Dueño de una pluma única por su pericia y variedad de temas, el escritor Jordi Soler lo mismo le da voz a los héroes desaparecidos de la Guerra Civil española que a una comunidad indígena, o incluso a los pistoleros del libro vaquero. Sus libros están impregnados del exotismo del viajero constante que se sabe hijo de dos patrias y aguarda el llamado de una u otra —o, por qué no decirlo, de la fusión de ambas— para darle rienda suelta a su imaginación desbordante.
Si hemos de elegir un punto de partida para adentrarnos en la literatura de Soler, considero indispensable virar hacia La guerra perdida (Alfaguara, 2019), trilogía conformada por las novelas “Los ojos de ultramar”, “La última hora del último día” y “La fiesta del oso”. En esta saga palpita fuerte y claro la esencia del escritor, que nos ofrece una radiografía sobre hechos históricos, la búsqueda de identidad y el exilio, todos ellos temas recurrentes en su obra; sumado a ello, nos encontraremos con una escritura que desafía convencionalismos estilísticos, permitiéndose más de un narrador y pensando estratégicamente en cómo ese juego con los narradores le da a la obra la profundidad que el autor requiere para diferenciar sus novelas de una serie de memorias; labor complicada pero no imposible, aun incluso cuando Soler acepta que esta obra tiene una alta carga autobiográfica, a tal grado que en ocasiones pudo visualizarse, lo mismo que a su familia, como parte de estas novelas. Trilogía que puede considerarse en su conjunto como una saga familiar y una novela de largo aliento, La guerra perdida es la cumbre de su autor en términos de ser, sin lugar a dudas, el más complejo y personal de sus trabajos.
Para Soler es de suma importancia demostrar que sus obras se inscriben en los albores del siglo XXI, de igual forma que ocuparlas como vehículo para hablar de España; aquella patria herida de la cual su familia se vio obligada a huir y que encontró su ungüento en México, donde fueron recibidos como refugiados y él vio la luz por primera vez. Veracruz es, la mayoría de las veces, el punto de partida que elije Soler para introducirnos a un México exótico, selvático, aromatizado por la tierra húmeda, los granos de café, y la variedad de olores propios de su ecosistema.
En Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara, 2018), Soler vuelca todos sus esfuerzos en darnos un amplio panorama con respecto a La Portuguesa, ese sitio en Veracruz que sirvió de asilo a su familia. Las estampas-relatos (o cuadros, como Soler los bautizó) que componen este libro no son otra cosa que referencias a la infancia del propio autor, eso sí, aderezadas con su inconfundible estilo. Aquí se revela la batalla cotidiana de un joven para sobrevivir en medio de la violencia de un tiempo y un lugar —el pasado y la selva— que yacen en su memoria, es decir, la del propio Soler. Si bien las situaciones que se reflejan en este libro pueden parecer de pronto demasiado rocambolescas (hallar un elefante en medio de la selva o viajar en globo aerostático, por poner un par de ejemplos), el narrador de estas historias puede jactarse —y lo hace— de que lo que leemos en realidad pasó, aun si la distancia del tiempo ha transformado ciertos detalles en alegorías o metáforas de lo que en verdad ocurrió.
Soler es un escritor sumamente versátil. Para muestra, un botón: en Ese príncipe que fui (Alfaguara, 2015), el autor retoma un poco conocido tema en la conquista de México —el rapto/negociación por la vida de una de las hijas de Moctezuma— y de allí salta a la década de los 70´s del siglo anterior para contar la historia de Kiko Grau, un descendiente de Moctezuma que es miembro de la burguesía española y con dotes de estafador. La trama de la novela irá tejiendo de forma precisa elementos de ambos relatos mediante la voz de un narrador que indaga en una historia que mezcla realidad y ficción a partes iguales. El lector, más que concentrarse en desgranar la historia entre lo real y lo imaginario, quedará encantado por la naturalidad con la que Soler lo adentra en su relato.
Otra novela en la que el autor hace gala de sus dotes de semi-historiador es El cuerpo eléctrico (Alfaguara, 2017), una obra en la que el narrador se vuelca a finales del siglo XIX para narrarnos las quijotescas aventuras de Cristino Lobatón, un hombre que descubre a una mujer diminuta —por su increíble estatura de 61 centímetros sería injusto tildarla de enana— llamada Lucía Zarate en una feria, al tiempo que dilucida haber hallado una mina de oro en la misma. Personajes y hechos que bien podrían parecer sacados de una novela fantástica y que, sin embargo, al menos en parte, ocurrieron en la realidad. La labor de Soler como escritor es hacer que la ficción parezca real y lo real se asimile como ficción; un sello personal que se pasea como un manto que unifica toda la obra de su autor.

No está de más agregar que en su última novela publicada, Los hijos del volcán (Alfaguara, 2021), Soler regresa a los parajes de La Portuguesa y la selva ya visitados con anterioridad en Usos rudimentarios de la selva, pero en esta ocasión nos ofrece una obra cargada de violencia desde sus primeras páginas, con elementos que bien recuerdan un poco el sabor del realismo mágico y que tienen como finalidad la de adentrarnos por completo en la historia de Tikú, el protagonista, y su relación con la selva que lo rodea y lo instruye en las artes de la vida que le ha tocado vivir. Hay, entre estas páginas —como podemos constatar en buena parte de la obra del autor— una crítica mordaz a La Conquista y el sometimiento que Soler siempre trata desde una perspectiva estrictamente literaria y, por ende, ésta supera en todo momento a un discurso que en otros escritores podría sonar repetitivo o panfletario.

A golpe de pluma —o de teclas—, Soler se las arregla para crear historias de atmósferas envolventes y personajes entrañables que oculten en su interior un discurso contra la ineptitud del hombre moderno, anteponiendo siempre a la literatura sobre la crítica y configurando así obras que alcanzan altos estándares, asegurándose un sitio en el corazón tanto de los lectores más exigentes como de aquellos que simplemente están a la búsqueda de una buena historia.