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Onetti al completo
Francisco Carrillo comment 0 Comentarios

Esto de reseñar a un clásico “indiscutible” y, por lo tanto, no sujeto a discusión, se torna un ejercicio especialmente arduo, hasta un sacrilegio en caso de que el comentarista pretenda un diálogo de tú a tú con su reseñado. Más aún si hablamos de Juan Carlos Onetti, a quien erróneamente se suele ubicar en las filas del “boom” (ya saben, los García Márquez Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar), cuando para entonces ya era un clásico entre ellos. Y es que hablamos de uno de esos orfebres de la palabra que al modo (y al tiempo) de Rulfo, Borges, Arguedas o Carpentier, añadió uno de los renglones más ilustres, y casi diré insuperado, a las narrativas escritas en español.

Siempre que pienso en la mitología literaria de coetáneos a Onetti la sitúo dentro de un panorama vital que incluye, en aquellos años cincuenta, los ritmos del primer rock and roll de Chuck Berry, Elvis Presley o Jerry Lee Lewis. Quizás la analogía sea simplemente absurda, pero lo cierto es que me gusta imaginarlos en la soledad de su escritorio, con el fondo musical de los Beatles más iniciáticos o el rhythm and blues de Muddy Waters: las voces añejas y el sonido que sabe a tiempo y vinilo me remiten a una autenticidad compartida, al momento fundador de la creación artística contemporánea, donde cada pulso se imprime en el ADN de los lenguajes actuales.

Con Onetti se inaugura (y se cierra) una manera de narrar. Tras la exactitud de sus descripciones, el cuidado con el que desgrana la personalidad de sus protagonistas, sus dudas,  gestos  y miradas, culmina y se agota un lenguaje. Cada uno de estos relatos es un objeto de museo, “un Onetti” cuya firma se eleva desde las dos tendencias más presentes en el volumen: por una parte, las derivas juguetonas, las ecuaciones sorprendentes que unos años después dominarán la literatura de Cortázar: “El fin trágico de Alfredo Plumet”, “Avenida de mayo-Diagonal- Avenida de mayo”, “Crimen perfecto”, “Regreso al sur”, “Mañana será otro día”… policiales exquisitos, juegos de lógicas cruzadas y enigmas que desafían al lector. Por el otro, y este es un camino que se ensancha según avanza la colección, nos encontramos con relatos cuya densidad atmosférica, penetración psicológica y sutil complejidad componen verdaderas micronovelas en un despliegue único de imaginación literaria. Piezas como “Un sueño realizado”, “La larga historia”, “La casa en la arena”, “La cara de la desgracia” o “La novia robada” se elevan como relatos perfectos en busca de un lector atento.

Volver a Onetti resulta un ejercicio regenerador y casi diré que acomplejante, pues cualquier aprendiz de escritor se enfrenta a uno de esos padres a los que debería derribar de un puntapié, despreciar ruidosamente en la tertulia literaria (si es que aún las hubiera), antes de descubrir que no puede y ni siquiera lo desea. La razón, posiblemente, resida en su ejercicio ascético, su sincero apartamiento de la vida social que también fue una forma de expresar un compromiso íntimamente literario. Y es que Onetti nos obliga a pactar una alianza con quien, más allá de recibir todos los honores en vida, se aisló progresivamente hasta negarse, durante años, a abandonar su cama.

En una de sus escasas aventuras extradomiciliarias le vemos en la entrevista televisiva que en 1976, año de su exilio en Madrid (donde permanecerá hasta su muerte en 1994), concedió a Joaquín Soler Serrano para su célebre A fondo. En ella, un Onetti deshabituado al plató responde con una exasperante morosidad, dice no entender las preguntas que le formulan o permanece en silencio durante interminables segundos sin haber finalizado su respuesta. Los 43 minutos de la entrevista se convierten así en una exploración en el tiempo y el lenguaje paralela a la de sus novelas breves y los relatos del volumen que nos ocupa, donde las tonalidades que surgen de la más mínima variación superan con creces a las de literaturas confiadas en la acumulación de páginas.

Las líneas de fuga que abren estos géneros menores son las que el Onetti de carne y hueso, quien asume el falso epitafio de Groucho Marx (aquel “Perdonen que no me levante”), persigue para recrear los misterios que se extienden más allá del dormitorio. Sus cuentos completos nos sumergen en una escritura capaz de generar un universo más importante y, sobre todo, mucho más delicado, que aquel que compone nuestro día a día, terriblemente prosaico en comparación a lo que esconden estas páginas.

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