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Por una educación sentimental
Fernanda Álvarez comment 0 Comentarios

“Paren al mundo, que me quiero bajar.”

Mafalda

Puede ser que mi memoria me engañe, pero recuerdo que los fines de semana esperaba a que mi padre terminara de leer el periódico para ver las tiras cómicas. Ahí aparecían Condorito, Garfield y, por supuesto, Mafalda. Crecí con ellos. Mis hermanos compraban todos los libros del gran Quino y mi padre me regalaba los de Condorito. También pasé por Ricky Ricón, Archie, y los libros de superhéroes que compraba mi hermano. Todos ellos fueron parte de mi educación sentimental.

Sin embargo, siempre he vuelto a Mafalda. Miles de frases y escenas se grabaron en mi cerebro. Nunca me viene a la mente la frase de ningún poeta, filósofo o escritor, pero si abro la carpeta de Quino se derraman imágenes de Manolito, Felipe, Guille o Libertad en versiones distintas: Manolito yéndose a cortar el cabello y en cuanto sale y camina unas calles vuelve a tener el mismo largo; ideas divertidas: Felipe negándose a comer un pollo que está en el refrigerador porque dice que no él no come cadáveres; ideas reflexivas: Miguelito dejando su imagen en un charco para que cuando llueva pedazos de él caigan por la ciudad. (Y conforme escribo esto, acabo de abrir el grifo Quino y se agolpan por salir todas esas imágenes y agotarlos hasta el cansancio con ellas).

En fin, a lo que iba, es que los cómics, los libros ilustrados, forman parte de cómo construimos nuestra forma de ver el mundo. Aunque mi manera de andar ese mundo principalmente es con palabras más que imágenes, sigo descubriendo ilustradoras, dibujantes, humoristas gráficos que remueven mi universo.

Maitena, Lola Vendetta (Raquel Riba), Alejandra Lunick, La Volátil (Agustina Guerrero), Flavita Banana son sólo algunas de las grandes ilustradoras que entran al ámbito del feminismo y sacuden nuestra mirada de lectores para sacarnos sonrisas, a veces incomodarnos y reacomodarnos en nuestro asiento y en nuestra manera de pensar.

Otros se comunican con nosotros con más poesía, como lo hace Troche: su silencio, su delicadeza, su, por qué no decirlo, melancolía, nos llevan de la mano a un espacio deseado, lleno de añoranza, de humanidad o también Víctor Solís y su preocupación por el medio ambiente, por mejorar el lugar donde vivimos en todos los sentidos. Tute, por su cuenta, nos invita a tirarnos al diván: sus reflexiones en torno a la existencia, a la relación de pareja, con el otro, nos enriquece a través de la risa y la complicidad. Ros, por ejemplo, se acerca con otro tipo de cautela: también usa el diván, pero a veces sus espacios son la oficina, una isla, la cotidianidad para poner en evidencia en ocasiones las relaciones de poder, las de pareja, la comunicación y el día a día.

Si tenemos la posibilidad de entrar a este maravilloso mundo de la ilustración, del dibujo, de la novela gráfica, dejémonos empapar de su oleaje para que remuevan nuestras certezas, nos revuelquen y, al salir, seamos otros. Con una nueva educación sentimental.

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