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Primero, el fin del mundo
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Estás parada en el Padre Tierra. Sesapinas: sientes la energía de las rocas, de las placas tectónicas, de los minerales en la tierra vibrar; miles de microsismos pasan por debajo de tus pies y entonces, lo percibes. Más allá, en el norte, empieza el fin del mundo. Alguien abrió una grieta en el suelo, separó el continente y el magma brotó, arrasando con todo. Está empezando la quinta estación.

Así como a la primavera le sigue el verano y a éste el otoño y a éste el invierno, a veces, cada cientos o miles de años, en este planeta le sigue una quinta estación, un mundo que se acaba.

Sabes qué hay que hacer: ponerte en movimiento. Estás al sur y el fin del mundo todavía está lejos (aunque ves el rojo de la lava reflejado lo más al norte del horizonte, en las nubes), pero ya las cenizas están llegando hasta acá y el litoacervo (la memoria de las ciudades y culturas que han sobrevivido, alguna vez, a una quinta estación), dice que debes de agarrar tu portabastos y partir haca alguna comu para la que tu oficio sea útil, una comu que se apiade de ti y te deje entrar, para ser alguien de los pocos humanos que sobrevivirán a esta nueva quinta estación.

Caminas, y mientras lo haces, yo te contaré todo lo que pasa en este mundo que podrás sesapinar desde tu casa, o desde donde leas este libro. Te diré que estás en la Quietud, un gran continente, una pangea que durante miles de años ha sufrido cataclismos, fines del mundo llamados estaciones, y que seguirás a tres mujeres, a dos de ellas, antes de que llegue la quinta estación. La tercera de la que te hablaré, es Essun, y su historia inicia cuando el fin del mundo arranque. Aunque para ella el mundo dé igual (antes de que empezara la quinta estación, al llegar a su casa, encuentra a su hijo de dos años asesinado a golpes por su padre -el del niño-, el esposo de Essun).

Ella, y las otras dos mujeres de las que te hablaré, son orogenes, u orogratas, (como les gusta decir para discriminarlos, a los habitantes de la Quietud que no tienen sus dones). Un tipo de humanos con poderes especiales (además de la glándula para sesapinar –percibir las vibraciones de la tierra–), que les permite sofocar los sismos, redirigir la energía de la masa ardiente que late en el interior del Padre Tierra, pero que pueden, de manera instintiva, para defenderse, usar esa energía para hacer temblar el suelo, para arrasar con ciudades, para matar a todos. Por eso la gente común (los tácticos), los odian, por eso cuando descubren que alguien, algún niño (aunque sea su hijo) es orograta, lo linchan.

Por eso en este libro, el narrador (yo) te contará (te contaré) la historia de estas tres mujeres orogratas y su experiencia perteneciendo a la clase más oprimida de todas, la más explotada y utilizada, pero también la más poderosa. El único camino, dicen los guardianes (otro tipo de humanos que se encargan de controlar y utilizar y, a veces, proteger, a los orogenes), es someter su poder, volver a los orogratas una clase sumisa, con miedo a su propio poder; una clase que no piense y se cuestione, una clase que sólo obedezca hasta hacerlos crecerse que sí, que el único camino para ellos es obedecer para no hacer daño, dejar que alguien los controle y explote, para, por lo menos, sobrevivir.

Hasta que una grieta se abre en la tierra y en la mente de estas tres mujeres, que descubrirán que ese mundo al que tienen tanto miedo de destruir, ese mundo del que les gustaría sentirse parte, aceptadas, tal vez no merece ser salvado, tal vez, merezca ser destruido, para empezar de nuevo, para imaginar un lugar donde esos que ahora tienen el poder, ya no lo tengan, y donde ellas, las y los orogenes, dejen de pedir permiso para existir, y reclamen el lugar que les pertenece en La Quietud, en la vida.

Por eso, la autora, J.K Jemisin (ganadora con La quinta estación del premio Hugo y del Nébula), empieza este primer libro de la saga de la Tierra quebrantada con este epígrafe:

Para todos aquellos que tienen que luchar

por el respeto que el resto recibe por omisión

Caminas, lees, avanzas en este libro, mezcla de fantasía y ciencia ficción, lleno de mitos y fragmentos de las tablillas del litoacervos que encontrarás intercaladas entre cada capítulo. Avanzarás sintiendo que la autora pertenece a la tradición de Urusla K Le guin (porque la Quietud te recordará algunos de los mundos del Ecúmen, y su mitología), y porque en su libro, lo fantástico, lo mitológico y la ciencia ficción funcionan para abrir grietas en la imaginación. Grietas por las que entrará un universo entero, un mundo nuevo, una nueva mitología que nos enseñará, que te enseñará, mientras sigas caminando en esta Quinta estación, otros ángulos para experimentar lo humano.

La quinta estación La quinta estación reseña La tierra fragmentada trilogía N.K. Jemisin

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