la torre donde se encerraba a ensayar la vida.

¿Qué motiva a una persona a formar una biblioteca? La pasión por la lectura, puede ser; el amor a los libros, sí; el deseo de conocimiento, sin duda. Pero también el ansia de acumulación y un cierto deseo de control.

En 1931, Walter Benjamin escribió Desempacando mi biblioteca, un ensayo breve en el que recuerda cómo adquirió sus libros más queridos. Me gusta imaginármelo sosteniendo cada ejemplar entre las manos, cuidadoso y obsesivo como seguramente era, pensando largamente en el lugar que debía ocupar sobre la repisa. “Toda pasión raya en lo caótico”, dice en aquel ensayo, “pero la pasión del coleccionista raya en el caos de la memoria”.

En los últimos diez años he tenido que empacar y desempacar mi biblioteca tantas veces que mis libros se han convertido en ancla entre mudanzas. En ellos noto mis propias transformaciones, pues una biblioteca es una colección, y coleccionar es estar siempre en construcción. Ordenarla es una cuestión personal, dice Alberto Manguel, porque la posesión material es a veces sinónimo de apropiación intelectual: nos identificamos a tal punto con los libros que tenemos que a veces parece que para conocerlos por dentro bastara con poner la mano sobre su portada y esperar el tiempo suficiente.

Pero las bibliotecas desobedecen. Yo entiendo la mía como una colección de objetos que son, como todo lo que tenemos, prestados y pasajeros. Estoy a punto de escribir que los libros no son de nadie o son de todos, pero me detendré a tiempo. Diré solamente que son cosas vivas y se comportan como tal: rezongan, se pierden, cambian. En ese sentido, son menageries, casas de fieras en las que de poco sirve que el rey intente mantener a los animales perfectamente clasificados. Al cabo de un tiempo vuelve a revisar las jaulas y todo se ha movido de lugar.

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