folder Publicado en Conjura semanal
Menos bla-bla y más bang-bang
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

hilarioconjura

Decidí que jamás firmaría con mi seudónimo favorito una novela acerca de escritores. El sello “Hilario Peña” sería exclusivo para novelas protagonizadas por detectives privados, comisarios, piratas, caballeros andantes y boxeadores. Sin embargo, la tentación de hacer un comentario acerca del gremio al que uno pertenece siempre es demasiada, a pesar de saber que a mis lectores nada les importa menos que las aventuras de un novelista y la relación de éste con sus colegas o con su editor. Es por ello que Juan Tres Dieciséis, mi primer libro acerca de literatos, está hecho en forma de novela detectivesca.

¿Que cómo lo hice? No, no puse a un montón de poetas a perseguirse por toda Latinoamérica. Eso es justamente lo que no quería hacer. Lo que sí hice fue que escribí una historia de escritores mafiosos que sueñan con el reconocimiento internacional, coloqué un asesinato por resolver, metí a mi detective de cabecera, quité a todos los escritores mafiosos y los reemplacé por boxeadores ídem.

Se me ocurrió hacer de la historia una especie de carta de amor al boxeo cuyo corazón fuera un motor que bombeara nitro: expresarme artísticamente por medio de la acción, transmitir emociones, que mis personajes fueran conocidos por sus actos, en lugar de usar sus bocas para “tirar netas”.

Un elemento que está presente en todos mis libros, además de un asesinato enigmático y la investigación destinada a resolverlo, es el tema de la culpa, el cual me parece imprescindible. Nos remonta hasta Adán y Eva, el pecado original, Caín y Abel, y todo el Génesis. Es lo que más celebro en la obra de Dostoievski, uno de mis autores predilectos. Si no hay culpa se crea un vacío sin fricción ni restricciones, impera el nihilismo y todo me deja de interesar. Así que el detective privado Tomás Peralta acarrea un sentimiento de culpabilidad desde su aparición en Malasuerte en Tijuana, mientras que la culpa del pugilista llamado Juan Tres Dieciséis es debida a que sabe muy bien que todo su éxito fue obtenido gracias a un crimen abominable e imposible de borrar.

Los dos protagonistas de mi nueva obra tendrán que aprender a vivir con sus respectivos demonios. ¿Lo lograrán? Ese es el misterio más importante en Juan Tres Dieciséis.

“Donde empiezas es donde terminas” es la manera determinista en que Juan justifica su calidad de maldito, en un intento por ignorar al demonio que constantemente le habla al oído ‒un personaje conocido en el texto como “El Hermano Ángel de la Tierra”‒. Fue así como concebí la tragedia del gladiador, quien, luego de defender exitosamente su campeonato de los pesos ligeros, despierta en su habitación de hotel, al lado del cadáver de su joven pareja. A Juan no le queda más remedio que depender de una mente afectada por la demencia pugilística y de Malasuerte para encontrar al asesino de su mujer que podría ser un jefe de la mafia, algún político o hasta él mismo.

Por otro lado, esta novela es un homenaje a los beautiful losers del boxeo y de la vida. Juan se parece físicamente y pelea con una intensidad muy similar a la del Changuito Vargas. Su mirada afligida se acerca a la del peleador jamaiquino Glen Johnson, quien, luego de un momentáneo retiro, regresó a los 43 años a los encordados por cuestiones económicas (¿por qué más?), tan solo para sufrir un robo descarado en un combate donde volcó su corazón, todo para beneficiar a un joven polaco llamado Andrzej Fonfara.

(Nunca olvidaré la silueta triste de Glen Johnson durante la entrevista después de la reyerta, con sus hombros caídos por la desesperanza, diciendo, con una voz cortada por la indignación:

“¿Por qué? Si el muchacho tiene todo un futuro por delante, no le pasa nada si los jueces son justos con él, pero por qué me hacen esto a mí, que me encuentro en una situación desesperante… ¿Por qué?”)

Creo que una historia no tiene por qué ser de éxito para resultar interesante. La que escribí es más bien una tragedia. Me esmeré en construir el relato a partir de diversas estructuras clásicas del género policiaco. Está ahí el recurso del libro dentro del libro, estilo Arthur Conan Doyle; Malasuerte es una actualización del detective romántico pero individualista, el cual ya era un delicioso cliché muchos años antes de que Raymond Chandler hiciera arte exquisito y sofisticado con él, llevándolo a otro nivel; por su parte, el boxeador Juan Tres Dieciséis es uno de esos unreliable narrators, muy similar a los que aparecen en los libros del imprescindible Jim Thompson.

¿Que por qué tanta obsesión con el género policiaco? Digamos que encontré el significado de la vida en una novelita barata de detectives y ahora predico el evangelio de Raymond Chandler: menos bla-bla y más bang-bang.

Hilario Peña