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Puedes tú ser otra cosa
Sobre No contar todo de Emiliano Monge
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Hay hombres que piensan mucho en otros hombres. Podría decirse que alguien que desea escribir es un hombre que desea tomarse revancha de sus padres. Hablar de “padres literarios” es común cuando uno enumera a sus autores favoritos, a pesar de lo edípico que suena esto después del siglo XX y su obsesión por el psicoanálisis, y de que excluye a las más que conjeturales “madres literarias”. ¿Lo que entendemos por literatura es, de cierta manera, un grandísimo corpus de expiaciones antipaternales realizadas por hombres? Así podría ser si recordamos a algunos padres déspotas, como el remitente de Carta al padre de Franz Kafka, la estirpe de los jóvenes abuelos Buendía, o aquel progenitor que termina como un montón de piedras, Pedro Páramo.

Esa preocupación genealógica, que atañe casi siempre a los padres y, por extensión, a los abuelos, está en el núcleo de la última novela de Emiliano Monge: No contar todo, el episodio más reciente en nuestras letras de la reivindicación de un hijo frente al patriarcado mexicano y su amasijo de abandono, violencia y pulsiones hereditarias.

Hay varias insinuaciones sólo por el título: el axioma de la ‘escritura creativa’ de mostrar en lugar de contar; la referencia irónica a las inclinaciones de la novela total; el muestrario de preocupaciones narrativas que hoy son indispensables para narrar la propia vida: la dinámica entre ficción, verdad, mentira e historia (con y sin mayúsculas). Y, más que nada, una diatriba familiar que los escritores suelen desobedecer: lo inevitable de desnudar a la familia mientras uno mismo se baja los pantalones frente al público lector.

Emiliano Monge García, este ser autoficticio e inquiriente, reconstruye la historia de su abuelo, Carlos Monge McKey, y su padre, Carlos Monge Sánchez. Tres Monges vinculados por sus arrebatos de desaparición. El primero, un hombre que fingió su muerte; el segundo, uno que se va a luchar en la guerrilla; y el tercero, tentado por el deseo de lanzarse al abismo.

Más que relatarse, lo que se muestra en No contar todo es la voz de una familia que lidia con dos generaciones de ‘hombres de la casa’ que se esfuman; y, además, con un escritor que quiere extraer de todo eso una verdad que no va a aliviar ninguna cicatriz y, en el dado caso de que se contara todo, no va a servir de nada.

Por eso, en las conversaciones y diarios que Monge recabó para ensamblar una historia lo más directa posible sobre su familia, hay una lucha constante por entre el escritor y los que quisiera que fueran sus personajes. De las entrevistas, por ejemplo, sólo aparecen las respuestas de los hermanos de Carlos Monge Sánchez, quienes responden a las preguntas de Emiliano –mismas que sólo se pueden inferir pues no aparecen textualmente- convencidos de que los secretos de familia son “cosas que no se hablan, pero no porque uno no quiera hablarlas, sino porque no quiere habitarlas nuevamente”.

Los fragmentos del diario de Carlos Monge McKey ofrecen un asomo a la mente de un no-escritor que, sin embargo, ofrece algunos de los momentos más literarios de No contar todo gracias a la concisión de su lenguaje, muchas veces rulfiano: “¿Por qué a algunos hombres les cuesta tanto olvidarse de otros hombres?”.

Emiliano, por su parte, plaga sus capítulos de reflexiones sobre la memoria y lo laborioso e ingrato que es encontrarle un sentido al pasado: “en retrospectiva, los acontecimientos se vuelven transparentes, tanto que se acercan a la historia. Y es que ésta, la historia, no es más que la sombra del lenguaje, cuyo cuerpo es siempre una imagen.”

Estas tres voces se encuentran a través del tiempo y de lugares como Sinaloa, Guerrero y  el Distrito Federal. Como toda historia individual, el periplo de los Monge refleja una historia más grande. La urbanización en el norte del país; la guerrilla en Guerrero en tiempos del asalto al cuartel de Madera; el movimiento del 68 –visto desde la provincia y la clase trabajadora como “el movimiento más conservador que haya existido”–; el ascenso de Félix Gallardo, pionero del narcoestado de nuestros días y una de las tantas sombras en la familia Monge.

No contar todo es quizá el libro más personal de Emiliano Monge, quien se parece menos a los narradores barrocos de La superficie más honda, Las tierras arrasadas o El cielo árido, libros que a su vez ya contenían algunos de los temas que aquí condicionan el lenguaje hacia su forma más transparente. En éste, que es su libro más arduo en lo emocional, aunque Emiliano Monge logra contar mucho, acercarse al “todo”, no se produce un exorcismo ni una cura para esa pulsión de que “para ser, hay que haberse antes marchado”. La historia, se repite una y otra vez, es un presentimiento y nunca son los eventos. Y escribir es otra forma de huir.

No contar todo, cuya polifonía de voces sarcásticas y hasta cínicas engulle al propio narrador, vislumbra un día en que la literatura dejará de tratarse de hombres ajustando cuentas con sus padres y resultará en las madres, los hijos, las tías y los sobrinos poniendo los puntos sobre las íes en las páginas del escritor que suele aparecer, de tanto en tanto, en toda familia.

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